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   « ¿Que eres? »





— ¿A donde vamos? — pregunte detrás de él. 

Le seguía los pasos después de haberme humillado en ese juego. 

Esta bien, aún tengo mi orgullo y más importante aún mis monedas de oro. 

Obviamente él sujeto que caminaba frente a mi no tenía idea de a dónde íbamos o dónde estábamos. 

Suspire frustrado.

Ni siquiera respondía mis preguntas o me dejaba ver su cara. Sí iba a ser su esclavo de esta forma esto no funcionaria.

— Oiga, em. — trate de hablar, pero realmente no sabía que decir. — ¿Como te llamas? ¿Debo decirte de algún modo a partir de ahora?

Rogué dos cosas en ese momento. Uno, que contestara. Pues parecía que no poseía cuerdas vocales o si quiera reacciones faciales, siempre estaba con la misma expresión seria, en blanco. Y dos, que no sea un fetichista con ansias de ser llamado "Señor, amo, o algo así".

— Va a llover. — susurro.

Elevo su vista al cielo. 

Los truenos y rayos se colaban entre las nubes haciendo espectáculos de luces y estruendos y él se dedicaba a mirar y escuchar fascinado. 

— Deberíamos conseguir refugio. — interrumpí.  

Ni siquiera parecía haber escuchado mi anterior pregunta.

No sabía si era presumido, sordo o idiota.

— Debemos irnos, hay que volver al castillo.

— ¡¿Castillo?! — grite notoriamente sorprendido. — ¡¿E-eres un noble?! ¿Un rico? 

Negó lentamente.

¿Qué eres?

  — ¿Quien eres? — balbucee más para mi.

Pero logro oírme.

— Destino.— menciono.

Su miraba se clavaba en mis ojos con profundidad. 

Apenas era visible nuestro alrededor en la oscuridad de la noche en la metrópolis, dónde sólo farolas iluminaban el lugar encendidas por una pequeña llama de fuego que pronto se apagaría por la tormenta.

— No sé de que hablas. 

Realmente no entendía a este sujeto. 

Hice que me siguiera a las afueras de la metrópoli, donde las casonas se veían más humildes y la pobreza más notoria. Los campesinos vivían a las afueras. 

La luz era mínima, realmente todo era oscuro y no podía ver nada.

Caminábamos a paso lento mientras el camino se volvía más rocoso y pastoso, hasta el punto de que la hierba me llegara a las rodillas. 

Los truenos y relámpagos adornaban el silencio y de vez en cuando llenaban mi piel de miedo y escalofríos. 

El viento comenzaba a ser horrorosamente fuerte, por lo que el último sentido que usaba para orientarme se perdió. El viento resoplaba en mis oídos y me confundía. 

No veía, no escuchaba, me hacia sentir perdido y desorientado. Tenía frío, y estaba por comenzar una tormenta estrepitosa. 

Perdido en el camino, y en mis propios pensamientos, su mano toco mi hombro y sentí que volvía en mi mismo.

Hemophobia | VKook EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora