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Si me siento, congelado, en la esquina, con el frío en mi espalda la cual se recarga contra el amoroso y duro tacto, tan duro como la realidad, de una triste pared invernal.

Saturado, me siento tal cual, ¿necesitaré un helado? Me lo niego, no quiero más mordiscos gélidos, con tus besos me conformé.

Ojalá que te muerdan. Ojalá que te duela, y que de amor te ciegue.

Si valor tuvieran mis palabras, de frente te las escupiría. Si importancia desbordasen, como tal cual yo sé no lo hacen. Y hasta el punto en el que me amaste para repentinamente soltarme justo dentro del aceite hirviendo, te digo: yo tampoco importé.

Y ahora me abraza y abriga mi cuello una bufanda rasposa de soga, cuya cola vuela por encima de mi cabeza y no se arrastra, no. Está atada al techo.

Una silla de cuatro firmes patas de madera descansa bajo mis pies. Y de repente, ya no.

¿Me resbalé?

Tropecé, más bien, porque eras tan seca conmigo que no puedo decir que mi suicidio fue por lágrimas, no, fue por miedo. Un fuerte, sólido y concreto miedo.

Miedo a sentir que te seguía amando.

Un Sol PoéticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora