CHAPTER ØNE.

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12:00 pm. Sol deslumbrante. Aire cálido que conjugaba con los sonidos de la foránea. Un agitado contexto. Un ser que con ardor despertaba de su pesada somnolencia, abriendo los párpados paulatinamente y que—con indolencia—, se acomodó en la orilla de su cama.

Sentía que las paredes de su habitáculo eran un torbellino infinito. Su sienes sentían estallar cual calvario. Su fauces nauseabundas, adheridas a un dejo insoportablemente amargo. Un juramento consistido en tímpanos que aún palpaban las convulsiones de la música.

Había tocado fondo, y no solía cometer tal acto. Su padre se lo prohibía rotundamente.

"No dejaré que manches la reputación familiar" repetía incesantemente su progenitor, el señor Chris Joseph—un magnate de los negocios—, una figura muy respetada. Lo tenía todo, y sin embargo, lo único que en su muy amplio patrimonio faltaba era una esposa—su madre—, la señora Joseph, la cual había fallecido cuando el pequeño ser de 3 años apenas comenzaba a balbucear. Por lo cual afortunada—o muy a su infortunio—, sólo poseía muy vagas memorias de ella. Una melodiosa y apacible voz, sonando como una dulce plegaria; unas suaves manos, acariciando con ternura cada rincón de su frágil anatomía; sus delicados pero recios brazos, sosteniéndolo con gracia. Estrafalarias sensaciones. Indefinidas. No duraderas.

Su corazón no podía sufrir por ella, pero a veces lo hacía.

En un epílogo, toda la opresividad de esos sentires siempre se desvanecían sin dejar un solo rastro.

Párpados entreabiertos. Ido. Mareado. Tratando de no evacuar todo el veneno que había consumido anoche.

Seguía acomodado en su enorme y costosa cama. El lugar era espacioso. Limpio. Blanco como una estación invernal, combinando con su coetáneo mobiliario. Un gran y excelso ventanal con un balcón que dejaba entrar toda la luminosidad del sol.

Tenía una casa que era de su propiedad, después de que le insistiese a su padre a los 19 que ya era lo suficientemente mayor como para seguir viviendo con él cual niño mimado. Así que ahí se encontraba; en una mediana pero espléndida propiedad-la cual su padre había pagado, por supuesto-, con la única condición de que estudiase en la universidad que él escogiese y así pudiese encargarse de la empresa de su padre en el momento de su retiro.

Ese era su primer año de universidad-en una de las más prestigiosas y costosas del país-, y ya se la pasaba de fiesta en fiesta de fraternidades bebiendo con moderación, ya que su progenitor-no importando que no viviese con él-, lo mantenía meticulosamente vigilado. O por lo menos eso era de lo que le advertía cada vez que iba de visita con él. Pero la noche anterior había pasado el límite, y sabía que habría consecuencias.

Cuando pensó que todo su entorno se había apaciguado, susurró un 'mierda' y-tapándose la boca con la palma de su mano-, se levantó rápidamente de la cama de un ágil salto y fue al baño para ir a expulsar toda la cerveza y otras sustancias de las cuales su nombre era inmemorable.

Luego de haber sacado todo, sintiendo como el sabor de su boca recrudecía, cepilló sus dientes y lavó su rostro. Su vista y atención en el espejo. Un rostro vistosamente exhausto. Una delgada complexión que hacía juego con el tono aceitoso de su piel. Peculiares tatuajes en algunas fracciones de su talle. 'Un desastre', a su dura opinión.

Estaba tan desatento criticando a su cuerpo que luego se dio cuenta de su vestidura limitada a la ropa interior, comenzando a idear las peores perversiones nocturnas. Extremista. Él no acostumbraba a dormir de esa manera tan atrevida, y todo se resumía a que lo consideraba un tanto incómodo. Chequeó que no hubiese alguna equívoca marca en su cuello-o en alguna otra parte de su talle-, y no encontró un solo indicio. Liberador.

PANDØRA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora