PÍLDORA 8

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2 años atrás...

Soledad según el diccionario es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Solitario es alguien retirado que ama la soledad y vive con ella. Y yo, Ivernathius DeLauren no era solitario, ni la soledad me gustaba.

Había gente a mi alrededor, pero era como observarlos desde un ataúd de cristal. Ellos podían mirarme desde fuera, tocar mi ataúd y hacer lo que quisiesen, en cambio lo único que podía hacer era limitarme a ver encerrado en mi doble cárcel: las paredes del ataúd y mi cuerpo.

Quería estar con ellos, en serio, pero no encajaba. Nunca encajaba en ningún lado, aunque ese sentimiento de pertenecer a algún sitio era una mierda, se nos había impuesto que debíamos pertenecer a un lugar porque sino estaríamos solos para siempre, pero lo que no se dice es que solo era una tontería más de la sociedad.

Como cualquier persona tenía un sueño, tuve un sueño en realidad. Nació con la lectura impulsiva que desarrollé al tener tanto tiempo libre, no mucho más tarde me di cuenta de algo: ni siquiera leer conseguía despertar mis emociones.

Y entonces me puse a escribir la biografía de mi vida, todo el dolor y el sufrimiento que trajo consigo el Cotard, aunque también todo el amor que una vez llegó a rodearme cuando era muy pequeño.

Lo conté todo, toda mi vida. Llevaba trabajando en esa biografía meses, no llegaba al año pero estaba cambiando algo en mi interior.

Nadie sabía sobre eso, era mi pequeño secreto, y me encantaba mantenerlo para mí mismo.

»Al chico más triste del mundo le gustaba observar el cielo, pensaba que algún día este terminaría rompiéndose en fragmentos como si fuese de cristal.

Porque era hermoso y pensaba que todo lo hermoso estaba destinado a encontrar un fatídico final.

Adoraba ver cómo cambiaba sus tonalidades a medida que transcurrían los minutos, se podía pasar horas mirándolo sin cansarse. A veces cerraba los ojos e imaginaba que caminaba sobre ese cielo de cristal«

Mis dedos culminaron con su danza sobre el teclado en cuanto el pomo dio una media vuelta. Tragué saliva con dificultad y minimicé el documento para abrir un juego lo más rápido que pude.

Menuda estupidez la de creer que podría...no sé, vencer contra Thomas. Superarle.

Él era un ser capaz de estar en todas partes, parecía el hermano de Satanás.

–¿Qué estabas haciendo? –me preguntó con la mirada más seria que alguna vez llegó a adoptar.

Tenía los ojos entrecerrados calculando las posibilidades de que yo llegase a mentirle o a decirle la verdad.

Maldito bastardo.

–Jugar –contesté tratando de esconder el nerviosismo de mi voz–. ¿Qué más voy a hacer? Solo soy un niñato que no sabe hacer nada más que jugar.

No me contestó. Él sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y ya sabía cómo iba a hacerme daño, siempre iba cinco pasos por delante de cualquiera.

Se situó a mi lado y me quitó el ratón de las manos con brusquedad, sentí mi piel ser congelada cuando entró en contacto con la suya, porque él era un témpano de hielo, y yo estaba en camino a ser otro.

–El chico más triste del mundo se sentía solo –leyó él. Arqueó una ceja en mi dirección y sonrió con burla–. ¿Eres tú?

Aparté la mirada y él gruñó, me cogió de la barbilla con fuerza para que lo mirase a los ojos.

Me paralicé, él era como Medusa.

Moví los labios sin articular palabra alguna por unos segundos, y entonces lo solté.

Tempus imperfectumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora