Capítulo 16: corazón roto

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En algún lugar remoto dela ciudad había unos animales reunidos, escondidos del resto del mundo entre las sombras. Sus palabras eran murmullos que no podían escapar de la oscura habitación en la que se encontraban.

—Jefe. Está todo listo —dijo una voz femenina—, y el rehén está entre nuestras garras.

—Muy bien. Pronto verán lo que se merecen —pronunció una voz ronca y fría—. Más os vale no fallarme. O la pagaréis caro...Sobre todo tú.

—No le defraudaré —aseguró ella antes de hacer una reverencia y salir del lugar.

—Y vosotros. —Se dirigió a los demás animales y dio un golpe fuerte en su mesa—. Tenéis que estar preparados para todo, ¿de acuerdo? No os olvidéis de nuestro...pequeño negocio.

—Sí —contestó uno de ellos—, estamos preparados para lo que sea. —El animal le tomó la pata, confirmando el acuerdo que habían hecho entre ellos.

—Os mandaré las armas pronto.

A todos los animales allí presentes, se les encendió unas miradas maliciosas, llenas de odio y venganza, deseosos de salir victoriosos en una guerra de la que no estaban dispuestos a perder.

Una pesadilla horrible no le dejaba conciliar el sueño a Judy. Todo por lo que estaban pasando le robaba las ganas de dormir. La coneja se revolvía en su cama, buscando la mejor postura para poder dormirse de una vez, pero no la encontraba. Miró su reloj y observó que eran las 1:00 de la madrugada. Esbozó un gruñido de frustración y se rindió: dormir aquella noche sería imposible, y ni si quiera estaba Nick a su lado. Alcanzó su móvil, que descansaba en su mesilla de noche, y le mandó un mensaje a su novio. La luz de la pantalla le hizo entrecerrar los ojos.

¿Nick?...No puedo dormir, ¿estás despierto?

No obtuvo respuesta. El zorro estaría felizmente dormido y sería mejor dejarle descansar.

Tras un suspiro, se levantó y se asomó a la ventana para poder observar el bello cielo nocturno.... Había millones de estrellas, un gran mar de luces en los que perderse y poder alejarse de la realidad y los problemas. Las eternas luces del cielo la hacían sonreír siempre. Se sentía acompañada y libre con solo mirarlas. 

Cerró los ojos, para poder sentir como el húmedo viento de la noche rozaba su pelaje aliviándola, reconfortándola y expulsando todo rastro de estrés y temor de su ser. Todo era paz y tranquilidad, sin ningún ruido, sin ninguna interrupción. Se adentró en su propia consciencia y ya no sintió como pasaba el tiempo, entró en un mundo alejado del resto, en su propio interior, donde podría descansar.

De repente, un fuerte golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Los golpes sonaban cada cierto tiempo, y eran más bien choques que intentaban derribar su puerta y poder entrar. La coneja se alarmó y no supo bien cual iba a ser su siguiente movimiento. Debido a la sanción, Judy no tenía sus armas y no podría defenderse, así que debía improvisar. Se dirigió a su cocina para buscar algo con lo que golpear a aquel que estuviera intentando acceder a su morada. Agarró una sartén y fue muy lentamente hacia la puerta. Tomó el pomo y contó hasta tres. Luego abrió.

—¡Alto! —gritó amenazante mientras empuñaba la sartén.

—¡Wow! ¡Cálmate, Zanahorias!

—¡Nick,idiota! —reclamó—, ¡me has asustado!

—Eso pretendía —confesó con su típica sonrisa. La coneja se cruzó de brazos molesta.

—Perdón, conejita boba. Leí tú mensaje, y vine para hacerte compañía.

Preso de un amor prohibido (Nicudy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora