Capítulo 19: Heridas

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La raposa se encontraba en un lugar escondido junto a su jefe, que estaba furioso. Su poderosa voz se calaba en su interior,haciendo que estallara de terror y que se le erizara la piel. Se le empezaron a humedecer los ojos, pero al animal que le estaba pegando gritos no parecía importarle.

—¡Idiota! ¡Los has dejado escapar! —gritó, dando un fuerte golpe en la mesa que retumbó en todo el lugar.

—P-perdón, jefe...

—¡No has acabado con ellos como te pedí! Esa coneja es demasiado lista, puede salir viva de esto. ¡Eres una inútil!

Sheila temblaba compulsivamente, llena de miedo. Su jefe estaba realmente enfadado por no haber hecho lo que él quería. La raposa soltó lágrimas al ver como su jefe se acercaba de forma amenazante dispuesta a atacarla. Se sentía inútil e indefensa,y se sintió como si pudiera morirse de un momento a otro. Quería escapar, quería huir. Ya no quería seguir colaborando en aquello, se arrepentía profundamente. La mirada del animal que le gritaba se había clavado profundamente en ella, y sería un rostro del que jamás podría olvidarse. Intentó dejar de parecer tan indefensa, pero no podía evitarlo. Pensó que jamás podría volver a ser libre.

—Te daré una última oportunidad. —Su voz se relajó un poco, pero su rostro seguía demasiado cerca de la raposa —como falles, despídete de tu vida. ¡Ahora largo!

—S-sí, señor...

–-

En otro lugar de la ciudad, la luna iluminaba el rostro aterrado de la coneja que iba a ser devorada por un zorro salvaje. Un zorrro el cual había sido su mejor amigo y su novio. Sus ojos verdes ahora salvajes la miraban de forma amenazante, y la coneja ya no tenía escapatoria

—¡Soy yo, Nick! ¡Por favor, vuelve en ti! ¡Te quiero,idiota! No me hagas esto...recuérdame... por favor...

No hizo caso, el depredador saltó sobre ella y supo que estaba acabada. Gritó con todas sus fuerzas, intentando llamar la atención de los animales que dormían en sus casas, pero no funcionó. 

Se dejó llevar por el terror, chillando sin importar que sus cuerdas vocales fueran destruidas. 

Esperó su final, cansada de luchar. Un final cálido en el que pudiera descansar de una vez.

Pero nunca llegó.

Unos brazos la rodearon de una manera protectora y amigable. Ella abrió los ojos, que los tenía tan humedecidos como dos preciosas lagunas llenas de sentimientos.

—¡Calla, Zanahorias! No vayas a alarmar a los animales y me maten a mí ahora.

Ella se quedó perpleja y lo miró. Nick se sentó a su lado y la miró con los ojos de siempre, como si nada hubiese pasado. De repente toda su parte civilizada y su ser racional regresó para apaciguar sus llantos y voces.  Se secó las lágrimas y se puso las patas sobre el corazón, para intentar calmarlo.

—¿Nick? ¿Cómo...? ¿Por qué...? —pronunció sin poder encontrar las palabras—. No entiendo nada, ¿no te causó efecto el aullador nocturno? ¿No te volviste salvaje?

—Sí me volví salvaje.   —La coneja no respondió, solo se quedó mirándolo sin poder razonar nada—. Cuando me fui antes, además de coger mi arma tranquilizante, visité el hospital, donde gracias a un viejo conocido me dejaron llevarme una muestra de anticuerpos que neutralizan ese veneno... Tuve que decirles que era para un asunto policial. Me los inyecté, para prevenir esta situación... Sentí como me volvía salvaje, pero se me pasó rápidamente, luego fingí para poder escapar de Sheila. Perdón por asustarte...

—Eres un zorro astuto —manifestó ella aún con el corazón latiendo rápido.

—Shh, te llevaré a tu casa.

Preso de un amor prohibido (Nicudy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora