»La felicidad no va a estar ahí para siempre, pero de ser así entonces me gustaría aferrarme a un pequeño fragmento de tristeza y enfado, porque ya sabes, los humanos sabemos muy bien cómo hartarnos una vez comenzamos a entrar en el círculo de la monotonía.
Orion era un tipo listo con sus estúpidas frases, en realidad sus frases eran más ingeniosas de lo que las hacíamos ver, englobaban todo y nada, y pensamientos que la mayoría hemos tenido alguna vez, y él los representó así, con sus frases que cada día por la mañana cuando me veía decía con una leve sonrisita. No pretenciosa como debería ser, sino especial.
Una vez me dijo: A veces prefiero ver nada a todo. Porque si lo veo todo puedo observar las calles grises con aceras llenas de mierda, a los padres pegando una colleja a sus hijos por alguna insolencia, o simplemente a los demás. Tengo que aferrarme a la realidad porque eso es justo lo que miro, pero con la vista en negro yo imagino lo que quiero ver. Y eso es una sensación increíble.
Entonces se echó hacia delante en la camilla de un modo brusco, y me dijo que tomase asiento cerca de él para que pudiese darme la mano. En un principio me pareció una locura, porque no entendía para qué. Luego me explicó de una manera concisa que quería que viese como él, con sus deseos.
Tomé asiento en el sillón.
–No, Mildried. Usted a mi lado.
Me sonrojé y al mismo tiempo agradecí mucho que él no pudiese verlo. Suena cruel ahora que lo pienso, alegrarse de que alguien no pueda ver, pero a veces tenemos pensamientos egoístas que en el momento no nos lo parecen, sino el más altruista del mundo entero.
–¿Que hay que tutearse, eh?
–Mea culpa –una vez estuve a su lado, extendió una mano grande con uñas cuidadas. –. Toma mi mano y cierra los ojos, dime cómo la ves.
Era suave para mi sorpresa, la mayoría de hombres a los que me atrevía a darles la mano las tenían rasposas y callosas. Pero Orion no, porque Orion era Orion.
–¿Cómo la sientes?
–Es mucho más grande que la mía, y suave.
–No creo que suave como la tuya, pero adelante.
–Está fría, como un témpano de hielo.
–Bien bien, continúa –empezó a deslizar la punta de los dedos por mis brazos destapados, pues estábamos en verano y llevaba el uniforme de manga corta y material más fino.
–Me está haciendo cosquillas –dije, conteniendo la risa.
Él continuó, después se paró de golpe.
Contuve la respiración. El cosquilleo quedó instalado en el lugar donde sus dedos se habían quedado parados, más que un cosquilleo ahora era un hormigueo extraño.
–Imagina que mis dedos son el aleteo de un ave.
Por unos instantes así fue, me estremecí bajo el contacto de su piel contra la mía, hasta que no pude aguantarlo por mucho más y me eché hacia atrás de un salto.
–¿Ocurre algo, Mildried?
–No, lo lamento.
–No hay nada que sentir, tranquila.
Retomó lo que hacía, acariciándome más que intentando simular que sus dedos eran el aleteo de un ave. Le sonreí a pesar de que no podía verme, y abrí los ojos.
–No los abras.
Abrí la boca incrédula.
–¿Perdona?
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Tempus imperfectum
General FictionÉl es un asesino. No mata a los demás. No disfruta dañando. No sabe manejar armas. Es un asesino de su propia humanidad que poco a poco está llegando a un punto de no retorno inexorable. Historia ganadora en los premios ímpetu. Primer lugar...