—¿Es cierto que te reúnes a menudo con el boticario? —te preguntó Mariana con unos ojos brillantes de admiración.
—Algunas veces.
Había un dilema que había surgido en tu mente. Uno pequeño como una semilla tímida, pero ahí estaba y con el tiempo sólo fue fortaleciéndose. Nunca te había importado tu posición, o la envidia con la que observaban a tu familia. No pretendías que este hecho estableciera el valor que te dabas a ti misma. Sin embargo, tampoco querías cambiar esa situación.
Tu estirpe era importante, así había sido siempre, y tú no tenías intención de que eso cambiara. Querías continuar con el legado, como te correspondía. Te encargarías de los negocios de tu familia cuando fueras capaz, velarías por tus trabajadores y los que confiaban en ti. Y por supuesto, mantendrías la amistad legendaria que tu familia tenía con el boticario.
Eso se esperaba de ti. Ese era tu deber.
—¿Qué es esto?
Le preguntaste a Éran. Él había desenvuelto un magnífico objeto frente a ti. Era reloj de arena, pero no parecía uno común sino un artículo de colección digno de entrar en cualquier subasta. Tenía los bordes dorados y arabescos plateados, la arena del interior era de un níveo puro. Y el cristal al contacto con la luz reflejaba un arrebol hermoso.
Éran le dio la vuelta y caíste en cuenta que además de su apariencia, aquel artefacto debía ser particular en algún sentido, puesto que la arena no caía a una velocidad normal. Sino que se tomaba su tiempo.
—Hagamos esto más entretenido —explicó Éran—. Nuestro acuerdo tiene un tiempo límite, pero estoy esperando ser el vencedor al momento en que se termine la arena del reloj. O tal vez antes.
—Pareces muy confiado... Éran.
—Para ser sincero, lo estoy.
Habías notado ese aire juguetón que a veces expedía Éran. Nunca lo había emitido con tu padre o tu madre presentes, sólo contigo. Sin embargo, no era una muestra de confianza. Parecía más bien que se estuviera divirtiendo con una broma que tú no podías comprender. Y eso no te agradaba mucho. Pensaste que él todavía te seguía viendo como una niña.
—Éran... ¿puedo hacerte una pregunta? —te atreviste a formular.
—Desde luego.
—¿Por qué te dedicas a cumplir deseos?
El boticario te observó con afabilidad. Casi con conmiseración.
—Mi pequeña Ro, puedo hacer algo mejor que responder esa pregunta. Puedo hacer que tú misma te la respondas.
—¿Cómo así?
—Historias. Si llegas a conocerme, el día en que me necesites no dudarás en acudir a mí —respondió él con simpleza, y te pareció que estaba siendo sincero—. Cuando se vive tanto, se llega a recolectar una interesante serie de historias. Puedes hacerte una idea de lo que soy cuando escuches algunas. También tal vez podrás hacerte una idea de ti misma.
—¿De mí?
—Desde luego. ¿Para qué sirven las historias si no son para conocernos a nosotros mismos?
Los brillantes ojos del boticario parecieron deleitarse con alguna idea desconocida.
—Entonces, ya sé qué podría contarte, mi pequeña —dijo con una sonrisa dibujada en sus labios, su gesto sin embargo, fue algo tenebroso—. Una historia sobre monstruos.
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El boticario de las almas perdidas
FantasySola y sin recuerdos. Así es como Ro despierta. Sin embargo, todas las respuestas que necesita se encuentran contenidas en una carta dirigida a ella. Una carta que narra su pasado. Una historia que evoca sonrisas infantiles, sueños inocentes...