Parte 20 "Presagio de muerte"

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Bajo el cielo del taciturno bosque, se refugiaron de la oscuridad del mundo. Desde hoy en adelante los días serían más largos, habrían muchas huidas y penurias. estaban muy conscientes de que ahora si debían ser más fuertes, debían sobreponerse ante la adversidad y lograr sobrevivir. El mundo giraba en torno a un cambio, un cambio nada bueno para los seres vivientes que se atrevían a defender su derecho a resistir y de vivir. Aquella noche era la primera para muchos en el mundo exterior. Heridos he intranquilos, todos cerraron los ojos, menos los vigías. Tenían miedo.

Los arboles disfrutaban de una extraña capacidad, parecían absorber la vida que alrededor de ellos se albergaba, eran lo bastante grandes como para trepar a ellos y lo suficientemente viejos para hablar sobre las entrañas del mundo. A los arboles de ese bosque no se les habla, no se les toca y no se les miente. Aquella noche el bosque Óbedo fue profanado por seres de piel débil. Humanos.

Uno de los vigías, Woltóckher, se adentró en la penumbra del Óbedo. necesitaban comer algo y requerían madera para hacer el fuego, aunque sería imposible por la lluvia. Movido por el instinto de sobrevivir, Woltóckher se sobrepuso a su miedo y empuñando su espada dio un cauteloso paso, la hierba mojada y hojas secas crujieron levemente, pero en la cabeza de aquel hombre, ese sonido retumbó a tal punto de no querer adentrarse y quedarse ahí, oculto bajo la lluvia, inmóvil hasta el amanecer. Una mano tocó su hombro.

- Adelante, debemos hacerlo.

Ruz, otro de los hombres designados a cuidar a los sobrevivientes pudo leer las intenciones de Woltóckher y manteniendo esa mirada fría y sin esperanza después de una gran batalla, ambos se adentraron en el bosque.

Los ruidos nocturnos eran solo algunos insectos que se desplazaban a sus agujeros escondiéndose de la presencia de esos dos humanos, de pronto una cosa se movió rápidamente delante de ellos y se detuvo mezclándose en la oscuridad. Los humanos dieron un paso atrás y las pequeñas ramas que estaban en el suelo, se quebraron a sus pies. El corazón de cada uno parecía reventar del susto. Pero aún era muy pronto para rendirse, debían seguir y dándose valor uno al otro, siguieron desplazándose mientras el cabello mojado les caía por el rostro.

Ruz tropezó con algo sólido que estaba en el suelo, era un madero viejo y mojado. Woltóckher lo recogió bajo el brazo y siguieron avanzando, siempre con las espadas listas para blandirlas. De pronto se escuchó el suave silbido de un ave desconocida, el sonido era muy suave por lo que debía ser un ave pequeña, ambos se detuvieron mirando alrededor, inspeccionando el lugar sin moverse. Otra vez se oyó el silbido, pero ahora estaba más cerca y nuevamente una pequeña sombra paso corriendo veloz frente a ellos escondiéndose en la noche. Ambos giraron en dirección al sonido de la criatura. Otro silbido se escuchó más lejos y el ave cercana a ellos respondió con otro. El bosque se estaba comunicando, el bosque estaba hablando. La alarma para los intrusos había sido activada y Woltóckher y Ruz solo pudieron mirarse y cerrar los ojos. Esta vez tuvieron una pequeña visión, cada uno pudo ver en su cabeza un sueño alegre donde estaban ellos mismos desde su nacimiento hasta el momento en que escucharon el silbido y cerraron los ojos. La muerte les soplaba en la nuca y su frio aliento les congelaba el alma. No había sido el tronco del suelo ni algún acto indebido lo que había alertado la presencia de los intrusos, pero el bosque era una enorme red de vida donde cada insecto, animal y criatura viva, compartían un vínculo de energía vital en donde todos eran como una maquinaria extraña que no se cansaba de avanzar. Mucho antes de los rebeldes decidieran adentrarse y buscar refugio en el Óbedo. los ojos del bosque ya los habían visto incluso desde antes de que los humanos siquiera lo tuvieran a la vista. Después cuando decidieron adentrarse en él, cada paso que molía las hojas secas y aplastaba el pasto húmedo, era uva verdadera puñalada para la floresta. Cada nervio de la tierra estaba conectado hasta la hoja más alta de los árboles y a través de estos canales internos se bombeaba la vida, los nutrientes para crecer y la sabiduría traída de diversas y vastas tierras lejanas. La red de vida era verdaderamente un don de la naturaleza que se negaba a morir en aquel sitio.

Cada pisada era un movimiento profano de los humanos hacia el bosque y esto no podía quedarse así. De pronto la sensación de ser observados los despertó de sus sueños. Unos ojos negros y pequeños estaban mirándolos fijamente a una distancia prudente, justo frente a ellos. Ambos levantaron sus espadas mientras la muerte ubicada en medio de los dos, los abrazaba por los hombros de una forma sutil y cuidadosa para no quebrarlos y llevárselos en el momento exacto. Los ojos avanzaron lentamente bajo la lluvia en dirección a ellos, ambos trataron de retroceder no porque lo quisieran, eran por instinto, pero algo se los impidió, era como si una masa negra invisible tras de ellos les cerrara el paso. Los ojos avanzaron lentamente hasta que un relámpago solitario iluminó por un breve instante el lugar descubriendo los ojos negros y dejando a la vista una mojada liebre negra, que con el brillo se vio azulada y de ojos naranjos. La luz del relámpago tuvo la fuerza suficiente para atravesar el espeso techo creado por la enredada arboleda, esto era antinatural, casi obra de alguien, ya que la luz jamás llegaba al interior del Óbedo. Quizás la muerte tras esos dos produjo un pequeño cosquilleo en los árboles para permitir que la luz llegara y dejara visible a esa osada liebre negra. Quizás el capricho fue solo para dejar que vieran a los ojos que los miraban antes de morir. Lo que siguió a continuación fue más simple de lo que podría contarse.

La liebre se acercó aún más y la muerte que estaba grande tras de ellos, deslizó los pulgares de sus manos por los cuellos de los humanos. eso se sentía tan suave como deslizar los dedos sobre el antebrazo. Degollados por un arma invisible que no era más que el roce de un dedo y que les dejó una profunda herida no carnal, sino más bien del alma. Ambos humanos con el cuello rebanado por las uñas de la muerte, Cayeron al suelo sin vida.

El bosque no pudo tomar sus presas por sus propios métodos ya que el espectro de la muerte que tenía asuntos pendientes con ellos, decidió tomar su parte con sus propias manos. Los insectos del bosque ni siquiera decidieron disfrutar de la carne de los humanos, pues estos habían sido tocados por la propia señora caprichosa y seguramente sus cuerpos estarían malditos ahí en el suelo por el resto de la eternidad. La liebre negra los siguió observando hasta que de un salto se perdió en el Óbedo.

-Woltóckher y Ruz ya debieron haber vuelto con algo de comer y unos troncos para guardar, apenas todos hayan descansado un poco continuaremos la marcha, no creas que nos quedaremos aquí. Además, este bosque no me gusta, como se diría por ahí. Me eriza la piel.

-creo que deberíamos ir a buscarlos.

-No será necesario, debemos mantener los ojos abiertos, estamos en el mundo exterior y dentro de un bosque maldito, yo habría preferido estar ahí afuera a la vista de cualquier criatura carroñera. Incluso no me importaba ser descubierto por algunos delirantes, pero no esperaba que pasáramos la noche aquí dentro.

- Ocultos de unos peligros y expuestos a otros, aunque no sabemos. Yo pienso que solo son viejas habladurías de antaño. No deberíamos temer.

- Ni siquiera los Lutars se adentran en el Óbedo, no han podido quemarlo ni menos cruzarlo. Para llegar al otro lado ellos deben bordear muchas leguas hacia el este, pero prefieren eso a adentrarse en él.

-Yo no esperare más, tengo mucha hambre y aunque no me quede nada de suerte iré a cazar carne fresca. Si he de morir no será de hambre mi muy buen amigo.

El vigía se levantó de la roca donde estaba sentado y apretó su cinturón, desenvainó una espada mediana, hecha para presas menores y se dispuso a partir. En eso, algo apareció entre los arbustos. Dos ojos pequeños y negros los observaban a ambos fijamente como queriendo leerles los pensamientos. Ambos se quedaron mirando aquellos brillantes ojos negros.

El presagio de la muerte se había presentado frente a ellos.


Omar Besker

Omar Besker

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