Capítulo 10

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Young saeng caminó delante de él encendiendo luces. Sentía los pasos de Hyun joong tras el. Y su voz, de súbito, causando casi un sobresalto.

—Estuvo.

Saeng se quitó la casaca y el cinturón.

—Pasa a la salita, Hyunnie. ¿Quieres comer algo? La muchacha de la limpieza me deja la comida hecha cuando se va por la tarde a primera hora. A veces la como fría. Otras la caliento.

—No tengo apetito, Saengie. Gracias, pero estoy pensando que... deseo hablar contigo largamente.

El no lo miró.

Pero su voz vibraba un poco cuando preguntó:

—¿De... Sarah Stark?

—Sí.

—¿Es preciso?

—Me pasa...

Le atajó.

Casi tenía ira en su voz.

—Sé lo que te pasa.

—¿Lo sabes?

—Me lo indicaste tú hoy mismo. No hace ni tres horas.

—Ya. Es verdad que te lo indiqué —se derrumbó en una butaca como si se desplomara en ella—. Pues pasa. Me está pasando —y casi a borbotones le refirió la entrevista en su alcoba, media hora escasa antes.

Hubo un silencio.

Young saeng fue hacia el bar y sacó una botella y dos vasos.

—¿Solo? —preguntó como si pretendiera ganar tiempo.

—Sí, gracias.

—Yo también.

Y sirvió whisky en los dos vasos, entregándole uno a Hyun.

Después se acomodó en una butaca frente a él.

—¿Y vas... a ir?

—Lo preguntas como si la respuesta te doliera.

—Por ti.

—Claro. No..., no quiero ir.

—Una cosa es que no quieras y otra que no puedas evitarlo.

—¿Qué quieres decir?

—Puestas las cosas así... es evidente que te atrae demasiado.

—Mucho. Pero yo desprecio esa atracción. ¿Sabes lo que pensé cuando Tim me dijo que estabas detrás de la puerta?

—No.

—Pensé que tú podrías ayudarme.

Saeng se crispó.

Apretó el vaso con las dos manos. De súbito, sin soltarlo, lo llevó a los labios.

Y así, mirándole sin parpadear, preguntó con dejo trémulo:

—¿De qué manera?

Hyun se puso en pie.

—Es absurdo —dijo gritando, como si se pusiera histérico—. Absurdo, inconcebible en mí. Pero... sigo aferrado a esa idea. ¿Sabes cómo? Como si navegara en un barco, éste se incendiara y estuviera a punto de perecer, y de súbito me viera asido a un madero, en medio del océano, aferrado a ese único punto débil de mi vida. Como si viera la costa a dos pasos, o un volcán, y la tabla fuese para mí mi única salvación.

—Yo soy... la tabla.

Joong dio una fuerte cabezadita.

—Sí —dijo con la boca—. Sí.

Dime que no llegue tarde.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora