Capítulo 10

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Capítulo 10

Esteban siguió a María al interior del avión. Estaba tensa, tan rígida como un soldado. Y no lo había mirado ni una sola vez. Seguramente se lo merecía por no haber manejado la situación de la noche anterior como a ella le habría gustado. Pero le había dado mucho placer.

–¿Hay algún problema, María? –le preguntó en cuanto se sentaron y vio que ella sacaba su ordenador.

Ella levantó la cabeza, sorprendida.

–Ah, ¿vuelves a dirigirme la palabra?

–Si eres tú la que no me hablas a mí –parecía una discusión de novios, lo cual era completamente absurdo.

María lo observó unos segundos antes de cerrar el ordenador y dejarlo a un lado.

–¿Por qué dormiste en el sofá anoche?

–¿Por qué no habría de hacerlo?

–Porque... ¿No se supone que dos personas que se han acostado después duermen juntas?

–Yo nunca he dormido con una mujer con la que me hubiera acostado.

–Pero tampoco habías tenido una amante. Se suponía que era algo distinto.

–Solo en que era yo el que elegía y controlaba la situación. Nada más.

–¿Por qué haces que parezca una desesperada solo por pedirte algo tan sencillo?

–Creo que ayer no escuchaste nada de lo que te dije –dedujo, con una presión en el pecho que aumentaba a cada momento, la misma que había sentido la noche anterior después de acostarse con ella.

Le había excitado descubrir que era virgen, pero eso le hacía tan malo como las mujeres que lo habían utilizado. Peor, porque al menos ellas le habían dado algo a cambio.

Él también tendría que compensar a María por haberle entregado su inocencia.

–Claro que lo escuché –aseguró ella.

–Pues parece que no lo entendiste. Si querías ternura y sentimientos, deberías haberte buscado a otro que fuera capaz de darte esas cosas. Yo ni puedo, ni quiero. Quiero hacerte llegar al orgasmo, ahí acaba todo. Si no puedes aceptarlo, no merece la pena que te abras de piernas para mí.

Ella lo miró con el rostro enrojecido de furia, no de vergüenza. Bien. Esteban pensaba que la rabia eliminaría el dolor que sentía. No se le había ocurrido otra solución, porque él no sabía ofrecer consuelo.

–Sabía que lo único que iba a hacer contigo era aprender. Que no querrías nada más de mí. Pero esperaba que al menos me trataras con un poco de respeto.

Resultaba irónico que hablara de respeto después de admitir que lo había utilizado para aprender. Lo había utilizado igual que todas las demás.

Pero también él la había utilizado a ella. Había utilizado su dulzura y su inocencia como bálsamo para su maltrecha alma.

–Yo no soy el hombre que necesitas, ni siquiera para algo temporal. No voy a seguir enseñándote –espetó–. Seguiré trabajando contigo, pero esto se ha acabado.

–Me parece bien porque no habría dejado que volvieras a tocarme después de cómo me trataste anoche.

–Entonces estamos como antes. Apenas nos soportamos, pero tenemos que trabajar juntos porque los dos salimos ganando. No hemos perdido nada. Excepto tu virginidad.

La pareja que engaño a todo el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora