Capítulo 6

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 Capítulo 6

Definitivamente, la indumentaria que había elegido para el viaje Alaska era rompedora. No iba a venirle nada mal, necesitaba sentirse fuerte para aguantar un largo fin de semana con Esteban en una habitación de hotel.

Se subió la cremallera de la chaqueta negra que había combinado con unos estrechos pantalones de cuero del mismo color y se cruzó de brazos para esperar a que llegara Esteban para poder subir a su avión privado.

La ropa que se ponía conseguía cambiarle el estado de ánimo, algo que jamás habría sospechado antes de su gran cambio de imagen. Como tampoco habría sospechado que oír el ruido que hacía con los tacones al caminar con pasos largos y firmes le infundiría seguridad en sí misma. El color negro la ayudaba a integrarse.

Nunca vestía de colores y jamás de rosa, desde aquel horrible vestido del baile.

«Vas a estar tan guapa, cariño».

Se recordó a sí misma frente al espejo de la tienda, con su madre detrás, entusiasmada. Se habían pasado horas buscando el vestido ideal después de que Michael le pidiera que fuera con él.

Esa misma noche el vestido había acabado rasgado, destrozado. Cuando se lo había quitado en el cuarto de baño antes de meterse en la ducha para quitarse la sangre, el dolor y la vergüenza, había jurado que no volvería a usar ese color insípido y absurdo.

Al principio su estilista y su publicista habían intentado darle una imagen más suave, pero finalmente habían encontrado un estilo que iba más con ella y seguía siendo elegante.

Era una coraza que la hacía sentir como quería sentirse. Fuerte y al mando de la situación. Como si hubiera vencido a esa muchacha estúpida, siempre buscando desesperadamente que los demás la aceptaran. Por dentro seguía sintiéndose como un flan, pero al menos nadie lo notaba.

–Te veo muy preparada para la nieve.

María se volvió al oír la voz de Esteban, lo vio caminar hacia ella y no pudo evitar admirar fugazmente su manera de moverse y lo guapo que estaba con aquellos vaqueros oscuros, camisa blanca arremangada hasta los codos y una bolsa de piel al hombro.

–Yo a ti no.

–Me cambiaré en el avión. Tiene más habitaciones que la suite que has reservado.

–Muy gracioso, San Román. Da la orden para ponernos en marcha, aquí me estoy asando.

Esteban sonrió y sacó el teléfono móvil del bolsillo.

–Sabes, hay un teléfono mucho mejor que ese en el mercado –le dijo, altanera–. OnePhone, puede con todos.

–Tu teléfono es más rápido solo cuando consigue cobertura de tus repetidores, cosa que ocurre en...¿un diez por ciento de los casos?

María sonrió también.

–Doce, pero cada vez tenemos más.

–Ya, ya –con solo tocar algo en el teléfono, Esteban hizo que se abriera la puerta del avión y pudieron subir a bordo–. Entretanto, el mío sigue siendo muy funcional.

–Muy funcional. Seguro que todos los dueños de aviones privados quieren un teléfono como el tuyo, pero el resto de la humanidad es feliz con el mío.

–Qué manera de malgastar la tecnología.

–No lo es –María miró a su alrededor y tuvo que reconocer que el avión era más grande que el suyo–. Para mí es muy importante que mis terminales sean accesibles para todo el mundo, no solo para los más ricos. Cualquiera puede disfrutar de lo que yo hago.

La pareja que engaño a todo el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora