Capítulo 22

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–¡Vamos, no puede ser tan malo! –objetó Isabella. Giovanna se limitó a gruñir por lo bajo–. No estoy ahí, así que no puedo verte ni interpretar tus gestos y gruñidos. ¿Puedes hablar con claridad?

–Es que todo lo encuentras terriblemente fácil de solucionar y a veces me irrita la razón que llevas –contestó Giovanna e Isabella rió encantada.

–Siempre llevo razón. O creo que casi siempre. ¿Cuál es el problema? ¿Cayden? ¿Tu padre? ¿Luke?

–¿Toda la situación? –añadió Giovanna resoplando–. No lo sé, Isabella.

–Es muy sencillo.

–Vas a empezar...

–Es que lo es.

–¿Cómo?

–Lo único que debes hacer es hablar con Luke.

–¿Crees que eso lo solucionará?

–No, pero sería un buen inicio. Hazlo, Giovanna. No esperes más.

–Sí, tienes razón –admitió Giovanna en un suspiro.

–Lo sé –contestó Isabella satisfecha–. ¿Vas ahora? ¿Me contarás cómo va?

–¿Es que no tienes otras cosas que hacer? Tu boda, por ejemplo.

–Mi boda marcha bien. Tengo el novio más eficiente del mundo.

–¿Y eso qué tiene que ver?

–Mucho. Significa que no tengo que ocuparme de él y los asuntos a su cargo están bien hechos.

–No quiero imaginarme qué pusiste a hacer al pobre Tristán –murmuró Giovanna.

–No intentes distraerme. ¿Vas con Luke?

–Sí, ahora voy. Te llamo luego.

Giovanna colgó y tomó su bolso, decidida a ir a buscar a Luke cuanto antes. Por la hora, probablemente seguía en su despacho. Hacía varios días que no lo veía, él estaba muy ocupado con asuntos de la alcaldía y por su parte, ella se encontraba buscando un error en lo manifestado por Cayden. Claro, que ese era Cayden Sforza, uno de los hombres más irritantes y perfeccionistas del mundo así que era poco probable que algo se le hubiera pasado por alto. Ya veía que por ahí no hallaría nada.

–¡Giovanna! –exclamó Luke clavando sus ojos azules en ella. Parecía sorprendido. No, en realidad parecía ¿disgustado? ¿Enfadado? ¿Irritado? ¿Aterrado?

–Sí, hola Luke –Giovanna se acercó, intentando discernir la emoción que Luke tanto se esforzaba en ocultar. ¿Qué era?–. ¿Estás bien? Últimamente estás muy ocupado y en estos días casi no te he visto.

–Sí, bueno, ya sabes como es. A veces llegan miles de cosas de golpe –Luke desvió la mirada, indicándole que tomara asiento–. ¿Y tú cómo estás?

–Bien, al menos eso creo. Luke, hay algo que...

–Giovanna, estoy trabajando –cortó con tono bastante brusco– no puedo hablar de nada personal en este momento.

–Oh, claro. No pretendía molestar –Giovanna contestó e inspiró hondo, para evitar que él observara el daño que le había hecho su tono–. Entonces, si estás tan ocupado, supongo que no...

–Sí, estoy muy ocupado –confirmó, sin mirarla.

–Lo entiendo –murmuró, sin realmente entender nada más que una cosa. Luke no la quería ahí. Era tan evidente y dolía comprenderlo. ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella? ¿Acaso sabría de...?–. ¿Has decidido algo con respecto a los proyectos?

–No.

–¿Has escuchado algo...?

–No. Giovanna, si no tienes nada más que decir...

–Solo una cosa.

–¿Sí? –espetó con impaciencia.

–Me voy a Italia.

–¿Ah sí? Está bien.

Giovanna se sintió aún más lastimada frente a él, que no se había inmutado con la noticia que había dado. En un impulso, había dicho lo primero que se le vino a la mente para que reaccionara. No había conseguido nada, excepto tener claridad por primera vez en esos días. Era lo que necesitaba, ir a Italia. Desde ahí, podría controlar lo que venía. ¡Finalmente sabía qué tenía que hacer!

–Sí. Adiós, Luke.

–Adiós.

Luke se esforzó por mantener la vista clavada en el escritorio mientras Giovanna se alejaba. Cerró el puño con fuerza y trató de dominar el dolor que le provocaba haber tomado aquella decisión. Era lo mejor para ella. No quería que sufriera. Y sabía que él solo causaría sufrimiento para Giovanna. No quería dejarla, nunca querría. Pero quizá no tuviera elección. ¿Por qué la tendría?

Antes no la había tenido. Kyan había muerto y había dejado a Adriana destrozada. Podía incluso haberse vuelto loca, por lo poco que él había visto. No quería eso para Giovanna. Quería amarla, claro, pero quería más que fuera feliz. Y si él tenía que alejarla, así sería.

De cualquier manera, nunca habían tenido un futuro juntos. Tarde o temprano, Giovanna debía marcharse a Italia y él iba a quedarse en su ciudad. Sí, aquella relación estaba condenada en cualquier siglo que transcurriera.


***

–¡¿Cómo que Cayden no está?! –inquirió Giovanna con incredulidad–. Es imposible.

–No, no lo es. Cayden salió del país –confirmó Christabel, impaciente–. Y no es necesario que grites, Giovanna. Te escucho con claridad.

–¿A dónde fue? ¡Necesito hablar con él urgentemente!

–Temo que si eso es lo que buscas, te equivocaste al regresar a Italia.

–¿Por qué? ¿A qué te refieres, Christa? –miró atentamente a su hermana menor. ¿Qué era lo que no estaba diciendo?

–Bueno, Cayden se fue a tu ciudad.

–¿A mi...? –Giovanna observó atónita a su perspicaz hermana. Sí, no debía olvidar con quién estaba tratando. Christabel era una Sforza y por si eso fuera poco, era la más perceptiva de ellos–. De cualquier manera, ¿te refieres a mi proyecto principal?

–Precisamente. Creo que padre le pidió que se encargara de revisar los aspectos legales de la ejecución del proyecto. Es muy importante que se realice y está generando una gran expectativa.

–Lo sé. Eso no es bueno –musitó Giovanna con nerviosismo. Christabel arqueó una ceja–. ¿Puedo pedirte un favor?

–Claro, Giovanna. ¿Qué puedo hacer por ti?

–Un milagro –respondió negando lentamente–. Vamos a necesitar un milagro para lograrlo.

–¿Un milagro? ¿Por qué?

–Porque es prácticamente imposible de lograr.

–Tienes suerte, Giovanna. Soy especialista en lograr lo imposible.

–Lo veremos –sonrió Giovanna y tomó aire profundamente. Iba a necesitar mucho trabajo y esfuerzo, pero había un pequeño resquicio de esperanza de que pudiera llevarlo a cabo. Cruzó los dedos, esperando que pudiera hacerlo.

Se fue a su oficina y empezó a hacer llamadas. Tomó unos bosquejos que tenía y se los pasó a Christabel al tiempo que le contaba su descabellado plan. Christabel parecía escéptica ante la perspectiva de que funcionara pero asintió sin cuestionar nada de lo que Giovanna decía.

Giovanna preparó con tenacidad su plan de trabajo. Sabía que lo que tenía ante sí no sería nada fácil de lograr. Además tenía que superar uno de los mayores obstáculos de su vida profesional: Vincenzo Sforza. Sus decisiones eran definitivas, sin lugar a cuestionamientos. Y ella, para empezar, iba a cuestionar no solo una decisión, sino todo un proyecto aprobado por la junta directiva y que ya se estaba ejecutando en esos momentos.

Marcas del ayer (Sforza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora