24. Una oportunidad

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El plan de tu vida había sido estudiar en una costosa universidad. Una mujer con educación superior era algo vanguardista, y por lo general, las pocas que lo lograban lo usaban como un aditamento más para conseguir un buen esposo. Por supuesto, para ti no iba a ser un simple adorno, sin embargo, tus planes cambiaron radicalmente en ese entonces. Cuando decidiste viajar a la capital con los Biscaro, todos imaginaron que estabas dejando a la espera tus planes para asegurarte una retahíla de contactos importantes. Y nadie pensó que en realidad no considerabas regresar a no ser que cumplieras tu cometido. E ignorabas cuánto tiempo te iba a tomar.

Aquel tiempo no quisiste más que enfocarte en lo que debías hacer. En cierta forma, era menos doloroso que afrontar lo que habías perdido. A veces, Ro, las personas pretenden retrasar el encarar el dolor y su significado, con la falsa esperanza de que eso lo haga desaparecer.

Y para ti, al menos, las noches eran fatales. No podías evitar sentirte nostálgica al ver las estrellas aparecer. Era imposible no mirarlas, y era imposible no recordar a Giova. Ahora sus palabras, en otro momento fueron dulces y tiernas, pesaban sobre ti como una maldición. Y esos meses, un desagradable asomo de culpa había empezado a cobrar forma.

Tal vez por eso, no percibiste a plenitud el movimiento y esplendor de la capital. Había un aroma a modernidad y grandilocuencia que apenas pudiste atisbar. Lo único en lo que pensabas era en cómo ibas a encontrar a Éran en un lugar tan enorme. En ese entonces, todo se te antojaba tan superficial.

Ni siquiera tuvo que transcurrir un día para que recibieras una invitación para un baile. Una reunión de gente de alcurnia.

—Por lo general, el boticario frecuenta este tipo de reuniones en la capital —explicó Levan mientras almorzaban en el salón principal del hotel luego de que te informara que él asistiría junto con su hermana—. Posiblemente nos enteraremos de algo ahí.

—Entonces yo también iré —decidiste de pronto. No obstante, él se mostró reservado.

—Me parece excelente que quieras cambiar de aires, pero creo que antes deberías salir a conocer la ciudad. Distraerte un poco —opinó a modo de consejo.

Te lo decía en referencia a las veces en las que Leira se había ofrecido fungir de guía para enseñarte la ciudad, pero tú habías declinado todas. No te sentías de ánimo para hacer paseos o turismo. En realidad, no te sentías de ánimo para nada.

—Estoy bien así —replicaste, fastidiada. Levan frunció levemente el entrecejo y supiste entonces que iba a soltarte otro discurso.

—Ro, eso no está bien. Llevas recluida varios meses y...

—Estoy en la capital, eso no es estar recluido.

—Sabes de lo que hablo —atajó él, con firmeza—. Escucha, estuve de acuerdo con esto, pero no somos máquinas. Y no me parece bien que...

—A mí no me importa lo que te parezca bien o mal, tú no...

—Pues si no sales entonces no vas al baile —contrapuso él—. Si no sales hoy, no voy a escoltarte, y tendrás que ir sola.

No tuviste nada que decir en contra de eso. Era una regla de etiqueta que una joven se presentara a ese tipo de reuniones con una escolta. No era que te importara mucho las reglas de cortesía, pero sabías que si te presentabas a ese círculo de esa manera, sólo estarías arruinando tu introducción. Tal vez podrías buscar alguna otra escolta en esos días.

Sin embargo, ese día los hermanos Biscaro te sacaron casi a rastras del hotel. Sabías bien que lo hacían empujados por las más buenas intenciones. No obstante, no estabas segura de estar lista. No sabías si algún día estarías lista para regresar al mundo normal. Te preguntabas si es que acaso Giova hubiera podido estar disfrutando de un paseo como ese de no haberte cruzado en su camino. Te sentías culpable por disfrutar de momentos así sin él. Imaginabas que tal vez él pudiera haber vivido varios años más si no hubiera sido tan importante para ti; después de todo, Éran lo eligió a él porque tú lo habías hecho primero. De no haber sido así...

—Ro, si buscamos razones y culpables podríamos remontarnos al inicio de los tiempos —interrumpió Levan tus pensamientos.

—¿Estás leyendo mi mente?

—Ya te he dicho que esa no es la única forma de entender a una persona.

Siendo sincera, Ro, las características de las que estabas hecha te habían tornado una persona distante de las demás. Tú posición y tu don. Con el tiempo los verdaderos amigos que restaban fueron reduciéndose y era difícil que confiaras en alguien. A veces las personas son así. Difíciles de acceder. Pero una vez superada esa barrera, no había límites para la lealtad que podías profesar.

Y fue bastante afortunado que les hubieras abierto las puertas a ellos dos. Y realmente, de ellos, Levan podía comprenderte mejor que nadie, al ser semejante a ti.

—No hay forma de saber qué nos deparara este viaje —continuó él—. Si tendremos éxito o no, pero creo que debemos vivir bien incluso estos momentos... con tensión y todo. Lidiar con lo que nos ha pasado, aceptarlo. Viste como terminó Vera Sespero. Yo no quisiera terminar así, tampoco que tú lo hagas. Tenemos sólo una oportunidad para vivir, no podemos entregarla a la desazón y el lamento. Es sólo una oportunidad, una sola.

Aunque lo había dicho con ese mismo talante obstinado, había un optimismo luminoso en sus palabras. A pesar de que no te gustaba admitirlo, él era más maduro que tú. No fuiste consciente que fue ese uno de los momentos en que habías empezado a sanar, a hallar el consuelo que necesitabas por más que esa culpa siguiera pesando sobre ti como un yugo.

Y también debías admitir que él tenía razón. Debían superar los lamentos, pues ignoraban lo que vendría después. Debían hacerlo pues sólo tendrían una oportunidad.

Debían hacerlo porque uno de ustedes no iba a terminar aquella travesía.


El boticario de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora