Bocanada I

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Un año después...

¿Sabes lo que es ver a alguien y saber que puedes hacer algo por este pero no comprender el qué? Ya, en aquellos instantes me sentía así. Sobre todo porque las palabras se formaban y se atascaban en mis labios como si estuviesen pegadas por super glue.

Quería pedirle perdón por irme, pero ¿y ella? Ella había sido una borde de primera conmigo y también tenía que disculparse, el problema es que era tan orgullosa que no se me adelantaría.

A pesar de que siempre fue ella la que lo hizo.

Ella se encontraba en frente mío después de tanto tiempo, su aspecto sin embargo no era el de una joven saludable. Se notaba que había adelgazado mucho y que no dormía lo suficiente.

Sus ojeras oscuras la delataban.

Abrí la boca sin saber qué decir. Había tanta tristeza en su mirada que era capaz de hacerte sentir que podrías caer y morir en el abismo de sus ojos.

–Enviamos el book trailer a vuestros correos antes de publicarlo en youtube, ¿alguna duda más? –Adam, nuestro editor, esperó a que contestásemos, y como ninguno de los dos lo hizo entonces continuó hablando–. Bien, espero que estéis felices de que el día al fin haya llegado.

Sonrió con afabilidad. Asentí con más seriedad de la deseada. Era complicado pensar bien en mis acciones cuando después de ¿un año? Sí, creo que ya había pasado tanto. Enid estaba de nuevo junto a mí.

Solo que su mirada ya no era la misma, al menos no cuando caía sobre mí.

Enid tragó saliva y asintió, se puso en pie sin mirarme una mísera vez. Llevaba una de esas faldas de tubo que nunca imaginé puesta en ella, pero también lucía un bonito crop top blanco, así que supongo que no había abandonado del todo su estilo.

–Enid –mi voz sonó más baja de lo que pretendía.

Ella cerró su bolso y caminó rápido, obviamente evitándome.

Me dio igual, así que la perseguí por toda la editorial hasta que fue momento de salir, y atravesamos el umbral de la puerta juntos.

Enid trató de aumentar la frecuencia de sus pasos fallando en el intento. Culpa de sus tacones extra altos de aguja.

Me alegré de esa elección.

–Enid –repetí, porque sabía que la anterior vez sí que me escuchó.

–¿Qué quieres, Ivernathius? Déjame en paz, olvídame ¿tan poca vida tienes? –me miró por unos instantes. Una de las agujas del reloj de mi corazón se atascó y las tuercas saltaron clavándose en mi pecho–. Yo ya lo hice hace mucho.

La agarré de la muñeca con suavidad y ella se zafó de un tirón de mí. Mi corazón se hizo trizas con ese gesto, mi mirada se nubló por las lágrimas, porque me era imposible olvidar lo mejor que pasó en mi vida.

Simplemente era imposible olvidarla a ella.

–¿Cómo? Dime, Enid. Cómo voy a olvidarte. A ti, mi ángel. Mi cow...

Sí, estaba tan desesperado que solté todo lo que me vino a la mente sin filtro alguno.

–No lo digas, por favor –su voz se rompió al borde del llanto–. Es patético, me avergüenzas delante de esta gente.

Se mordió el labio inferior reteniendo todas esas palabras que querían salir de su boca. Dio una pequeña patada al suelo con impotencia y empezó a temblar.

Quería envolver su cuerpo entre mis brazos y no soltarla nunca más.

–Déjame invitarte a un café, por favor, Enid. Y te dejaré.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora