Píldora 7

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Dominick se tensó nada más oírme hablar, había más resentimiento del planeado en mis palabras. Sabía que era muy contradictorio, pues al menos esperaba el día en que dije que no me visitase, que mi madre se dignase a venir allí pronto no cumpliendo con mis órdenes.

Como haría una buena madre.

Y terminó haciéndolo, pero probablemente con segundas intenciones.

A ella le encantaba eso. En realidad a todos nos encantan los cuchillos de doble filo.

–¿Qué haces aquí?

–Bueno...¿sabes que cuando tus padres se separan tienes que escoger con quién quedarte más o menos?

–O sea, la custodia. Seguro que te la dan a ti así que no te preocupes por mi opinión, ya puedes irte –sonreí con tensión y ladeé la cabeza.

Ahora mismo el Ivernathius que era antes de que una insolente chica entrase en mi habitación por la ventana y un nervioso joven sometido a los ojos de la sociedad, sería indiferente. Diría que le daban igual las elecciones de los demás. Pero me alegraba de poder decir que creía haber matado a ese antiguo yo.

Me aclaré la garganta y avancé dos pasos.

–¿Te pegó o algo?

Mis palabras fueron frías, monótonas.

Resentidas. Realmente era algo importante si ese hombre le había puesto una mano encima a mi madre, aún así decidí frivolizar la situación. Pero un caso de violencia de género era serio, no para invalidarlo.

–Estuvo a punto de hacerlo, por suerte unos amigos con los que quedamos lo separaron de mí.

–¿Lo separaron de ti?

Hizo una mueca y me enseñó su brazo con marcas de haber apretado con demasiada fuerza.

Por unos segundos juraría que mi corazón se había encogido. Por mucho que la odiara seguía siendo mi madre, aquella mujer por la cual seguía esperando un pco de afecto, que se portara como una madre de verdad. De veras, muy en el fondo ese era mi mayor deseo respecto a nosotros.

–Me agarró muy fuerte, pero ya ha pasado todo.

Le lancé una mirada furtiva a Dominick, él intentaba estar lo más distraído posible y no parecer entrometido. Dio pasos hacia delante y atrás, movió la pierna como un péndulo. Me ponía muy nervioso esa gente con tics, admito que una vez formé parte de ellos pues no podía parar de gruñir en voz muy baja, pero pasó. Y en fin, no lo soportaba porque ver a alguien teniendo tics en frente tuyo es lo mismo que tener un gusano restregándose por tu piel sin poder hacer nada porque tienes miedo.

–Iré contigo, no quiero ver a ese monstruo nunca más.

–Cariño...

–Quiero que si se presenta en tu hogar me avises o tengas compañía, y no le digas tu dirección, cámbiate el número y el móvil.

–Ive...

Con la mano le indiqué que no dijera nada.

–No, mamá, he visto cómo es él, y si una cosa no puede tenerla, nadie lo hará.

Arqueé una ceja con advertencia.

Mi respiración era tan acelerada que creo que podría crear un huracán, y por no hablar de los latidos de mi corazón. No sé cuándo fue que la apatía desapareció, pero una zona muy profunda de mí me decía que al segundo día en que Enid se coló en mi hogar.

¿Cuándo me había preocupado por alguien que no fuera mi propia persona? La verdad es que ni siquiera me acordaba de tanto tiempo que había pasado.

–Hueles bien ¿te has perfumado?

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora