2: Café, paranoia y chicas raras.

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2.

«Café, paranoia y chicas raras»

Hay días en los que Bob se despierta con un humor de perros, y yo debo pagar las consecuencias. Hoy es uno de esos días, lamentablemente.  Él me había despertado temprano con la única excusa de que debíamos grabar hoy. Obviamente, yo protesté, pero jamás gano si alzo la voz, él siempre es el vencedor. Así que aquí estoy, con una cara de zombi mientras maldigo a todos los humanos del planeta.

—Camile, ¿Por qué mierda tienes que ser lesbiana? —ese, obviamente es Zayn, quien en ocasiones me acompaña al estudio. A su lado se encuentra Louis Tomlinson, otros de mis pocos amigos, quien se burla de él como si eso le subiera la autoestima.

—Vamos, Zayn, ¿Por qué no se ha enamorado de ti? Aun no lo entiendo, se supone que le gustaban las mujeres.

—Muy gracioso —gruñe el moreno, con una mueca.

—Cierren la boca, los odio —refunfuño, recostando mi cabeza en el asiento del auto, y cerrando un momento los ojos.

—Niall, te ves mal —se burla Louis, golpeado mi hombro.

— ¿Qué esperabas? ¡Son las diez de la mañana!

Si, las diez de la mañana son demasiado temprano para mí. ¿Ok?

—Necesito café —bufo, pasando mis manos por mi rostro, como si eso quitara el cansancio —Si, un buen café no me haría nada mal.

Y como si Dios estuviera escuchándome, pasamos por una cafetería que se encuentra abierta. Sonrió de lado.

—Paul —llamo al conductor, quien me mira por el rabillo del ojo.

— ¿Sí, señor Horan?

— ¿Podrías parar aquí? Comprare un poco de café.

—Yo lo hare por usted —me corta, y rápidamente se detiene frente a la pequeña cafetería dispuesto a bajarse. Ruedo los ojos.

—Vamos, tengo pies, y soy capaz de comprarme un café solo.

—Pero… —Paul trata de decir —Los paparazzi…

— ¿Qué? ¿Dirán que engaño a Tiffany con un café? —me burlo, abriendo la puerta. Mark, uno de los guardaespaldas que se encuentra en el asiento copiloto se pone alerta.

—Iré con usted —exclama, aclarándose la garganta.

—No tengo diez años, joder. Puedo hacer esto solo —les frunzo el ceño, y ellos al instante se mantiene en silencio. Vuelvo a sonreír, y salgo del auto colocándome las gafas. Los paparazzi, que nos habían seguido en su gran furgoneta se apresuran a bajarse uno a uno, y antes de que se les ocurra abalanzarse hacia mí como si de un pedazo de carne fresca se tratara me apresuro a entrar a la cafetería.

Lo primero que noto, o más bien, olfateo, es el dulce aroma a café. Aspiro un poco y camino hacia la barra de pedidos, el local está casi deshabitado, si no fuera por una pequeña anciana y un señor con traje que parece bastante apurado.

El chico de la caja levanta la mirada al verme, unos rizos le tapan los ojos y él se apresura a quitárselos. Me observa con un ligero entrecejo fruncido —Buenos días —dice, un poco desconcertado —. ¿Qué desea ordenar?

—Mmm, ¿café? —digo, ladeando la cabeza. El chico bufa algo avergonzado.

—Claro, café. ¿Cómo lo quiere? Tenemos Capuchino, Piccolino, el típico café americano, café brulé,  el criollo…

My Little Birdie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora