12. Infiltrados: parte 2

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Estaba a punto de llamar a mi amigo y decirle a Kristen que tenía que irme.

-Ya estoy- miré hacia la puerta y vi a Kristen con una chupa de cuero y unos pantalones de cuero.

-Ya estoy- miré hacia la puerta y vi a Kristen con una chupa de cuero y unos pantalones de cuero

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-¿Pero qué...?-me empecé a reír.

Ella refunfuñó.

-Grease es el último musical que esta escuela ha hecho- dijo como si eso lo justificara.

-Te queda muy...- paré a reflexionar mis palabras- ...muy raro. –ella me miró. Esta vez sin odio en la mirada, sólo diciéndome que ella también se veía rara.

-Bueno madame déjeme que le acompañe a su mesa-dejé el móvil en el bolsillo de mi mochila, pero antes lo apagué. No quería que nadie nos molestara.

Acompañé a Kristen hasta la mesa y la acomodé en la silla. Era muy raro acomodar a una motera.

-Y el plato estrella del día es...-ella gritó con entusiasmo y yo le seguí el rollo.

-UN FRANKFURT- exclamé casi saltando de la emoción.

No sabéis la mirada asesina que me llevé.

-¿Enserio un Frankfurt? ¿No eres capaz de nada mejor? -seguía mirándome con esa cara asesina.

-Y UNA ENSALADA- intenté sonar emocionado, pero parecía que a ella ya tenía asimilado que la cena no iba a ser de 5 estrellas.

De repente cogió su mochila y sacó el libro de química.

-Símbolo atómico del Hidrógeno-me preguntó mientras estaba desprevenido.

-mmmmm...-

-NO PUEDE SER- Kristen estalló en carcajadas mientras yo me la miraba con el ceño fruncido y se me escapaba media sonrisa.

Qué boba era.

Le brillaban los ojos de tanto reír, creo que hasta estaba llorando de risa. Y eso me parecía, ¿adorable?

Sí, tengo que admitirlo. Era adorable.

-Come y calla-le metí una aceituna en la boca para hacerla callar.

-Sé comer sola-intentó contestar mientras masticaba la aceituna.

Me reí.

Puede que al final de todo esto no hubiese sido tan mala idea.

De repente recordé el mensaje de Jack, el único de todos que me importaba y puse mala cara.

-¿Qué te pasa? – preguntaba mientras guardaba el libro de química y masticaba un trozo de Frankfurt.

La miré.

No la conocía demasiado y lo poco que sabía era que me odiaba, pero sus ojos transmitían serenidad y notaba que podía confiar en ella.

Alerta EmpollonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora