—Creo que debes marcharte, Ro —opinó Levan observando fijamente el fantástico reloj de arena blanca que te había obsequiado Éran. El polvillo níveo que restaba era escaso, peligrosamente escaso.
Siendo objetiva, opinabas lo mismo. No habían hallado ninguna información útil en todo ese tiempo y la apuesta amenazaba con terminar. Pero ¿tenía que ser en ese momento cuando todo estaba marchando bien? ¿Cuánto tiempo debería evadir a Éran?
—Deberías marcharte hoy, si es posible —reiteró Levan, los granos se deslizaban con pereza, pero no dejaban de fluir.
—Hoy —repetiste, más que nada para hacerte a la idea. Tal vez no podrías despedirte de Giova. Como casi todos los días, él estaba dedicando unas horas a visitar el hospital general de la ciudad. Pero aquella corazonada que te perseguía, se sentía más apremiante.
Y cuando te decidiste, Ro, fue demasiado tarde. Aunque, viéndolo todo desde este punto, siempre había sido demasiado tarde.
Ni bien te tornaste, uno de los criados apareció para anunciar la llegada del boticario. Fue entonces que la pesadilla inició. Levan y tú se paralizaron, intercambiaron una mirada significativa y un sudor frío recorrió tu espina. Imprevisto e inusitado, la misma manera como Éran aparecía, pero ahora se apercibía como una sombra inminente. Era demasiado pronto.
—Hace mucho tiempo, Ro —saludó Éran con la fina voz que ya le conocías.
Hizo un ademán de saludo a ustedes dos y no pareció en absoluto sorprendido ante la presencia de Levan. La sutil aura hechizante y carismática que emanaba de él se sentía pesadamente turbadora. Te dedicó una sonrisa afable antes de penetrar en el ambiente, desatendiendo por completo el aire de tensión que se había elevado.
—Levan Biscaro, casi había olvidado tu rostro —comentó el boticario con un tono anecdótico.
Tuviste la sensación de que Levan estuvo por replicarle, y algo no muy agradable. Había un brillo de determinación airada en sus ojos, pero aún así se contuvo. A pesar de que el boticario era la razón de su búsqueda, era plenamente consciente de su impotencia ante él. Sabía que no era el momento, tal vez nunca sería el momento. Pero para ti era distinto.
—Éran, ya no eres bienvenido en esta casa —espetaste con una firme contundencia. Él se volvió a verte. Te erguiste con toda la entereza de la que fuiste capaz y clavaste tus ojos en él, nunca te habías dirigido a él de esa manera. —Sé todo lo que has hecho. No quiero volver a verte más o que vuelvas a poner un pie en esta casa.
Éran inclinó levemente la cabeza, y te descompuso encontrar que no parecía abrumado, sino divertido. Como si estuviera en una situación que ya había anticipado. Sus ojos turquesas relampaguearon de una manera misteriosa. Por primera vez, un estremecimiento desconocido te atravesó al estar en frente de él.
—Te equivocas, mi pequeña Ro —dijo él, despreocupadamente—. No sabes todo lo que he hecho, nunca podrías. Y debo decirte que aún no puedo marcharme. Hay algo que debemos resolver tú y yo. ¿Recuerdas?
Aunque te causó un efecto intimidante, su voz no dejaba de ser armónica y encandiladora. Éran recorrió distraídamente el recinto hasta llegar al punto donde se encontraba el reloj de arena, y lo contempló por un instante. Levan y tú observaron su trayecto, inmóviles, casi petrificados.
—Y aunque me lo pidas, Ro —continuó él—. No podría dejar de frecuentarte.
—¡No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando! —prorrumpiste, exasperada, tus uñas se clavaban en tu piel. Sin embargo, de nuevo, Éran pareció recibir aquel exabrupto con una calma grácil.
—Te equivocas también en eso —repuso con tranquilidad y un halo de conmiseración—. Mi pequeña, tú no puedes ordenarme nada. Eso sería contradictorio. Un sin sentido.
—Ésta es mi casa, y aquí te puedo ordenar todo lo que quiera.
—El problema no es el lugar —replicó Éran, reanudando su marcha lenta por la sala—. Eres tú.
Él permitió que aquellas palabras vagaran en ese espacio mientras se aproximaba a uno de los alfeizares. La luz de la tarde lo bañó, y por un instante, pareció que él mismo emanaba ese resplandor. Una criatura hermosa, angelical y centelleante.
—¿Recuerdas nuestras largas pláticas donde te narraba historias de mis clientes? —preguntó entonces.
—Mentiras todas.
—Te aseguro que no —corrigió él—. Estaban incompletas tan solo, pero ninguna de ellas fue mentira. Como te dije una vez, siempre te he sido sincero. Y gracias a tus nuevas amistades —dijo esto volviendo su vista ligeramente para apreciar a Levan de soslayo, con cierta indiferencia—, sabes ahora que toda historia tiene al menos dos versiones. Y aquí es donde entras tú, mi pequeña. Tú siempre fuiste la parte incompleta de una historia.
Estuviste a punto de acallarlo, pero aquello último te estremeció, y él pareció disfrutar aquel momento de perplejidad. Ahora lo veías claramente, él siempre había gozado jugar contigo de esa forma.
—¿Nunca te preguntaste porqué tus padres me abrieron las puertas de tu casa tan alegremente? —inquirió el boticario—. ¿Por qué te entregaron a mí con tanta confianza? ¿Qué clase de bien les concedí para que se sintieran en deuda?
Aunque quisiste permanecer firme y grave, aquellas preguntas arremetieron contra tu temple. Te las habías hecho en algún momento, pero no les diste importancia.
—¿Recuerdas esa historia, Ro? Fue la última que te narré. Aquella sobre dos jóvenes enamorados. Fueron mis clientes predilectos porque intuí que de ese lazo iba a surgir algo especial. Tus padres siempre le daban tanta importancia a la apariencia. Incluso cuando supieron lo tu soplo, lo primero que hicieron fue jactarse ante los demás. Ellos nunca supieron apreciarte de la forma como yo lo hago.
Siempre había sido demasiado tarde, Ro. Para ti, para mí, para nosotras.
Una luz tornasolada, absorbente, angelical y demoníaca pareció iluminar los ojos del boticario. Lo viste por fin, diáfano e innegable.
—Oh, mi pequeña —emitió Éran con una sonrisa gentil—. Tú eres más mía que de ellos, siempre lo has sido.
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El boticario de las almas perdidas
FantasySola y sin recuerdos. Así es como Ro despierta. Sin embargo, todas las respuestas que necesita se encuentran contenidas en una carta dirigida a ella. Una carta que narra su pasado. Una historia que evoca sonrisas infantiles, sueños inocentes...