Capítulo 3: Nuevo caso

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El sol brillaba alto y reluciente en el parque de la ciudad. Hacía buen día y parecía que nada pudiera estropearlo...todo se sentía perfecto en ese instante. Había algunos animales paseando tranquilamente y disfrutando del sol y aire fresco, sin preocupaciones.

Nick y Judy estaban frente a una enorme fuente blanca que había en el parque. Había una escultura en el medio, con un depredador y una presa dándose la pata, que representaba el respeto entre ambas clases. De repente, Nick y Judy se agarraron de las patas y se miraron profundamente a los ojos, encontrando miles de emociones por segundo. Sintieron mariposas en el estómago y como se sonrojaban lentamente.

Nick se acercó lentamente a ella con el corazón bombeando con furor.

—Te quiero, Zanahorias...

—Y yo a ti, Nick —dijo la coneja mientras acercaba sus labios a los del zorro.

El sonido de la puerta lo despertó bruscamente. Nick gruñó irritado: quería seguir en ese sueño donde todo era perfecto y Judy le quería como más que un amigo. En ese sueño era todo lo feliz que podía ser, pero era hora de volver a la triste realidad. Era lunes, y había que ir a trabajar. Eran las seis menos cuarto de la mañana y le daba pereza levantarse. Se revolvió en su cama y se tapó la cabeza con la almohada, intentando que no lo molestaran los primeros rayos de sol del día. Volvió a escuchar la puerta, esta vez más fuerte que antes. De mala gana, se levantó y abrió la puerta, donde apareció una dulce y tierna conejita preparada para ir al trabajo.

—¡Venga, Nick! ¡He decidido que desde ahora voy a hacer que no llegues tarde!

—Za-zanahorias...

—Nicholas Wilde, te quiero ver con el uniforme ahora mismo.

—Sí, mamá —bromeó.

Nick fue a darse una ducha lo más rápido que pudo y a vestirse. Tomó unas galletas para comérselas por el camino y él y Judy se fueron directos al trabajo.

—Gracias por evitar que llegara tarde —agradeció, a la vez que se comía las galletas.

—Bueno, no quiero que nos manden a los parquímetros por tu culpa —confesó con una sonrisa pícara.

El zorro sonrió y la contempló mientras conducía, intentando evitar pensar en el sueño que tuvo antes. Sus sentimientos querían salir a la luz, no querían estar encerrados.

Pero Nick hizo todo lo posible por retenerlos dentro de su ser, donde estaban protegidos, y encerrarlos con llave en su corazón. Antes los habría dejado escapar, pero ahora que Judy estaba con Bob, era demasiado tarde para confesarse. Al menos ahora no estaba ese conejo, y estarían los dos solos resolviendo cualquier caso que su jefe les pusiera.

Llegaron a la comisaría y tras saludar a Benjamin, el guepardo, fueron a la sala donde asignan los casos. Se sentaron a la vez en la silla que compartían y se dirigieron una amistosa sonrisa. Sus compañeros también habían llegado y se habían sentado en sus respectivos asientos. Todos estaban charlando cada uno de su tema, hasta que llegó el jefe, que los calló a todos.

—Buenos días, oficiales. Wilde, me alegro de que hayas venido al fin a tu hora.

—Al menos siempre he llegado, así que llegar tarde no es tan grave como faltar —soltó Nick con tono divertido. Judy le dio un golpe en el hombro para que callara.

—¡Cierra el hocico, Wilde! —vociferó el Bogo algo molesto —. A lo que íbamos. Nos han llegado denuncias de desapariciones... otra vez de depredadores.

Todos los oficiales lo miraron atentos. ¿Otra vez? ¿Qué estarían tramando ahora? Ovina y sus cómplices seguían en la cárcel, así que ella no podría estar al frente de todo eso. Quizás algún aliado de ella que quedó suelto, o simplemente es alguien que quiera implantar miedo en la ciudad, de nuevo. Pero ¿por qué siempre la pagaban con los depredadores? ¡Ya no estaban en la edad de piedra! Habían evolucionado, y ya no había motivos para que el mundo estuviera dividido.

Preso de un amor prohibido (Nicudy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora