Capítulo 9

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–Por supuesto que no –objetó Isabella con un revoleo de ojos–. No te estás volviendo loca, Giovanna.

–Pero, es que tú no estuviste ahí –siseó Giovanna y apretó sus manos con fuerza en la mesa. Había estado temblando–, tú no viste lo que sucedió.

–Estabas cansada –cortó firme– creo que aún lo estás. Eso es todo.

Giovanna frunció los labios contrariada y cruzó los brazos, sintiéndose como una niña regañada. ¿Podía estar dando demasiada importancia a un evento que podía considerarse consecuencia de su falta de sueño? Bueno, podría ser. Era preferible creer eso a la idea de estar perdiendo la razón.

–Sabes que eres la única persona a quién le puedo contar algo así y, añado que me sorprende que no me mires raro –forzó una carcajada Giovanna pero podía sentir el alivio que la recorría al notar que Isabella no la juzgaba.

–¿Por qué lo haría? –Isabella chasqueó la lengua pero apretó la mano que Giovanna había vuelto a depositar sobre la mesa–. Estará bien.

–¿Sí? –Giovanna miró la mano de Isabella y recordó la tarde en el restaurante. Ella había tomado la mano de Luke, en exactamente ese gesto. ¿Consuelo? ¿Cariño? ¿Aprecio?

–Por supuesto que sí. ¿Y cómo era?

–¿Quién?

–El joven que viste montando a caballo.

–¿Quién? –repitió e Isabella le dirigió una mirada impaciente.

–En tu visión, sueño, alucinación...

–Ah –Giovanna intentó recordar pero era difícil describirlo. No, no podía. Buscó algo que decir y la imagen de su espada se le vino a la mente–. Era un guerrero.

–¿Sí? ¿Cómo lo sabes?

–Bueno, llevaba una espada en el cinto.

–Excelente. Hasta tus pesadillas son más interesantes que mi vida.

Giovanna examinó con cuidado a su amiga y sonrió lentamente. Isabella intentaba restarle importancia a lo sucedido, para tranquilizarla, y una vez más agradeció tenerla en su vida.

–He vuelto por negocios –contó Giovanna en cuanto le sirvieron su café.

–No me sorprende –Isabella clavó sus ojos dorados en ella–, pero no pareces muy entusiasmada ante la perspectiva. ¿Por qué? ¿Es por lo sucedido?

–No, no es eso.

–¿Entonces? –Isabella tomó un sorbo de su té y recorrió con la mirada a Giovanna–. Ah, es por él.

–¿Por él?

–Sí. No estás feliz de haber vuelto por él. Por el hombre que te gusta.

–Luke no me gusta.

–¿No? Sí, tienes razón. Dijiste que era feo, ¿cierto?

–No. Bueno sí, pero no lo es –Giovanna puso en blanco los ojos cuando Isabella ocultó una sonrisita divertida–. En realidad, es bastante atractivo.

–¿Ah sí? Jamás pensé que una persona podría encontrar fea a otra y al día siguiente cambiar de opinión. ¿No hay un nombre para eso?

–¿Indecisión?

–Cambio de perspectiva –Isabella sonrió–, atracción.

–¡Por favor!

–Algunos dirían hasta enamoramiento.

–De ninguna manera. Yo no estoy enamorada de Luke.

–¿No?

Giovanna abrió la boca, pero en lugar de decir nada, tomó la taza para dar un largo trago a su café. El aroma se esparció entre ellas e Isabella arqueó las cejas.

–Pensé que no tomabas café.

–Algunas cosas cambian, ¿no sabías?

–Sí, pero estaba convencida que tú no sabías eso.

–Bueno, ahora ya lo sé –Giovanna ladeó el rostro– ¿y qué ha sucedido contigo? ¿Piensas finalmente elegir a alguien para casarte?

Isabella suspiró con cansancio y dejó de lado la taza. Giovanna le brindó una sonrisa compasiva, sabiendo que si bien Isabella quería casarse, y pretendientes no le faltaban, no podía encontrar uno por el que sintiera ese algo más.

Antes, ella no había entendido aquel afán de su amiga. Ni siquiera creía que fuera algo más que una mera fantasía de Isabella. Hasta que conoció a Luke y lo sintió. El único. Para ella.

Y eso era por supuesto, absurdamente loco. Pero, a la vez, tan absolutamente perfecto.


***

–Buen día, señor Sforza.

Vincenzo elevó sus ojos del escritorio y miró a la recién llegada que permanecía en la puerta mirándolo cálidamente. Sonrió de manera casi imperceptible.

–Buen día, Giovanna. Pasa y cierra.

–Padre –dijo ella en cuanto estuvo sentada frente a él– ¿cómo estás?

–Satisfecho con tu llegada –contestó Vincenzo y le pasó una carpeta–. Aquí está el proyecto que dirigirás.

–Por el momento, ¿verdad? –preguntó Giovanna con un leve toque de confusión. Era apenas una propuesta, con lo que faltaba recorrer un gran camino para ejecutarlo–; es decir, yo estoy con el proyecto del Complejo y...

–Sí, he decidido que lo suspenderemos.

–¿Cómo? ¿Por qué? –se encontraba desconcertada. No había esperado aquello– ¿por cuánto tiempo?

–Indefinido.

Giovanna intentó asimilar la información al tiempo que trataba de evitar que las emociones provocadas por la noticia se reflejaran en su rostro. Debió lograrlo, ya que su padre continuó dándole el informe de la junta de accionistas que llevaría a cabo para aprobar su decisión.

–Padre –habló finalmente, cuando él ya la había despedido con un gesto de la mano.

–¿Sí, Giovanna? –inquirió con impaciencia.

–No pretendo cuestionar tu decisión, pero...

–Entonces no lo hagas –cortó con firmeza.

–Lamento disentir, pero debo hacerlo –añadió segura. Vincenzo arqueó las cejas–. No creo que se haya explorado todo el potencial del área.

–¿De verdad?

–Sí.

–¿Estás consciente de lo que estás diciendo, Giovanna?

–Sí, lo estoy.

–Solo hay una manera de que yo implemente el proyecto y crea que será beneficioso para la Corporación.

–Pero padre, tú personalmente estudiaste mi proyecto...

–Solo una manera, Giovanna. Tómalo y hazlo suceder o déjalo y continúa con este proyecto que te estoy entregando.

–Dime de qué trata tu condición –accedió resignada. Era extraño que Vincenzo dejara que alguien se opusiera abiertamente a una decisión tomada, así que Giovanna había esperado ser despedida. Haberle dado una alternativa para llevar a cabo el proyecto demostraba una indulgencia poco característica de él. Por supuesto, horas más tarde mientras estudiaba la condición impuesta, supo por qué se la ofreció. Era imposible de cumplir.

Marcas del ayer (Sforza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora