Parpadeo 5

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Y bien. Por fin la última caja de traslado estaba en la plataforma, al fin.

Mamá tenía una de esas Pick ups con plataforma trasera, así que por eso no necesitábamos un camión de traslados, y la verdad es que me alegraba. No me gustaría nada necesitar la ayuda de alguien para hacer algo tan sencillo como mover cajas de un lado a otro.

–¿Listo para Hattusa?

–¿Y quién no estaría listo para olvidarlo todo en la ciudad de las estrellas? –forcé una sonrisa y me encogí de hombros.

Acababa de hacerme alusión a mí mismo, porque yo no estaba preparado para lo que fuera que me deparara el destino. Como bien dijo Mildried, el destino es lo más poderoso del mundo, y ahora yo podía añadir que el hijo de puta sabía de maravilla cómo jugar sus cartas.

La verdad es que tenía un sentido del humor retorcido.

–Cariño...

Yo ya no la escuchaba, caminé hacia el asiento del copiloto y me desplomé sobre este como un peso muerto. Cerré la puerta con un estruendoso portazo y mi madre me fulminó con la mirada desde el exterior, o eso creo.

Yo sentía una mirada asesina a mis espaldas.

–Mira el lado bueno, Manor ya no te hará daño nunca más si te vas.

Me volví sorprendido y entrecerré los ojos con suspicacia.

–¿Qué dices, Sam?

Traté de hacer que mi voz sonara lo más monótona y tranquila posible.

–Manor ¿no lo recuerdas? Uno de sus amigos terminó por delatarlo. ¿Cuándo ibas a decírnoslo?

–Si quieres que te responda es una estupidez.

Me encogí de hombros.

–Porque no ibas a decir quién era nunca ¿no?

Apretó el volante entre sus manos con mucha fuerza, no le di más importancia de la que tenía y terminé por apoyar mi codo en la ventana, mi cabeza en los nudillos y cerrando los ojos. Cuando los volví a abrir estábamos saliendo de esa ciudad y entrando en la autopista, donde no se veía mucho más que cientos de coches y pasto a nuestro alrededor.

A mitad de camino se puso a llover, las gotas de agua se deslizaron en una carrera por la ventana.

Era una carrera en un principio lenta, más tarde se volvió rápida y luego, algunas se juntaron para formar un equipo. Aunque había una cosa que me parecía muy triste. ¿Y cuando llegasen al final? ¿Acaso no tenían miedo de haber estado compitiendo para nada?

Cuando terminasen su tortuoso recorrido estallarían y dejarían de ser gotas.

A veces me sentía como una gota de lluvia que se deslizaba por un cristal hacia su final incierto.

O como un gusano que se convertía en mariposa sin saber que su vida iba a ser efímera.

Sí. Yo era una mariposa, y todo estaba contra mí. Mi aleteo era incapaz de causar catástrofes, pues era demasiado débil y pusilánime.

–Oye, mamá, ¿aquí puedes explicarme qué ocurrió? Ya sabes, el porqué de que repentinamente nos vayamos.

Apretó el volante y se mordió el labio inferior, terminó por suspirar con un asentimiento.

–Hay una carta que deberías leer.

Resopló, limpió el para brisas y paró en un semáforo en rojo.

–Yo no quiero leer una carta –contesté con vehemencia–. Quiero que las palabras salgan de tu boca.

–No exijas demasiado, Ive. A mí también me está costando dejarlo todo ¿vale? Así que aquí tú no eres el único herido.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora