PARPADEO 4

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Sentí cómo mi corazón comenzaba a caerse tira a tira a medida que las lágrimas de Enid se desbordaban por su piel de porcelana al darle las malas noticias de que me iba de Moonlight Falls.

Algo en su rostro me decía que no le dolía mi ida. Que me estaba odiando por ello.

Me llevé una mano al pecho para poder soportar ese dolor inconmensurable. No se suavizó.

Las manos comenzaron a temblarme y ni siquiera sé por qué.

–Oye, Enid... –di un paso hacia delante, alargué la mano para cogerla del hombro, pero por primera vez desde que me conocía se apartó.

Ni siquiera lo hizo cuando estaba tan delgado que daba asco. O cuando mi actitud era la de un viejo cascarrabias que con su actitud había apartado a todos.

Dejé caer la mano.

–No me toques. Ni siquiera se te ocurra volver a mirarme, imbécil.

–Pero...

–¿Es que es tan difícil para ti intentarlo?

Medité muy bien lo que iba a salir por mi boca. Me decanté por la verdad.

–Samantha tiene algo que contarme y no tiene buena pinta.

Tensó la mandíbula.

–Esta es una ciudad tranquila y muerta, si os ocultaseis bien...

Empecé a juguetear con mis labios. Yo también quería llorar porque me odiaba por hacerle daño, nadie debería hacer daño a quien se quiere.

Yo deseaba hacerle el daño suficiente como para que nunca más quisiera volver a verme, lo cual provocaba que mi odio aumentase.

Pues total, ni siquiera era mi culpa. Yo tenía lugar en aquella decisión, sino mi madre. Y si Samantha creía que irse de Moonlight Falls era lo más seguro era por algo, que Enid no pudiera procesarlo no era mi culpa.

–No vas a luchar por nuestro amor, eso es lo peor. Si de verdad me quisieras como... –se calló de golpe.

Podía completar la frase por ella: como dices.

Ese era el final de su oración.

Yo nunca le dije que la quería. Me arrepentí tanto de ello.

–No seas infantil –la corté.

De veras no entendía el porqué de su enfado hacia mí, yo no podía decidir. Es verdad que tenía 20 años y no era una obligación vivir con mi madre, pero también era un hecho que no podía mantenerme a mí mismo. Mi salud era demasiado precaria, ya que aunque no diera indicios de poder empeorar siempre cabía la posibilidad de ello.

Todavía tenía que mejorar más.

–¿Infantil por sentir? –sonrió, creo que exhausta de llorar–. No, Ive. No puedes fingir que no lo sientes también, la química. Somos nosotros. Un componente negativo y uno positivo.

Sonreí de lado.

–Encontrarás muchos chicos mejores que yo.

–¿Más guapos? No lo creo. ¿Más inteligentes? Tampoco. Ahora mismo te detesto porque por tu culpa nunca podré encontrar a nadie. Has puesto mis expectativas tan altas...

–Enid...

–No. Déjame continuar. Yo te amo, creo que tú también porque si no, no me besarías.

–Es un simple gesto –me encogí de hombros

Ni siquiera me quedaba cerca de la verdad con esa excusa barata que no pareció creer.

La amaba, y para mí besarla era como tocar el cielo, ella lo sabía. Además conocía que para mí besar era algo más que un gesto, algo indescriptible, porque cada vez que nuestros labios entraban en contacto, nuestras almas lo hacían también.

Y ella lo sentía, no era el único.

Con Dom era como si yo me encontrara en la tierra y besara al cielo, pero con Enid era como besar el núcleo terrestre. Mientras que con uno sentía que podría flotar, con la otra me hundía hacia el centro del planeta y sentía todo mi cuerpo arder inevitablemente.

–Lo peor de todo es que tú avanzarás mientras que yo me moriré de asco aquí. En esta mierda de ciudad rodeada de imbéciles demasiado cobardes para decir lo que piensan de alguien a la cara.

–Juro que me duele el corazón, Enid, perdóname, por favor.

Mi tono de voz murió.

–Tú no tienes corazón, Ivernathius DeLauren. Nunca lo has tenido.

Abrí los ojos de par en par, llorosos.

Tragué saliva sin saber qué hacer.

Se puso en pie y le dio una patada rabiosa al sillón en el que nunca más volvería a sentarse, al menos no por mí.

Sabía que lo que estaba hablando era la rabia del momento, ella de verdad no pensaba así, pero no quitaba que sus palabras dolieran como un cuchillo clavándose en mi débil corazón.

–Veo que querer a alguien no es lo suficiente para mantenerlo a tu lado... –su voz estaba tan rota.

Y era tan suave.

No parecía la misma Enid McKee que se atrevió a escalar mi casa por una tubería como en una película.

Era como si la hubiesen enterrado viva y al primero al que se le ocurrió venir a visitar era a mí.

–Enid...

–Adiós, Ivernathius DeLauren –sonrió.

Pero sonrió sin sentirlo, estaba tan triste que creía que había muerto en vida.

Era increíble que fuese yo quien hacía poco estuvo tan muerto.

O se sintió, mejor dicho.

–Adiós, Enid Mc...

Me quedé a medias cuando ella salió de la habitación cerrando con un puntapié muy suave.

Creo que sería capaz de caer sobre mis rodillas y llorar por la pérdida. Creo que me dolía de verdad saber que Enid igual no me perdonaría jamás.

Creo que no sabía qué tenía que hacer, como siempre.

–Adios, Enid McKee. Aunque no lo creas, sí tengo corazón...y solo late por ti. Por nadie más, ni siquiera por mí.

Cerré los ojos e imaginé que estaba en casa con Enid, ella y yo estábamos felices, o al menos eso es lo que quería.

La primera persona con quien había tenido deseos parecidos era Dom, pero sabía que lo mejor era evitarlos, pues no me hacían bien. Lo mejor para todos era tener pensamientos cara al futuro con gente que todavía siguiera viva.

El labio inferior me tembló hasta que rompí en llanto.

El problema aquí no era que me iba, sino que nos amábamos demasiado para no saber amar.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora