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"Es también la locura del amor:creer posible el reencuentro con la comunicación a la primera oportunidad entre un ser y otro"

Ian

Iba caminando por el viejo asfalto de nuestro barrio, mis ojos estaban en el suelo pero mi cabeza mucho más lejos. La emoción por ver a mi mejor amiga se hacía presente todo el rato haciéndome temblar en momentos y provocando que no parase de caer sudor frío por mi espalda.

Desde que se fue de vacaciones con su novio misterioso, el cuál no quería desvelar por Lip, no habíamos hablado por el lugar "secreto" donde ella estaba. Secreto sin más por que no había querido decir nada, las llamadas eran muy caras, cómo cualquier lugar del extranjero la verdad, pero ella aseguraba que allí costaba mucho más.

Al tener de frente la puerta vieja y desgastada a causa de los múltiples portazos de los Milkovich, el típico gusanillo nervioso paso por mi columna. La casa, en especial las escaleras, donde fácilmente te podías resbalar, estaba bastante poblada de nieve por las bajas temperaturas típicas de invierno aquí, mi casa y la de la mitad del barrio estaban igual.

—Vamos Ian, tú puedes —me susurré para darme ánimos.

Mis nervios no eran por ver a mi mejor amiga, seguramente estaríamos hablando horas y no nos quedaría tema del que hablar. Mis nervios eran por la otra gente que estaba ahí dentro... ¿Habría vuelto su padre de la cárcel? Si en el caso de que estaría ya fuera de la cárcel ¿Me seguiría odiando? Pero lo más importante no era eso... ¿Estaría Mickey?

Mientras me comía la cabeza tenía la mano posada en el pomo, por los nervios y mi temperatura bastante caliente a pesar de estar abrigado había dejado el pomo lleno de sudor quitándole así el poco hielo que lo cubría. Los Milkovich tenían siempre las puertas abiertas, a pesar de estar en un barrio muy peligroso nadie tenía cojones de robarles o siquiera intentarlo. La gente no tenía tanto miedo de encontrarlos en pleno robo. Tenían miedo de lo que venía después, siempre aunque fueses con toda la seguridad del mundo hasta con guantes te pillaban y te daban la paliza de tu vida, tanto Mickey como sus matones, pero la verdad quitando las armas tampoco había mucho más para robar.

Al tener el suficiente valor para entrar me lleve una decepción al no ver ni escuchar a nadie, muy en el fondo y a mi pesar esperaba ver a Mickey, al revisar en su habitación no me cabía duda que seguía su mujer al ver que no tenía los posters que tanto le gustaban y tuvo que quitar por que ella los odiaba .Al fin y al cabo no dormían juntos, la última vez que los vi por lo menos no lo hacían ¿Qué más le daba un par de posters? Su matrimonio era por su hijo y nada más.

Tuve la tentación de entrar arreglarle la habitación cuando vi que era el mismo desastre que siempre: la ropa sucia de días tirada en el suelo, latas y cigarrillos tirados por la cama desecha, pero me tuve que contener muy a mi pesar porque el único que tenía acceso a su habitación, por lo menos hasta hacía un par de meses era así, era yo, ni siquiera su hermana tenía ese acceso, que para cualquier persona sería una mierda pero cuando a mi me lo dijo me sentó jodidamente genial. Significaba que tenía su confianza.

La habitación de Mandy era un caso aparte, ella no tenía todo tan desordenado como Mickey y se notaba a la legua que no la habían tocado desde que se fue. Sus camisetas estaban desordenadas pero dobladas en un rincón sin hacerse notar y la cama estaba hecha pero arrugada, ésa cama estaba tan usada... Me reí ante mi propio pensamiento, tenía una mejor amiga un poco suelta, al acordarme de eso en mi cerebro se instaló el nombre de Lip, no me gustaba lo fea que había acabado la situación entre ellos y se que muy en el fondo se querían. Era imposible que entre ellos dos pudiese existir una amistad, tendría que ser algo más y ahí venía la causa de los problemas por parte de Lip, ya que Mandy si que estaba dispuesta a darle una relación, pero Lip tenía demasiado miedo al compromiso. 

La última habitación que quedaba era nueva, no la había visto en mi vida y era extraño ya que antes siempre estaba aquí y había visto de arriba a bajo toda la casa. Cuando entre algo se revolvió en mi estómago causándome ganas de vomitar. Era la habitación de Svetlana y su hijo, El que tenía con Mickey. Siempre había sospechado que no era su hijo pero muy a mi pesar sabía que si lo era, el niño era un calco de Mickey aún siendo tan pequeño, además presencié cuando lo hicieron. Una de las veces que su padre nos pilló llamo a Svetlana y prácticamente me obligó a verlos follar con una frase que nunca había conseguido borrar de mi mente:

"A ver si con esto se os quita el amariconamiento"

La habitación estaba compuesta por una sencilla cuna al fondo de la habitación color marrón y con las patas amarillas a conjunto con la manta de "Winnie de Pooh". Justo al lado había una cama con mantas negras y rojas muy pequeña y obviamente era de Svetlana, pasé el dedo por él último mueble de la habitación, una mesa llena de fotos de su hijo. Muy en el fondo sabía que aunque el hijo no fue deseado, ni vino en el mejor momento, ella lo amaba con locura, Mickey había estado poco con él y no sabía si lo iba a llegar a querer algún día, pero se que dentro de un par de años cuando el niño fuese mucho más grande Mickey disfrutaría enseñándole cosas como en su día me enseñó a mi.

—¿Te diviertes zanahorio?

Esa voz.

Era Svetlana.

Su acento era inconfundible y ese mote me lo puso mucho antes de perder el contacto con Mickey, era la única que me llamaba así por mi pelo. Estaba de pie a mis espaldas obviamente esperando una explicación, cuando me gire sabía porque no había notado su presencia: Estaba con el pelo mojado y un albornoz rosa alrededor de su cuerpo. Me paré un segundo a mirarle el pelo ¿Por qué se lo había teñido de Naranja? Mis lados egocéntricos y preocupados se pusieron de acuerdo pensando en que a lo mejor lo hacía para llamar la atención de Mickey y conseguir parecerse a mi.

—Pensé que no había nadie —agaché la mirada—. Lo siento Svetlana.

No me respondió si no que me dio un abrazo que me dejó de piedra.

—Nunca te he odiado, se que a tu amado no le gustan las mujeres... para nada. He hecho de todo —habló señalándose el pelo, mis pensamientos anteriores estaban en lo cierto—. Tampoco cabe decir que yo tampoco lo quiero.

Eso ya lo sabía, aún así después de su frase me quité la tensión y conseguí , como pude y con cuidado de no tirarle el albornoz, devolverle el extraño abrazo.

—Se que no venías exactamente por mi, pero vamos, tienes muchas cosas que contarme zanahorio.

Acéptalo;GallavichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora