Parte 11: El ángel de la muerte.

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Podía sentir como el reloj dejaba de avanzar ¿O eran los segundos que se volvían más lentos y pausados? Sentía como se llenaba de poder, de energía, los lamentos silenciosos que le atormentaban ahora parecían tomar nueva forma. Eran susurros de niños y le hablaban.



− Él se lo llevó –decía una de las voces –se llevó todo dentro de mí y me devoró.

− Mamá... quiero a mi mamá.

− Esta oscuro... tengo miedo... hace frío.



Y así las voces llegaban a sus oídos y le mareaban, fue entonces que se dio cuenta que sus ojos habían permanecido cerrados, pero le parecía distinguir todo en la habitación. Los abrió lentamente, viendo frente a él a la misma niña de la mesa a un lado de su cadáver como si no comprendiera su muerte. La chica levantó la vista y se encontró con los ojos del rubio quien no entendía nada de lo que pasaba.



− ¿Qué sucede? –preguntó la menor.

− No lo sé... tú... ¿Qué haces aquí? –interrogó acercándose a la muchacha – ¿Quién eres?

− Soy Merry y tú me lo dijiste –dijo observándole fijamente –tú dijiste que desapareceré y que vivirías por mí.

− Así es –dijo ahora encogiéndose a su altura –comí tu alma... porque necesito salvar a alguien muy especial –le explicó con ternura.

− Nadie vino por nosotros –dijo volviendo la mirada a su cadáver –dios nunca escuchó nuestras plegarias... y cuando nos rendimos y solo pedimos morir... él los devoró también.

− Espera... espera –dijo sorprendido – ¿Los devoró? –repitió – ¿Cómo yo hice contigo?

− Si –dijo asustada –pero no fue amable como tú, él daba mucho miedo –dijo acariciando su cabello como si necesitara hacerlo para relajar la tensión –reía cuando nos abría y luego terminaba devorándolos uno por uno... todos excepto yo...

− ¿Por qué? –dijo tocando su hombro... frío y azulado – ¿Qué sucedió?

− Cuando terminó conmigo le llamaron dos hombres y hablaron sobre un par de chicas más... me trajo a este lugar y se fue.

− Muy bien, ahora dime ¿Cómo se veía ese hombre que se los comió? –dijo con cuidado.

− Su cabello era azabache... y tenía unos ojos negros –dijo para luego señalar los suyos propios– aquí –dijo imitando unas ojeras con un gesto infantil.

− El tipo que persiguió Zoro –murmuró el rubio.

− Oye ¿Eres un ángel? –le preguntó con duda algo cansada.

− Si, oye... ¿Qué te pasa? –dijo sujetándola, parecía tan débil.

− ¿Por qué no llegaste antes? –luego observó su mano casi transparente – ¿Me dolerá?

− Será como dormir –prometió el rubio intentando creer aquellas palabras.



Y como si hace mucho tiempo de aquello, cantó una nana para dormir niños, la meció en sus brazos y tarareó la melodía al tiempo que, a medida que la chica se desvanecía, él se sentía más lleno de fuerza ¿Sería que aquella alma estaba terminando de ser aceptada por su cuerpo?

Con las alas en la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora