PÍLDORA 2

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Llevaba un total de tres días completos sin visitarme. Verla tan cambiada me dejó patidifuso. En serio, mi mandíbula podría haber llegado a tocar el suelo si tan solo una mirada rompiese mandíbulas.

Nada más clavar mi mirada en ella fruncí el ceño y torcí el labio asqueado, con un enfado que no tenía derecho a sentir.

–Siempre pensé que eras una chica de ideas fijas. Al parecer no soy tan buen adivino como creía –mascullé con acritud intentando parecer lo menos molesto posible.

Queriéndome ver como siempre.

Pretendiendo fingir que no me importaba que todo se desmoronase siempre a mi alrededor cuando mejor iban las cosas.

Porque a veces me subía a nubes de las que terminaba cayendo sin poder evitarlo.

Las nubes eran efímeras, no como la eterna muerte. Una vez desaparecían, eso sí que ya era irrevocable.

–¿Mmmm? –murmuró abstraída en sus pensamientos. Sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento–. ¿Hay algo malo en mí?

Sonreí de lado. Me hizo sentir bien descubrir que se parecía más al resto de lo que creía. Como a todos, le importaba lo que pudieran decir de ella.

Ya sabía yo que tenía que tener algún defecto. Fue un alivio ver que no era tan perfecto como creía, aunque al fin y al cabo era humana, era normal que fuera vulnerable a la opinión de los demás.

En el fondo yo no quería a una persona sino a un ser perfecto que se aferrara a mi creencia de ello.

–Tu aspecto –aclaré.

Me tumbé en la cama poniendo los brazos tras el cuello, cerré los ojos y pensé en el primer día.

Cuando la conocí.

Se sentía tal lejano y al mismo tiempo tan cercano...

Desde ella había engordado cosa así de tres kilos ¿casualidad? No lo creía.

Mis padres hacían ver que estaban contentos con mi ganancia de peso. Y lo cierto es, que desde Enid mi actitud había mejorado.

Lidiaba mejor el mal humor y la tristeza que a veces me asaltaban.

Sin embargo, salir de mi hogar no era factible.

Todavía.

Me costaba imaginarme allí fuera, con el sol ardiente bañando mi piel con sus rayos penetrantes, o los constantes murmullos persiguiéndome como si fueran mi propia sombra.

–¿Te pasa algo con mi aspecto?

Llevaba una camisetas gris de manga larga que dejaba sus hombros pecosos al descubierto, un escote con cuerdas cruzadas en equis donde poco se dejaba a la imaginación, y pantalones cortos que realzaban sus infinitas piernas de oro.

Reprimí una sonrisita alegre al ver que continuaba llevando esas botas de vaquera que tanto la caracterizaban.

Hasta podría decir que me gustaban, si no fuese porque un cadáver era incapaz de sentir.

Es incapaz de sentir.

Estaba hecho un lío y eso era sentir ¿no? quizá...quizá no estuviera tan muerto como creía ¿no?

Parpadeé para salir de la oscuridad perpetua en mi mente.

–No quiero tratar de ofenderte, pero pareces una...mejor no te lo digo. Y además te has maquillado –hice un mohín deseando arquear mis cejas.

Enid boqueó como un pez sin saber qué contestarme, si sentirse halagada de que a alguien le gustase su verdadera personalidad, u ofendida de que la estuviera acusando de ser como todas en ese estúpido pueblo.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora