•2 - "La mala noticia"•

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Habían pasado unos 5 días desde su viaje, y Carla aún seguía sin poder creerlo. Desde el nacimiento de su hija, su vida había sido por y para ella. Si se iba no quedaba nada; si se iba ella no era nada. Shina todavía no se había enterado de la noticia, pero su madre decidió que no podía estirarlo más; ella debía enterarse.

Ambas siguieron con sus rutinas; Shina fue a la escuela y Carla a su trabajo. Solo que ya nada era igual; una sabía que la otra iba a morir en un futuro no tan lejano sin saber cómo decirle.

Una sabía que tendría que ver a la otra cerrar sus ojos, dejar el plano terrenal, despedirla... Aún era muy fuerte para ella.

Esos 5 días fueron de asimilar, y pensar una manera de que todo esto no suene tan malo. Pero es que era malo. Y ésta mujer no sabía cómo dar la noticia, no había una buena manera de decirlo y sabía que guardarlo de más no iba a ayudar. Debía decírselo, y hoy sería el día.

Ese martes recogió a Shina de la escuela, en la hora habitual. La niña ya estaba en el último grado de la primaria, le iba bien y tenía una amiga, lo que no era mucho, pero ella siempre se mostraba alegre y feliz. Y fueron a la casa en su auto. Notaba cómo sus manos sudaban contra el volante, y una sensación horrorosa en su estómago aparecía cada vez que pensaba en el momento en que llegaran, el momento de decirle... Hasta que llegaron a su hogar y entraron al interior, y solo sé sintió peor.

-¿Qué pasa? Sé que algo te dijeron en el hospital, actúas raro desde entonces y quiero saberlo.- se notaba su determinación y preocupación. Su madre suspiró, antes de responderle.

-Necesito que te sientes.- asustada, se sentó en el sillón del living, seguida por Carla. -Si es verdad que algo me dijeron, estuve pensando en cómo decírtelo y ya es el momento. Debes ser fuerte, cómo lo has sido hasta ahora, que sepas que esto no es el fin, que siempre estaré aquí y que te amo...-

-¿Moriré?- Shina interrumpió a la mujer. Su madre levantó la mirada para verla después de estar evadiendo su mirada durante la conversación. Las manos de la niña temblaban, junto a su labio inferior. Sus ojos estaban llorosos, y pronto una lágrima corrió por su mejilla. Pronto su vida acabaría, y todo lo que le quedaba por vivir, toda la vida por delante, se extinguiría. La pequeña sintió cómo el mundo a su alrededor se marchitaba, cómo ella se marchitaba. No quería morir, siempre pensó que lo lograría; que se salvaría de la enfermedad y podría correr a toda la velocidad que sus piernas le permitían y no tener que detenerse porque sus pulmones no podían agitarse de esa forma, que podría reírse normalmente sin que en medio de una carcajada se quedaba sin aire. Toda la lucha contra la enfermedad, ir al hospital, las visitas a los médicos; para nada. La mujer comenzó a llorar también; lo que más amaba en el mundo tendría que irse, irse para siempre. Nunca habían estado separadas desde que la pequeña había nacido, y está separación sería eterna. ¿Y decir adiós? Algo impensable, lo más difícil de todo. Despedirse de la persona que más amaban. Y como madre, pensar lo que tiene que sufrir su hija, pensando en que daría su vida por ella, y ahora no podía hacer nada. Nadie podía hacer nada. Carla extendió sus brazos para abrazar a su hija pero ella retrocedió en el sillón.

-¡Deberías habérmelo dicho, yo debía saber!- se paró, mientras su voz se quebraba del dolor e indignación. -Lo sabías hace días y ¿no pudiste ser capaz de decírmelo? Era mi derecho saber, ¡es mí vida!-

-Es cierto, y planeaba decírtelo, pero es fuerte para mí...-

-¡No eres la que va a morir!- soltó la pequeña sin tacto alguno.

-Lo sé, ¡YA LO SÉ!- ambas quedaron en silencio, impactadas de esa respuesta sin pensar de Carla. Ardían en dolor, y sus corazones latían fuertemente. La mujer sabía a qué refería la pequeña, y tal vez sonaba egoísta, pero le había pegado tan fuerte que no había sido capaz de ponerlo en palabras. Ni siquiera recién. Era demasiado, siempre sería demasiado. Esa niña podía desarmarla si quisiera, pero parecía que ella desaparecería mientras ella se desarmaba poco a poco. De dolor, de soledad. Después de respirar agitadamente varias veces, Shina le respondió:

-¡Pero no pensaste en mí! ¿No querrías saberlo si te pasara?-

-Claro que quisiera saberlo, por eso te lo estoy contando. ¡He estado pensando en estos días cómo hacer la noticia menos difícil!- se miraron por unos momentos, y pronto la furia dio paso al dolor. Eran demasiadas emociones para ponerlas en palabras, el amor que sentían, la ira por toda esta lucha, este sacrificio, que no había servido para nada, el dolor de la muerte prematura.

-Ma, no quiero morir- la voz se le quebraba, y sus manos comenzaron a temblar de nuevo. Estaba diciendo la verdad, y claro que lo estaba haciendo, esta niña amaba vivir. Era una niña feliz, bondadosa, alguien que para nada merecía todo lo que le estaba pasando.

-Créeme que si pudiera hacer algo, preferiría dar mí vida por la tuya. Daría todo- comenzaron a llorar, y luego de un sollozo estridente de Shina, la niña corrió hasta su madre para, por fin, fundirse en un abrazo. Un abrazo tan puro, y acogedor. Si esta situación no fuera tan mala y sin remedio, seguro se hubieran sentido mejor después de ese abrazo. Pero esta no era una situación cualquiera, y nunca lo sería. El living se veía más apagado, mientras ellas estaban paradas en el centro de él, unidad por su amor y el dolor. Todo nublado por las lágrimas en sus ojos, sus llantos llenaban la habitación.

-¿Por qué a mí? ¿Hice algo mal? ¿Qué está mal conmigo? ¿Cuándo será? ¿Debo abandonar todo lo que amo? ¿Dolerá? ¿En serio merezco esto?- preguntó la pequeña, seguía temblando y a penas podía formular las palabras. Las dijo tan rápido, que Carla se quedó callada, pensando qué decir. Todas esas preguntas la bombardearon como disparos a su cerebro. ¿Había una respuesta correcta? O más bien; ¿había una respuesta que no doliera?

-Lo único que sé es que estaremos juntas hasta el final.-

-Para siempre, nosotras dos. Solo nosotras dos...- la corrigió su hija.

Y justo en el peor momento, el teléfono fijo sonó. Ambas saltaron del susto, pero no se separaron hasta que Shina soltó a su mamá.

-Iré a la cocina mientras contestas- Carla le tomó la mano antes de que se alejara demasiado.
-¿Estás bien? Puedo cortar y llamar luego...-

-No, no te preocupes- la pequeña le sonrió, tratando de darle calma -Iré allá y te espero, podemos ver una película en la cena- la mujer asintió y le sonrió antes de que la niña se vaya. Se dirigió al mueble de la esquina del living, donde el teléfono seguía sonando. Atendió. Y pronto se arrepentiría de hacerlo, pero eso aún no lo sabía.

-¿Hola?- se secó las lágrimas y acomodó el teléfono en su oreja izquierda.

-Hola, Carla. ¿Cómo has estado?- respondieron del otro lado. Sintió cómo el teléfono se escapó de sus manos, y cayó al piso. Se quedó mirando la pared frente a ella con la boca abierta. No podía ser. Había vuelto, y después de todo, nunca había olvidado esa voz. Habían pasado 12 años, y no lo había olvidado. -¿Hola? ¿Sigues ahí?- seguía ahí, como había estado hacía años.

Entre la Vida y la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora