Capítulo 18

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Mediados de Octubre del año 1939


Emma observaba con una fascinación melancólica los grupos de edificios que la rodeaban. Después de cinco años alejada de esa icónica ciudad, ver las edificaciones de nuevo le causaba una felicidad mal disimulada.

Todo estaba prácticamente igual que como ella lo recordaba. No había estado lejos mucho tiempo, pero para ella había sido como una vida alejada de sus raíces, alejada de sus amigos, de la vida que había construído en Brooklyn.

Separarse de su mejor amigo había sido duro, pero ahora que había vuelto por el estallido de la guerra, era el momento de reencontrarse con los seres queridos que había abandonado al irse a Inglaterra, influenciada por sus padres.

Esperaba que todos estuviesen bien, bueno, tan bien como se podía estar con una guerra acechándoles.

Siguiendo sus nítidos recuerdos de la infancia que había transcurrido en la ciudad, se encaminó, pasando calle tras calle hasta llegar a su destino. Un modesto apartamento, fácilmente reconocible para Emma por la piedra que descansaba a un lado de la puerta principal, donde se guardaba la llave de la casa.

No habían cambiado el sistema durante su ausencia.

Con sus dedos moviéndose inquietos por la anticipación de ver a su mejor amigo, petó en la puerta, esperando pacientemente a que alguien respondiese.

Escuchó voces masculinas hablando dentro del piso, aunque no pudo descifrar qué era lo que decían. Tras unos segundos de espera, unos pasos se aproximaron a la puerta, y ésta fue abierta descuidadamente.

Él no era Steve, eso seguro.

El hombre que sostenía el pomo era increíblemente apuesto, vestido de forma casual, con unos ojos azules que quitaban la respiración, una mandíbula afilada salpicada con una barba incipiente y pelo marrón corto elegantemente peinado hacia atrás. Alto, y fuerte, por lo que podía vislumbrarse bajo la ropa que le cubría.

Era guapo, muy guapo, y estaba en la casa de Steve, de su amigo Steve.

-Ehh... Buenos días - Murmuró la chica, todavía anonadada por el espécimen delante de ella. Las dudas ocupaban su cabeza.

¿Se habría mudado Steve? Esa sería la explicación más racional del por qué ese hombre había abierto la puerta de la casa que ella tan bien conocía.

- Buenos días, señorita. ¿Puedo ofrecerle algo? - Preguntó él amablemente, examinando a la joven delante de él.

La joven le pareció una belleza de la cabeza a los pies, enfundados en unos zapatos de tacón bajo.

Ella era pequeña, menos de un metro setenta de estatura, con una cara de rasgos femeninos. Nariz pequeña, labios llenos, y un pelo liso de color marrón oscuro, que le llegaba un poco más abajo de los delicados hombros y que enmarcaba sus facciones, haciéndola parecer pequeña y frágil.

Su cuerpo iba cubierto por un vestido que cubría hasta sus rodillas, fortaleciendo la ya de por sí endeble imagen que ella daba.

El instinto protector del hombre surgió en cuanto la vio, apelando a la ternura que ella le causaba.

-En realidad, no lo sé. Espero que sí - Ella reaccionó a su escrutinio estirando su espalda, apuntando con su afilada barbilla hacia él - Aunque no creo que lo que estoy buscando esté aquí.

La chica no creía que una persona como su mejor amigo, como el pequeño Steve pudiese tratar con un hombre como el que estaba delante de ella, que la miraba como si estuviese sediento, y ella fuese un vaso de agua.

Wintry ShadowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora