32. La última carta

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Llegó de improviso, nuevamente sin firmar pero era innegable. Era él. Esta vez indicaba un día, una hora y un lugar. No decía más. Este encuentro sería secreto y tú entendiste porqué.

Sentiste el peso de una maldición sobre tu cabeza como una espada de Damocles, y un temor salvaje y conocido te susurró al oído. Desconocías la nueva estratagema de Éran pero inferiste hacia dónde parecía apuntar.

Levan y tú habían acordado que enfrentarían juntos al boticario, que si iban a jugársela por la victoria o la fatalidad, iban a estar uno al lado del otro. Pero fuiste incapaz de decírselo. Decidiste no hacerlo. Esta sería la última vez que verías a Éran a la cara y lo harías tú sola. Si fallabas, al menos quedaría Levan. Sabías que él no se rendiría y que intentaría cazarlo hasta el final. Pero siendo así, tendría al menos una oportunidad más para vencer al boticario. Y tal vez él sí tendría éxito, y podría vivir. Y eventualmente podría reconstruir su vida, seguir adelante. Ser feliz. Tal vez ambos no serían libres, pero te bastaba pensar que al menos él lo lograría.

Te aterraste al advertir que incluso en esa proyección ya te dabas por derrotada. No podías evitar verlo así, pero aun así no ibas a correrte de esto. No ibas a permitir que el boticario jugara con la vida de aquellos a quienes amabas. No ibas a soportarlo una segunda vez. Esta vez intentarías ganar.

En tu mente danzaban las escenas de tus momentos con Éran. Esos días buscaste con desesperación por una respuesta. Aquella angustia viva que te carcomía como un delirio cobró una extraña materialización en tu mente. Un reloj de arena blanca. Un eco de tus inquietudes, pues la mente es el recinto más sensible de nuestro ser. Pero aquel eco no te aportó ninguna solución. Sino una sensación de inevitabilidad.

Y el fluido de la arena constató que el tiempo se había acabado para ti.

—¿Qué es lo que sucede? —inquirió Levan con una inflexión exigente—. Y no digas que no es nada. Algo pasa, lo sé.

Esa fastidiosa habilidad que él tenía para entenderte a veces te mortificaba. Supiste que era inútil mentirle.

—Mañana —dijiste con una disposición terciadora—. Te lo diré mañana.

—¿Qué tiene de diferente mañana con hoy?

—Hoy ya es muy tarde, Levan y esta historia es larga. Espera hasta mañana, no es tan terrible.

Él no estaba muy conforme pero finalmente cedió. Sentiste un fresco alivio de que lo hiciera, pero por otra parte pensaste que extrañarías tanto sus discusiones.

Había una lista de arrepentimientos en tu vida. Y es que a todos nos llega el momento en que nos detenemos y volvemos la vista atrás para contemplar las decisiones que nos han traído hasta donde estamos. Algunas de ellas fueron malas, otras fueron buenas. Pero ninguna de ellas se puede rehacer. Y para ti, la lista de lamentos era algo que pesaba sobre ti.

Lamentabas no haber cuestionado a Éran, lamentabas haberle abierto las puertas a tu vida sin ninguna reflexión. Lamentabas haberte vanagloriado de tu cercanía con el boticario, haberte alejado de Giova en un arranque de celos y haber perdido todo ese precioso tiempo. Haber usado tu don tan irresponsablemente por mucho tiempo, haberte demorado en unirte a la búsqueda de Levan y Leira porque no lo pensaste como un problema propio. Haber hecho esa apuesta.

Pero ya no querías coleccionar ningún arrepentimiento más. Si te equivocabas en lo que ibas a hacer, al menos valdría la pena. Pues, Ro, el temor a equivocarnos nunca debe detenernos. No hay arrepentimiento más grande que el permanecer en la completa inacción por miedo. Y si te ibas a equivocar, pensaste que no habría mejor forma de hacerlo que tratando de decidir lo correcto.

Pensabas eso mientras observabas el rostro durmiente de Levan en las penumbras. Un sentimiento cálido aleteaba en tu pecho cuando lo mirabas largamente mientras él no podía notarlo. Sentías que él te había hecho una mejor persona en medio de ese caos. El boticario no era diferente a aquellas hecatombes que mueven los cimientos de nuestras vidas, esas tragedias que aparecen para destruirlo todo. Y sólo salimos de ellas siendo mejores o peores, nunca indiferentes.

Levan era de los que procuraba seguir siempre el norte a pesar de toda la desgracia. De los que de algún lado sacaban fuerzas de flaqueza para vencer las pruebas. De los que conservaban su dignidad, a pesar de todo. Era una buena persona. Y te carcomía el alma hacer algo para que una persona así fuera feliz.

Al menos él tendría que salir incólume de esto. Al menos esta vez, no ibas a fallar.

El amanecer ya se aproximaba y sabías lo que vendría con él. Y no te atreviste a negarte a ti misma que tenías miedo. Tanto, tanto miedo. ¿Qué sucedería si fallabas? ¿Olvidarías todo lo que había sucedido así como Vera? ¿Contemplarías aquel abismo? ¿Te lanzarías al abismo?

Fue entonces que tuviste esta idea, Ro. Nuestra idea y esperanza.

Te sumergiste en nuestro santuario mental, nuestra mansión de nieblas, y la recorriste como si trataras de memorizar su forma y estructura. Sabías que tal vez luego ya no quedaría piedra sobre piedra en unas horas, pero tenías que intentarlo. La mente es un universo maravilloso que a veces puede sorprendernos.

Entonces hallaste un recoveco, el lugar que esperaste que fuera el más seguro en tu edificación. El más secreto e íntimo, que tal vez pudiera sobrevivir a una devastación despiadada. Y allí la escondiste.

En el tiempo sin tiempo del universo de tu mente, tomaste tinta y papel y comenzaste a escribir:

«Si estás leyendo este escrito, tu mente debe ser ahora un torbellino de preguntas. Debes de estar aturdida y asustada por no tener ningún recuerdo, por yacer sin ninguna explicación en este lugar, completamente sola».

El boticario de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora