Parpadeo 3

36 5 0
                                    

Las páginas del diario de Orion tenían un aspecto antiguo y desprendían un agradable olor a café. La verdad es que me daba miedo pasarlas y que terminasen por romperse entre mis dedos, eran tan finas y frágiles como las alas de una libélula.

Como siempre, Enid McKee estaba impresionante en todo lo que se le ocurría llevar, creo que incluso se vería así enfundada en una bolsa con forma de fresa de estas que se llevaban y que tan polémicas se habían hecho por lo prácticas y bonitas que eran.

–¿Sabes cómo se siente tener esto entre mis manos? –pregunté. Las manos me temblaban, al igual que todo el cuerpo–. Es como chutarse un quilo de coca.

Enid arqueó una ceja.

–¿Es que lo has hecho? –negué con la cabeza. Era verdad, no lo había hecho pero leía en internet.

Aunque no podía decir lo mismo de la morfina. Varias veces me habían puesto morfina debido a altos niveles de dolor por algunas lesiones.

Cuando me rompí la pierna y ahora por la paliza.

–Tengo miedo de que se vaya a romper...

–El miedo es lo que nos impide avanzar.

Me guiñó un ojo y puso su mano sobre mi hombro. Una mano pequeña y cálida, perfecta.

Encajaba con la mía como si se trataran de piezas de un puzle.

Sonreí. Era lo único que se me pasó por la mente.

–Mildried y yo hemos quedado en que enviaremos el diario a editoriales hasta dar con una que lo acepte. Así es como lo querría Orion.

–No me creas mala ni nada, pero...¿y si nadie quiere el diario?

Su ceño extremadamente arrugado no me dio buenas noticias. Ella pensaba que esa historia no sería aceptada por otros, yo sabía que sí. Orion querría tener una oportunidad en el mundo, querría dejar su pequeña huella capaz de cambiar el modo de pensar de algunos y yo solo deseaba facilitarle el trabajo.

–Antes de nada hay que acabarlo.

–¿Mmm?

–Que sí, Ive, hay que acabarlo porque si él murió y lo dejó...

–Mildried podría hacerlo.

–O le damos otro final nosotros, ya sabes. Uno feliz –dio un saltito en el sillón y se acomodó–. Ay, qué ilusión. Siempre quise escribir un libro.

Sin poder evitarlo sonreí, se notaba que de verdad estaba a gusto con la idea de acabar lo que Orion comenzó.

–En teoría no lo escribiremos nosotros, sino que terminaremos una bonita historia que pudo finalizar en felicidad.

Dejé el diario en la mesilla de noche y Enid se puso en pie para tumbarse junto a mí.

–Eh. No –puso la palma de su mano sobre mi cara y me tapó la boca–. Manda a la mierda esos pensamientos negativos.

Frunció el ceño. Negué con la cabeza.

–Negativos no. Realistas.

Me encogí de hombros cuando ella me fulminó con la mirada. ¿Qué? No quería sonar como un capullo, solo había constatado un hecho.

Y de qué manera.

Me dio un suave empujón.

–Tonto.

–No te mires en un espejo, anda.

Abrió la boca con indignación actuada. Ella estaba tumbada a mi lado, nuestras piernas entrelazadas bajo las sábanas con fuerte olor a hospital. Creo que en mi vida estuve tan cerca de una chica, y su fuese otra, quizá no sería así.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora