PÍLDORA 12

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Treinta y dos niñatos me rodeaban y se quedaban mirándome extrañados de que alguien como yo siguiera yendo al instituto.

Pero no podría importarme menos, masqué el chicle sin ganas. Si el profesor se dio cuenta en algún momento de que estaba haciéndolo, entonces nunca lo dijo. Quizá porque ya le daba igual, total, solo era otro alumno molesto más en su lista.

–Una leve presentación, Ivernathius –con la mano, el señor Phillips me indicó que comenzase–. Y podrás volver a sentarte.

–Seguramente aquí todos creáis que soy nuevo –estaba a punto de reírme de ellos porque eran patéticos, pero me aguanté. Tragué saliva– : Pues no, yo estaba aquí en preescolar.

Tomé una fuerte respiración cuando vi que las chicas musitaban cosas entre sí, creo que era sobre mí, y cosas buenas. Siempre habían sido así en esa ciudad, no sé por qué, si querían decir algo, que lo hicieran a la cara así yo también me enteraba ¿no?

–Por culpa de mi enfermedad tuve que irme de aquí, luego conocí a una chica que me está ayudando a superarla. No somos pareja –aclaré cortante antes de que comenzasen los cuchicheos–. Y después me rompí la pierna, me internaron en el hospital durante unas cuantas semanas y conocí a un estupendo chico que también me ayudó.

No comenté mi situación con Dom, pues si ni siquiera se la había contado a Enid ¿qué sentido tenía decírselo a todos aquellos imbéciles?

–¿Un bicho raro como tú?

Volvieron a reírse. Algunas chicas me defendieron y me encogí de hombros, miré al profesor y él no hizo nada. Siempre había detestado esto, cuando tenía once años algunos jugaban a estrangularse y el profesor nunca hacía nada. Desde los once llevaba preguntándome si por cobardía o pereza.

–Pues que sepas que ese bicho raro me enseñó a ver el mundo de otra manera, cuando se suponía que yo era el que le ayudaría. Y luego ¿sabes qué, gilipollas? Él murió, y estoy seguro de que la huella que dejó en este mundo es más profunda de lo que tú conseguirás con el pasar de los años. Porque la gente como tú no crece como persona.

–Suficiente, Ivernathius, siéntate.

Claro, el profesor le llamaba la atención al que no debía, típico.

Busqué un sitio y me senté.

El profesor comenzó a hablar sobre algo que no entendía, pero tampoco importaba porque en realidad solo estaba informándome de lo que habían hecho a lo largo del curso.

Busqué una distracción, de modo que me puse a juguetear con el bolígrafo azul pasándolo entre los dedos, fingí atender, hasta que se calló por fin. El timbre sonó y una hora en esa cárcel transcurrió, bien. Solo me quedaban cinco horas y media más, genial. Genial. Las chicas me hicieron sentir incómodo ¿acaso no les habían enseñado nunca a no mirar mucho tiempo a la misma persona? Sobre todo no a los ojos, porque eso es como retar.

Jo, es de muy mala educación, en serio.

¿Pretendían que fuera el chico nuevo diferente, el que las hiciera suyas y las amase? Pues que empezaran a poner sus pies en el suelo, porque eso nunca ocurriría, al menos no por mi parte.

Por fin llegó otro profesor, era... ¿sirve decir que tenía pinta de ser muy estricto? O sea, es que solo hacía falta ver su cara de mala leche, y cómo caminaba, y el modo en que nos miraba.

De acuerdo, con él había que intentar ser bueno, no discutir y todo iría muchísimo mejor.

En realidad no, eso era el maldito infierno.

/.../

Abrí la puerta del apartamento de mamá preguntándome cómo iría Thomas en su vida ahora que no nos tenía ¿acaso sentiría un ápice de lástima por habernos perdido? Una parte de mí de veras quería creer que sí, la otra sabía que eso era imposible. Thomas Rivermoond nunca se interesó por su familia, eso debía ser algo así como quitarle mil pesados sacos de arena de encima.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora