15 · Cíclico

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Azórah cerró los ojos un instante. Sentía todo el poder de los Astran en las yemas de sus dedos, fluyendo por sus venas, incansable.
Se miró al espejo para contemplarse a sí misma y al hacerlo, observó su piel iluminada por extraños dibujos síntoma de su fuerza. Sonrió ante aquello y alzó su mano hacia el espejo, odiaba tanto su reflejo...
La idea de que había permitido que Hároded se fuera removía sus entrañas, pero no podía exteriorizarlo y todo por culpa de aquella dichosa promesa que le había hecho a Cora.
Al menos ahora creía  saber toda la verdad, ya tenía lo que quería pero la satisfacía, ni aplacaba su furia ni su confusión. De hecho, ahora estaba más confusa que nunca.
Sin apartar la mirada de su reflejo, Azórah cerró su puño y el cristal se quebró de golpe en mil pedazos, con tanta rapidez que algunos llegaron a alcanzar a la diosa que se mostraba apática.
Zórah buscó con la mirada el mapa de la pared y volvió a alzar su mano contra él, sin embargo al observar su mano se dio cuenta de que los mismos dibujos que recorrían su piel eran exactos a los del mapa. Aquello no pareció sorprenderle, pero por alguna razón se sintió atraída hacia él.
Empezó a caminar lentamente a medida que su piel resplandecía con más y más intensidad.
Posó sus dedos en la pared fría, justo en el volcán de la isla Magna, pero nada ocurría.
-No lo entiendo...-susurró desconcertada-Tischea deo biera Kadya...
Tras pronunciar aquellas palabras, la luz cegó a Azórah y empezó a quemar su piel, el dolor se hizo tan intenso que sus gritos llenaron la estancia y la luz terminó por devorarla a ella también de forma casi irremediable, hasta que la joven desapareció tras la pared engullida por la luz.

***

Yara se despertó agitada tras escuchar un fuerte sonido proveniente del exterior. Sin embargo, Hároded seguía dormido a su lado respirando profundamente, como si la luz del amanecer no le molestase en absoluto.
La mujer se acercó a la ventana con cautela y se asomó fijando su mirada en las calles abandonadas de la colonia, pero no lograba ver nada con nitidez tras aquellos cristales sucios.
-Hároded, despierta, tenemos que irnos-susurró sin desviar apenas su mirada-, ¡Hároded!
El chico comenzó a abrir los ojos y a estirarse ajeno a lo que pasaba, sin embargo en seguida se alarmó y comenzó a vestirse con rapidez.
-Mierda-susurró furioso-, nos han encontrado.
-¿Qué?-preguntó Yara desconcertada.
-Los Maestros tienen ojos en todas partes, esto está abandonado, si has oído algo seguramente serán ellos.
-No sé cómo han podido localizarnos tan pronto. Tenemos que salir de aquí...
Hároded cogió su espada instintivamente y agarró la mano de Yara mientras salían por la puerta. Bajaron con rapidez las escaleras de madera que no dejaban de crujir a cada paso y con cautela esperaron tras la puerta hasta que aquel extraño sonido dejó de oírse.
-¿Qué se supone que era eso?-preguntó ella mientras se recogía el pelo.
-Son mencelobis.
-¿Qué? Creí que eran nocturnos y que nadie podía domarlos.
-Los Maestros pueden, no hay nada que no tengan en su poder, tienen tibaltos, mencelobis, kiréns, quizás tengan más bestias, no podemos fiarnos ni bajar la guardia si queremos salir de esto con vida.
-Yo te metí en esto y yo te protegeré, sólo tenemos que salir de aquí y estarás a salvo. Confía en mí.
-Y confío en ti, Yara, de lo contrario no estaría aquí.
Un feroz rugido sonó cerca de la puerta y ambos se apoyaron contra ella.
-No tienen olfato, los mencelobis, ni siquiera tienen el oído desarrollado, pero su visión es potente, es térmica y nocturna. Por el día se anula, así que si nos mantenemos quietos se irán.
-¿Cuántos crees que hay?
-A juzgar por los rugidos creo que tres.
-Sólo escucho dos...
-Pon atención, el tercero está algo más lejos, tendremos que salir por detrás.
-Está bien, te sigo.
Yara y Hároded esperaron a que las bestias se fuesen alejando. Tan pronto se dejaron de oír aquellos bufidos, ambos se dirigieron hacia la parte de atrás de la casa y observaron una ventana tras un pequeño cuarto escondido al final de un estrecho pasillo, a medida que avanzaban los segundos sentían como el peligro aumentaba.
Hároded abrió la ventana con sumo cuidado y sin mirar a la chica introdujo su pierna derecha por ella, al hacerlo sintió cómo Yara le retenía.
-¿Qué ocurre? No hay tiempo para detenerse-preguntó con impaciencia.
Yara besó a Hároded como si aquella fuese a ser la última vez que tuviese la oportunidad de hacerlo. Sin embargo Hároded se mantuvo indiferente con los ojos abiertos completamente.
Yara no era tonta, lo entendió al instante y se alejó de él. Le hizo un gesto para que saliese, éste asintió y saltó por la ventana ofreciéndole ayuda a Yara.
-Será mejor que evitemos el oeste, sigamos por allí-señaló Yara.
-Tardaremos meses en cruzar Kadya...-susurró Hároded.
-¿Prefieres que te maten?
-No, pero deberíamos hacer alguna parada para conseguir un medio de transporte.
-Iremos a Ghaetra, es la colonia de paso más cercana.
-¿Y después?
-A Mathor.

KADYA'S SACRIFICEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora