Capítulo VI

155 25 3
                                    

Pov Lisbeth

¡Tenía tantas ganas de gritar! No era capaz de retener y ocultar mis sentimientos, como tan bien sabían hacer mis hermanas mayores. Ellas eran fuertes y capaces de esconderlos, dándoles ventaja en muchas ocasiones. En algunos momentos realmente odiaba ser la más sensible...

Estaba amaneciendo cuando pensaba en mis cosas cuando aquel extraño hombre con unas orejas aún más extrañas nos despertó a las tres velozmente. Yuna tenía cara de no haber pegado ojo, y Annie parecía nerviosa, cosa que me extrañó porque a las mañanas era como una piedra con legañas. Cuando al fin estuvimos listas para partir, el elfo, que había desvelado llamarse Rudolph, nos llevó a un riachuelo para asearnos y cambiarnos, ya que dijo que nuestra actual ropa no era apta para las pruebas a las que nos tendríamos que someter. Nos dio unas cuantas prendas que serían nuestros nuevos trajes y se marchó para darnos algo de privacidad, aunque mi instinto me dijo que no andaría muy lejos, todavía no teníamos nada de confianza entre nosotros. Nos quitamos nuestros sucios uniforme granates, que estaban hechos jirones y aseamos rápidamente porque el agua estaba muy fría. Cuando nos disponíamos a salir, nos fijamos por primera vez en los trajes que Rudolph nos había dejado en la rocas. Eras tres largos vestidos que parecían bastante confortables y elásticos. Tenían unos bordados muy bonitos y elegantes y parecían hechos a nuestra medida; uno azul oscuro, otro verde esmeralda y otro rojo intenso. Incluso teníamos unas cálidas botas de montar que nos esperaban al lado de los vestidos.

—¡Este verde oscuro no me queda nada bien!— Se quejó Annie, ya que fue la última en llegar a la orilla, y Yuna y yo ya habíamos elegido los de nuestro gusto.

—¿Prefieres ir con un vestido mojado y roto?— Yuna se había puesto su vestido azul oscuro y se ataba las botas. Me puse a toda prisa mi bonito vestido rojo, y rato después Rudolph llegó.

—Vamos, tenemos prisa.

Nos adentramos en el bosque con nuestras nuevas prendas, cuales eran más cómodas que las anteriores y empezamos a caminar. El camino estaba lleno hierba que nos llegaba hasta la cintura y de muchaa zarzas lo cuál nos hacía avanzar mas despacio de lo que podíamos. Nadie habló mucho durante el viaje, y cuando el sol se puso Rudolph nos dio la grata noticia de que estábamos cerca de nuestro misterioso destino.

—¿Sería tan amable de decirnos a donde nos dirigimos?— Preguntó Yuna impaciente pero con un tono un poco irritante.

—Nos dirijimos hacía Cair Paravel, el antiguo castillo de habitan los reyes y reinas de Narnia. Los monarcas nos esperan.

—¿Los monarcas?— dijo Annie sorprendida aunque frunciendo el ceño.

—¿Narnia?— pregunté al mismo tiempo. Ese nombre me sonaba de algo.

—Sí, los dos hijos de Adán y las dos hijas de Eva— dijo el elfo dirigiéndose a Annie, que ahora parecía más confusa que antes.— Y sí, he dicho Narnia. Es la tierra en la que os encontráis ahora mismo.

Las tres nos miramos pensando en lo mismo. ¿Narnia? Como antes he dicho, me sonaba aquel nombre, pero era cierto que no se encontraba en ningún mapa que hubiésemos estudiado.

—¿Nos esta tomado el pelo? Ese lu...

Pero todos callamos acto seguido, porque al salir de la arboleda llegamos a la playa de aguas cristalinas más maravillosa que había visto jamás. Y por el rostro de asombro que pusieron mis hermanas, estoy segura de que también opinaban igual. Pero eso no fue lo más sorprendente, cuando alcé la mirada hacía arriba saliendo de mis pensamientos vislumbre un castillo que se alzaba en una montañita encima de la playa. Era enorme y grandioso, con unas grandes cristaleras unas altas torres. Parecía muy viejo por las enredaderas que crecían por las gruesas paredes de piedra y unos cerezos florecidos adornaban el inmenso jardín. Subimos a la montaña con más ganas que antes, y al llegar nos detuvimos delante de una gran puerta de roble que tenía grabada unas indescifrables runas y a un gran león que parecía rugir grandioso. Unos centauros nos dejaron pasar, y mis hermanas y yo nos quedamos mirando embobada a aquellas criaturas, pensando que estábamos soñando. Pero dentro del castillo había criaturas de todo tipo, que encima hablaban. A Yuna casi le dio un mareo, mientras que Annie tenía los ojos como platos y miraba en todas direcciones. Yo tampoco me lo podía creer, pero ese sitio se me hacía familiar y aquellos habitantes, por muy raro que pareciese, también. Con tanto asombro hasta se nos olvido lo hermoso que era el castillo, que por dentro parecía el paraíso; amplio con grandes alfombras que contaban historias, muchas esculturas, y unas grandes ventanas que iluminaban cada rincón.

—Pasar rápido, nadie debe veros.— Aquél elfo era tan pesado que ni siquiera nos dejaba disfrutar con las vistas tan fascinantes.

Pasamos sigilosamente por un largo pasillo hasta llegar a una sala vacía que solo contenía una gran mesa y unas cuantas sillas.

—Debéis quedaros aquí hasta que os llamen.

—¡¿Que?! Mire señor, estamos cansadas y hartas de usted, así que háganos las malditas pruebas de una vez!— se enfrentó Annie, pero antes de que Yuna abriese la boca para unirse, Rudolph dio un portazo y nos dejo con las palabras en la boca.

Nos pasamos unos larguísimos minutos allí dentro, despotricando contra Rudolph, hasta que alguien tocó la puerta para luego la abrirla rápidamente. Un muchacho alto, con unos ojos oscuros y una mirada penetrante apareció. Tenía un pelo alborotado tan negro como el carbón, un pálido rostro lleno pecas, y unos finos labios secos. Tras él había una muchacha esbelta, también pálida y con un sedoso cabello castaño que le llegaba hasta la cintura. Poseía unos ojos claros de pestañas largas y unos labios carnosos, y vestía un vestido blanco digno de una reina, lleno de bordados dorados especialmente elaborados y detallados.

—Seguirnos.—dijo una voz dura, y sonó más como una orden que como una petición.

Narnia: La llamada del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora