-No te olvidas nada, ¡¿verdad?!-
-No, mamáa- repetía Shina por quinta vez en el día mientras atravesaba el umbral de su habitación en la sección de internación del hospital.
-¿Te sientes bien?- volvía a preguntar su madre, como por décima vez desde que le dieron el alta. La última recaída fue más fuerte que otras, nunca había tenido un ataque de esa magnitud, y Carla estaba más que preocupada.
-Si le dan el alta después de estos 4 días, significa que lo está.- exclamó con obviedad Marco, el padre de la niña, que ayudó a Shina a caminar unos pasos hasta que ella pidió hacerlo sola; pues estaba bien, pero la internación la dejó un poco débil.
Su pequeño cuerpo, durmiendo en esa habitación blanca como las nubes en un día soleado, descansando sobre el suave colchón mientras luchaba por tener una respiración constante. Su padre y su abuela la veían dormir cuando no estaba en medio de estudios, o cuando Carla no estaba obligándola para que coma algo; una mísera cosa.
Los cuatro pasaban por los pasillos inmaculados del hospital, alejándose de la tos lejana de algún enfermo, y el sonido de los pasos del personal del lugar. Shina hubiera deseado no tener que volver jamás, Marco deseaba no volver a ver a su hija en un estado tan triste como el que había tenido, Susana hubiera querido vivir su vida junto a su nieta, y Carla, oh, Carla quería salvarla.
Salieron al estacionamiento, casi tan lleno como el interior del establecimiento, y también casi tan limpio como él. El hombre castaño ayudó a su hija a subirse al vehículo que la esperaba. Ella se abrochó el cinturón, mostrando una gran sonrisa a su familia, a pesar de lo cansada que estaba.
-Portate bien, y no molestes a tu madre. Mañana iré a verte, si? Y cuídate, por favor- no queriendo sonar tan preocupado como en realidad estaba, Marco soltó la frase disimulando lo mejor que pudo.
-¿Cuándo la he molestado?- bromeó Shina, ignorando el último detalle. Su abuela rió.
-Déjate de tonterías y sé responsable, cuídate, niña. Adiós, Carla. Mañana iré con Marco, si no te molesta, adiós a ambas.- se despidió la anciana. Luego de una tierna despedida, Carla encendió el auto y ambas se dirigieron a su casa.
El camino estuvo bastante callado, qué podrían decirse en estos momentos. Ambas estaban felices de salir de aquel lugar. Nada le recetaron a Shina, ya no había nada para arreglarlo. Solo esperar hasta que se desvanezca de a poco, y que se apague, mientras la cuenta regresiva parecía correr más rápido cada vez.
Qué decir. "Estoy feliz de que no haya sido esta vez", "Tal vez aguanten unos meses más", "No estuvo tan mal". ¿Quién diría eso? Y sin darse cuenta, llegaron a su destino.
Después de bajar las cosas que estaban en el vehículo, ambas bajaron y por fin estaban en casa; ambas.
-Podemos ver una película juntas, una tranquila, para no alterar a ninguna de las dos más de lo que ya estamos, si quieres- propuso la mujer, muy feliz de que su hija haya vuelto.
-Quisiera estar en mí habitación por ahora, quiero relajarme un rato y pensar, si no te importa- Shina no quería dejar a su madre sola después de estar estas noches en el hospital, pero no quería estar con ella ahora; simplemente eso. Y no de una mala manera, pero quería estar sola.
-Creí que habías tenido tiempo de pensar en el hospital, sola- esa pequeña broma solo acentuó lo incómodo de la situación, la niña no sabía que decir -Si, claro, no te preocupes, ve y relájate- la pequeña comenzó a subir la escalera, pero después de todo, Carla seguía siendo una madre, -¡Pero no te duermas tan tarde, por favor!-.
Llegó a su habitación y se tiró en la cama. Su pelo enmarañado y sus sábanas arrugadas de su última noche allí. Recordó la vez que le hizo prometer a su madre que no limpiaría otra vez su cuarto, para hacerlo ella sola, a los 7 años; creyéndose muy independiente, y sin embargo la mujer nunca hizo ademán de querer estropear esa promesa.
Fue hace tanto, pero la pequeña no parece haber cambiado tanto; su pelo sigue siendo igual de fino, su cuerpo no creció casi nada y su sonrisa sigue siendo tan brillante como antes. Al parecer, sus pulmones son lo único que tuvo un gran cambio estos años. 12 años no son tanto a veces, y otras veces lo son tanto.
12 años de vida es un muy corto tiempo, y 12 años de agonía es un muy largo tormento. ¿Por qué malgastamos el tiempo? ¿Por qué pensamos que no puede alcanzarnos? Es tan sigiloso, tan silencioso, y tan destructivo. ¿Por qué deberíamos esperar que nos alcance? ¿Que nos estreche en sus brazos envejecedores del tiempo? 100 años son mucho para el que espera, pero muy poco para el que escapa, el que huye, el que corre.
Pensar que nunca para, no se detiene, y no hay excepciones. Imposible escapar del terror que es crecer, e imposible que sus síntomas no se peguen a tu piel, a tu cuerpo, a tu ser. Pensar en las cosas que podría haber hecho, haber dicho, haber pensado. Haber vivido.
Y la muerte, la muerte ni siquiera es la peor parte. ¿Por qué nos asusta si es el final del castigo al que llamamos crecer? ¿No es acaso liberador? ¿O es el comienzo de algo peor? Crecer y apartarnos de lo pequeño, envejecer y alejarnos de la adultez, y morir, y flotar en el vacío de la eternidad.
¿En serio es justo que una niña de tan solo 12 años piense en todas estas barbaridades, después de que su vida pasara como un chasquido frente a sus ojos?
Sus pensamientos se fundieron con su almohada, y fueron soltados al universo, como la pluma vuela cuando el viento sopla, como pedazos de ilusiones rotas de una vida larga volando en los sueños de una pequeña criatura.
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Entre la Vida y la Muerte
Novela JuvenilLa muerte es algo por lo que todos pasamos. Temprana o no nos parece horrible. Imagina ser una niña y descubrir que morirás en un año. Esperarla tranquila es muy complicado y estar muy alarmada no sirve de nada. Su familia estará allí para apoyarla...