La sociedad había cambiado en gran medida a través de los años hasta alcanzar el perfeccionismo buscado, creando así un mundo donde no existían problemas ni dificultades, todo seguía un proceso, patrón o instrucciones para evitar que algo cruzara la...
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"Oh, dulce gente, ¿qué estamos haciendo?, dime lo que está pasando, todo lo que hemos construido cae y se ha ido... oh, dulce gente, ¿no tienes amor por la humanidad? ¿Tienes que seguir matando solo para pasar el tiempo?... oh, dulce gente, ¿a qué juego tan sin sentido hemos estado jugando? –A.
Las hojas bailoteaban con la brisa y aquel papalote flotaba como un ave surcando el cielo nocturno, su madre le había pintado la cola con un trozo de betabel que había fungido de pincel rojo y le había sujetado pequeños lazos de colores no permitidos, y a pesar de la oscuridad en su mente podía ver con claridad todos esos colores brillantes agitándose en la brisa.
-Todos deben estar durmiendo así que puedes volarlo por unos minutos antes de ir a la cama-
A sus nueve años fue consciente por primera vez de por qué los niños no jugaban con otros, por qué debía pintar en el cuarto especial de la casa y no afuera, por qué no podía rodar por el césped como el tronco de las historias que le contaban por las noches. Su abuelo decía que vivían en una prisión gigante y solía contarle sobre países donde las personas eran distintas, que algunas bailaban al son de las castañuelas, otros tantos al sonido de los tambores y que usaban ropas de colores que delataban sus raíces; todo era tan fantástico en aquellas historias y letras ocultas por portadas viejas hechas de cualquiera material disponible, que no comprendió por qué habían prohibido esas cosas cuando él estaba seguro de que hacían a las personas felices.
Se sintió muy triste cuando el abuelo los dejó. Personas vestidas de blanco mostrando solo su cara habían llegado a su hogar y mientras le sacaban en una camilla cubierto con mantas de aquel horrible color níveo, les avisaron que podrían encontrarlo en uno de los tantos árboles que sembraban en los alrededores usando como incubadoras los cuerpos de los fallecidos en las tan conocidas cápsulas mundi. Quiso decirles que al abuelo le gustaba el color naranja y no el blanco, pero la mirada de su padre le dijo en silencio que los secretos nunca debían abandonar sus labios frente a personas como esas, así que solo se mordió el labio esperando que las palabras no se le escaparan al igual que las lágrimas que habían cubierto sus mejillas la noche en que él se apagó.
En ocasiones miraba por la ventana, veía pasar a las mismas personas todos los días haciendo casi exactamente lo mismo excepto por pequeñas variantes, un estornudo quizás, el sol molestándole a alguien en la cara, pero casi podía escuchar sus voces repitiendo el diálogo de siempre, ese carente de emociones que no buscaba nada más que servir para no olvidar el idioma y antes de notarlo las personas comenzaron a parecerle robots como esos que vigilaban las calles.
Su familia decía que en el cielo había más de lo que podían ver y luego escuchaba aquellas palabras que volvían todo un simple color u objeto que estaba ahí porque así había sido siempre; le quitaban el ensueño a todo a su alrededor y en algún punto todo se volvía obsoleto, blanco o negro y pronto las ilusiones se volvían lejanas, como brisas pasajeras. El exterior era tan triste y el encierro tan maravilloso en su mundo personal, en ese que solo unos cuantos podían entrar.