• Cap 10 •

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— Buen día, Juleka

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— Buen día, Juleka. — una sonrisa, no del todo sincera, surcó sus labios.

— Hola, Marinette.

— ¿Dónde está Alya?

— En la oficina de...

— ¡Señor Damocles, eso es trampa! — se escuchó la voz de la morena junto a una potente risa.

— Se ríe como foca retrasada. — habló la ojiazul.

— Agh, oh, hola Marinette. — la miró fijamente, la tomó del brazo y salió con ella. — ¿Qué pasó?

— ¿Por qué lo dices?

— No estás bien.

— No podría estar mejor, Alya.

— Oh, no, no y ¡no! Ni se te ocurra mentirme, Dupain.
 
— Estoy de maravilla.

— Te conozco demasiado, Marinette y...

— Hola, linda azabache. — la muchacha giró sobre sus talones, inspeccionando al que era su nuevo sospechoso. [Mismo
color de ojos, mismo cabello, mismo tono de voz, misma estatura... ¿Personalidades? Distintas]

— Hola, Adrien

—*¿Pasa algo? — preguntó por la expresión de la azabache.

— Sí, muchas... cosas. — [El anillo en la misma mano... ¿Adrien será Chat Noir? No, es imposible. Marinette, deja de ser tan idiota.]

— Demasiadas. — añadió la joven amiga.

— Aah, Alya. Nino te busca. — Marinette lo miró extraño, pues sabía era mentira.

— Genial, yo tengo que volver a la oficina. — juntó sus manos y dio la vuelta.

— ¡Mari! ¡Espera!

— Lo siento, Agreste, tengo que volver.

— Pero necesito...

— ¿Hablar conmigo? Otro día. Nos vemos. — y sin más, avanzó hasta su escritorio sin voltear a verlo una vez más. No sabía cómo reaccionar ante tantas similitudes, cuando la única diferencia era su personalidad, algo que podría fingirse como quien actúa en una obra.

Entonces sus sueños regresaron a su mente, y las preguntas sobre qué haría si él fuera a quien buscaba. Años trabajando en una investigación que él y su banda demoraban, y aunque él había revelado bastantes datos sobre los mismos, bien podría ser una trampa o la entrada a un camino cerrado.

Le parecía imposible que él, siendo uno de los más millonarios en toda Francia, ocupara el puesto de asesino en primer grado. Llegó a pensar que estaba loca por siquiera sospechar de quien apenas conocía e, irremediablemente, le gustaba.

Su corazón latía frenético cuando él se acercaba, se paralizaba en el momento en el cual apartaba un mechón de su rostro para dejarlo detrás de su oreja. Ya no tenía remedio, y sólo esperaba que aquel loco sentimiento fuese correspondido.

Romance Asesino [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora