42 - El Pibe (parte dos)

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Otra vez, ¿viste?
Otra vez te vengo a escribir, otra vez, capaz son boludeces, "querido diario".
Hace unos días mis viejos me trataron de drogadicto, no saben que yo puedo dejarlo cuando quiera. Bueno, quizás no tanto, pero a veces desearía poder hacerlo.
Hace poco vinieron los chicos, el grupo de amigos (un poco achicado por unos inconvenientes), a casa y se quedaron a dormir. Fumamos porros, como era de esperarse, y fue la noche más linda de mi vida. Creo que no sé si amo a alguien, o quizás amo a demasiadas personas.
¿Les digo algo? Es difícil matarse.
Más si tenés tantas dudas como yo, y peor aún, confías que todo va a cambiar. No va a cambiar, ¿sabés? Si estás en un pozo como yo, capaz tu novia, tu novio, tus mejores amigos o incluso un abrazo de tus papás te haga feliz nuevamente. Pero, como es mí caso y no el suyo, no tengo esas cosas.
Tengo comida, pero con las noticias del doctor de mi posible diabetes y mis problemas de la hipertensión por el café, no quiero comer más.
Mañana empiezo otra vez el colegio, cuarto de secundario, a tres años de ser libre y que mi amada venga a buscarme para ir a estudiar a Capital, con algún amigo (hermano, más bien). Pero, es que, ¿por qué?
Te odio, querido diario. Me recuerdas la felicidad de antaño y la inalcanzable paz de un próximo otoño bellísimo, y posiblemente cómo mis pies se hunden en arenas movedizas para petrificarse en la entrada al paraíso, o quizás ya estén así.
Veo, como si fuese un sueño, las puertas de mi Edén: mi trabajo bien pagado, mis mascotas, mis hijos y mi mujer, además de mi sonrisa.
Están tan lejos.
Quizás por eso quise aprender parkour, porque me gusta esquivar los problemas y no darles la cara, pero me gusta aún más hacerlo con estilo. Quizás sólo quería poder atravesar los obstáculos de mi dolor con mis pensamientos.
Y no importa lo mucho que trate de esconder mis emociones en palabras y palabrotas, siempre me veo encerrado como un pájaro en mis penas y en mi llanto, siendo torturado con la frialdad de un cuerpo destrozado por el ardor del aceite de la depresión.
Quiero volar. Y quizás, si salte de los edificios, alguno me regale alas nuevas para poder volver a ser algo lindo: algo vivo.
Me baño con agua fría si me baño, porque el agua hace ver mis lágrimas como gotitas de problemas tontos, y sólo el agua helada neutraliza el amargo sabor de las gotas saladas que bajan por mis mejillas. Y eso si lloro, porque a veces me cierro a sentir mi corazón maltratado cada vez más apretado y apretado.
No quiero sentirme así.
Y no quiero ayuda.
Hay personas que no saben lo que se siente necesitar la muerte. Hay veces que quiero saltar abajo de un auto para que me muera. Hay veces que busco suicidios indoloros y ya sé que usaré gas. Sólo necesito los materiales. Las ganas van y vienen.
Yo voy y vengo. Y estoy cansado de volver.
Habían más personas en mi lista, pero todas se fueron o levemente dejaron de ser lo que eran antes para mí.
Adiós, a los que sí saben el resto del libro.

Un Sol PoéticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora