14 · Soldia de Zérir

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Si había algo que caracterizase a la colonia de los Zérir era el misterioso templo de las afueras de la colonia. Se decía que estaba maldito por el mismo Astherion, aunque nadie hacía caso a aquello tras su desaparición en la Caída de los Monarcas.

Hacía días que nadie pasaba por allí. Los hombres se habían ido a la Capital para servir a los Maestros, ayudarles contra la herejía de Azórah y Hároded Nylo, así que en su ausencia el santuario permanecía vacío y el viento arreciaba fuerte en él sin miedo. Parecía que la piedra hablaba entre el vendaval y el silencio, pero no era real.
Varios días después de la ida de los profetas del templo, una joven se acercó con el fin de saciar su curiosidad. La guiaba su imperiosa necesidad de saber cómo obtenían los profetas sus respuestas. Sería que ella también buscaba algunas aunque no supiese cuáles eran las preguntas exactamente.
Aquella mujer no debería tener más de veinte años, su torpeza era sin duda lo más destacable de ella. Su larguísima melena negra caía sobre su espalda recogida en diminutas e infinitas trenzas que se desordenaban sobre sus hombros, su piel morena contrastaba con sus ojos verdes y las marcas blancas artificiales de su cuerpo determinaban la colonia a la que pertenecía.
Una enorme línea blanca dividía su espalda y su rostro, mientras miles de destellos se dibujaban bajo sus ojos.
Con el paso firme traspasó el zaguán de la entrada y observó que aquel templo estaba completamente desierto, no había un solo adorno decorando la pared o un motivo en las columnas de piedra fría y agrietada, tan sólo estaba ella y el ya mencionado viento.
Continuó caminando hasta el final de la estancia hasta que el carraspeo de una voz sonó a sus espaldas sobresaltándola, sin embargo al girarse ya no había nadie.
Para cuando volvió la vista una figura envuelta en oscuridad había aparecido ante ella y del miedo cayó de rodillas sin poder decir nada.
-¿Qué buscas en este templo?-inquirió una voz suavidad.
-Lo que buscan todos los hombres-susurró ella que permanecía de rodillas tratando de mantener la calma.
-Tu nombre es Soldia de Zérir, ¿no? Eres la hija mayor de los guardianes de Zérir-dijo la voz.
La joven asintió y la silueta le ordenó con un gesto ponerse en pie.
-¿Qué buscas en mi templo? ¿Qué deseas saber?
-¿Tú templo? Este templo sólo venera a los dioses.
La sombra caminó hacia ella, observó su pelo con curiosidad y los dibujos de su piel. Desvaneciéndose en el aire, volvió a aparecer al lado de la puerta. Su silueta se dibujaba a contraluz.
-Venera a los dioses, ¿acaso los conoces a todos?
La joven quedó aturdida por la pregunta.
-No.
-Pues yo soy uno de ellos.
-¿Cómo sé que es cierto?
-No lo sabrás. Así que dime qué es lo que te inquieta.
-La guerra. Lo de Astran y Nylo, los Maestros, ¿es cierto?
-Sí y pronto llegará el día en que la veas llegar.
-¿Cuándo?
-Dentro de trece meses exactos, cuando el Astherion estalle, será entonces.
-Mi colonia es débil y humilde, no hay manera de que podamos sobrevivir a una guerra.
-El ejército de fuego arrasará con todo, así debe ser y la Antigua Kadya y la Nueva morirán para resucitar libres de todo mal y codicia.
-¡Morirán inocentes!
-Pero tú no puedes hacer nada, Soldia de Zérir.
-Pero si eres un dios, tú podrías, ¿no?
La sombra permaneció en silencio, inquieta. Esbozando una sonrisa que Soldia no logró percibir añadió:
-Soldia, ¿querrás ayudarme entonces?
-Sí-dijo sin titubear-. Haré lo que sea necesario para salvar Zérir.
Ante la determinación de la joven, el hombre de la oscuridad posó su gruesa mano sobre la frente de la mujer. Susurró unas palabras en un idioma diferente al de ella y acarició sus mejillas.
Soldia cerró los ojos y cayó en un profundo sueño en los brazos de la silueta que sonrió con maldad al sentir el frágil cuerpo de la mujer entre sus brazos.

***

Llovía con tanta intensidad que las calles habían comenzado a anegarse. La lluvia ensordecía las calles de todo Kadya y los ríos se desbordaban arrastrando consigo las flores que crecían por la orilla, a pesar de esto todo permanecía usualmente tranquilo.
La colonia de los Hexes, en la región de Riceo permanecía alerta, en los últimos días, soldados de la fortaleza se habían llevado a hombres cambiantes con fines bélicos y aquello había perturbado por completo a las gentes.
Una joven permanecía en el interior de su cabaña casi a las afueras de la colonia, miraba la hora desesperada, como si esperase allí a alguien más y a causa de los nervios, se mordía el labio intranquila mientras golpeaba con su uñas la mesa en la que se apoyaba.
-Gya,-dijo una voz desde fuera-ábreme.
La joven mujer hizo caso al sentir la voz de la persona que llevaba minutos esperando. Con impaciencia, giró el pomo dejando que un hombre envuelto en pieles beige entrase deprisa encharcando el suelo con el agua que caía de sus ropas y del exterior de la estancia.
-¿Por qué has tardado tanto?-le reprochó.
-Escúchame, no tengo demasiado tiempo, Gya y necesito que hagas algo por mí.
-¿Qué es lo que está ocurriendo, Ciro? ¿Por qué se va la gente?
-Va a estallar una guerra entre los Maestros y esos críos de la isla Magna, van a despertar a Astherion-dijo mientras se quitaba sus prendas empapadas.
Era consciente de que debía irse pero la idea de abandonar a Gya le intranquilizaba.
-Ya sabes que como cambiante tengo una función que cumplir...-susurró cabizbajo-He sido entrenado para ser uno de los Maestros.
-Nunca he entendido bien esto la verdad.
-Nunca les hemos importado y las cosas han empeorado por culpa de esa gente.
-¿Entonces crees que esos tiranos tienen razón?
-No lo sé...
-Uno no se despierta una mañana completamente ido y decide despertar a Astherion. Los Maestros ocultan algo.
-Pero ya has visto lo que le han hecho a la colonia de Edgos en nombre de Astherion. Esos dos no tienen perdón.
-No creo que hayan sido ellos, Ciro.
-Se supone que tú no crees en dioses.
-Pero ellos sí y deben existir sino no tendría sentido que los Maestros les declarasen la guerra si no se viesen realmente amenazados.
-Te juro que no te entiendo. En qué crees.
-En ti. En mí y en que hay algo que no sabemos. Quizás hay algo en esa isla, no Astherion, no un dios. Pero sí algo que pueda terminar con todo lo que conocemos.
Confundido y atónito por la respuesta de Gya, Ciro caminó hacia ella mojando el suelo de madera que crujía bajo sus pies, observó un instante el rostro de aquella chica que había estado a su lado por años, no podía evitar quererla.
Contempló cómo su recogido se iba deshaciendo poco a poco y algunos mechones rubios caían sobre su frente.
Ciro quería y deseaba retener la belleza de su compañera en su memoria, más de lo que podía permitirse debido al escaso tiempo que le quedaba en aquella colonia.
A su vez, Gya examinaba con cautela el rostro de aquel hombre que estaba a punto de desaparecer de su vida como si nada, de algún modo quiso imperdirlo, fue por eso que se acercó a él y coló tras su nuca sus huesudos dedos.
Posó su mirada en sus gruesos labios entreabiertos respirando con fuerza por el cansancio y el estrés.
Gya se puso de puntillas levemente, la oscura mirada en los ojos pardos del chico reparó en sus ojos. Sus pupilas permanecían diminutas y ella se sintió igual al comprender que nadie le detendría.
-Al menos dime que no piensas que estoy loca-susurró Gya en un hilo de voz.
-Sé que no lo estás.
Gya besó a Ciro levemente y se alejó de él en un movimiento pausado como si desease que él agarrase su mano y le detuviera, pero no lo hizo. Ante aquello la sonrisa que se había asomado entre sus labios se esfumó por completo y con el rostro serio añadió:
-Descubriré la verdad, Ciro y volverás a casa.
-No voy a permitir que arriesgues tu vida por la mía.
-No te he pedido permiso.

***

-Vamos, despierta, no hay tiempo que perder. ¿Recuerdas cuál es tu misión?
-Aniquilar al impostor.
-¿Cómo es su nombre?
-Xerion.
-Bravo, Soldia.

KADYA'S SACRIFICEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora