Capítulo 7

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 Capítulo 7

María intentó quitarse esa especie de cosquilleo que sentía en la piel cada vez que Esteban estaba cerca. Habría sido muy fácil echarle la culpa al frío de Alaska, pero no habría sido justo porque llevaba sintiendo ese cosquilleo desde el beso.

Se echó el chal por los hombros. Era rojo, algo inusual en ella, del mismo color que los zapatos y el pintalabios, pero el vestido era negro. Todo ello se lo habría proporcionado su estilista, junto con detalladas instrucciones sobre qué debía ponerse en cada momento a lo largo de todo el fin de semana.

El problema era que su eficiente ayudante, que no sabía que lo del romance con Esteban era una farsa, se había asegurado que en su equipaje hubiera un camisón transparente para cada noche. María le había enviado un duro mensaje de texto para protestar y recordarle que estaba en Alaska, pero la respuesta de Thad era que no había nada como el calor humano y le sugería que se abrazase a ese «sexy hijo de perra» para evitar el peligro de hipotermia.

Esteban la esperaba en el bar del restaurante, whisky en mano.

–Eso te ayudará a entrar en calor.

Él enarcó las cejas.

–¿Quién ha dicho que necesite entrar en calor?

–Antes has dicho que no te gustaba el frío.

–Ah, es posible –reconoció con una tenue sonrisa antes de beberse lo que quedaba en el vaso de un trago y quedarse como si nada.

El restaurante era tan rústico, elegante y acogedor como el resto del hotel.

–Me encanta esto –comentó María cuando ocuparon la mesa del rincón–. Tengo la impresión de que en cualquier momento podrían aparecer unos cuantos duendes.

Se mordió la lengua, pero eso no sirvió para borrar su ridículo comentario. ¿Por qué cuando estaba con Esteban salía la rara que llevaba dentro? Quizá porque no estaba acostumbrada a pasar tanto tiempo con nadie que no perteneciera a su círculo de personas más cercanas, con las que no tenía que fingir que era lo que no era.

Pero él era uno de sus mayores enemigos y nunca había dejado que descubriera que era humana.

Probablemente porque él parecía completamente inhumano.

Era como si estuviese protegido por un muro de puro granito.

Debía recordar que ese muro podría aplastarla fácilmente. Y dejar de pensar en el beso y en el escalofrío que recorría su cuerpo cada vez que miraba a aquellos ojos oscuros y misteriosos.

Pero entonces él la sorprendió.

–Podría servirte de inspiración para crear el escenario de un juego para el teléfono. Podríamos trabajar juntos y hacer que funcionara también con mi sistema de telefonía.

–Qué divertido. Un juego en el que cada uno podría crear su ciudad.

–Y ejércitos –sugirió él.

–O vivir en paz –replicó María mientras agarraba la carta.

–Buena idea.

–¿Lo ves? La pasión ayuda mucho.

–Yo prefiero el control. Así todo es más fácil de predecir y más organizado.

La pareja que engaño a todo el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora