Capítulo 9
Esteban tuvo que apretar los puños para disimular que le temblaban las manos. El deseo que sentía por María estaba completamente fuera de control, excediendo todo lo que había sentido en su vida.
Se lo había confesado todo, le había contado la verdad de su pasado y aun así, ella había aceptado. Lo había aceptado a él.
–Dímelo –le pidió–. Dime que me deseas.
María apartó la mirada, el rostro sonrojado.
–Te lo he dicho antes.
–Ya estás incumpliendo las normas. Te he pedido que hicieras lo que yo te dijera. Dime que me deseas.
–Te deseo –afirmó, mirándolo a los ojos.
Cubrió la distancia que los separaba, la estrechó en sus brazos y dejó los labios casi rozando los de ella.
–Te voy a besar –anunció–. Y voy a hacerlo por mí. Ni por ti, ni por nadie más. Solo porque eres una mujer y yo un hombre, y te deseo como no he deseado nada ni a nadie en toda mi vida.
Su voz sonaba temblorosa, insegura, pero no le importaba. Al infierno con tanto control. Solo deseaba disfrutar de lo que estaba ocurriendo.
La miró y, por primera vez desde hacía muchos años, vio de verdad a la mujer con la que estaba. Se había acostumbrado a no verlas, pero no quería que fuese así con ella. Con ella quería sentirlo todo. Estaba excitado y no se avergonzaba de ello. No tenía que recurrir a ninguna fantasía para mantener la excitación, no tenía que fingir porque estaba donde quería estar y con la mujer que quería estar.
Recorrió sus labios con la lengua para después devorar su boca, ahogarse en ella con el mismo entusiasmo y la misma pasión con la que ella respondía.
Tenía cientos de fantasías a las que nunca había prestado atención. La única duda era cuál quería hacer realidad esa noche.
Le mordió el labio inferior y ella gimió.
–¿Te gusta?
–Sí –susurró María.
–Me alegro –dio un paso atrás para mirarla–. Quítate el vestido. Lentamente.
Volvió a sonrojarse, pero obedeció. El vestido cayó primero hasta su cintura y luego, por fin, al suelo. María se quedó allí, mirándolo, cubierta tan solo por un sencillo sostén negro, unas pequeñas braguitas a juego y los zapatos de tacón.
Sus piernas parecían infinitas. Esteban quería sentirlas alrededor de su cintura. Sí, esa era la fantasía que quería hacer realidad.
Fue él el que se acercó.
–Eres mucho mejor que guapa –le dijo, poniéndole la mano en la mejilla.
–¿Qué quiere decir eso? –a ella también le temblaba la voz.
–Que eres guapa, tremendamente hermosa, pero que además brillas por dentro. Eso es lo que hace que quiera perder el control contigo, porque quiero tocar esa luz, quiero sentir su calor.
Entonces fue ella la que lo estrechó y lo besó. Lo hizo con un ansia completamente nueva, lo deseaba, pero no como lo habían hecho las otras mujeres con las que había estado.
ESTÁS LEYENDO
La pareja que engaño a todo el mundo
RomanceEso sí que era no perder de vista al enemigo... La mayoría de las mujeres matarían por estar entre los brazos de Esteban San Román. El enigmático italiano era uno de los hombres más ricos del mundo y uno de los empresarios más importantes del mundo...