Capítulo XIV

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Pov Lisbeth

Di unos pasos adelante y toqué el antiguo espejo algo temblorosa y la lisa superficie se nubló, al igual que mi mente. Colores, muchos sonidos y diversos sitios pasaban a mi alrededor a una velocidad de vértigo; era tan real que tuve que cerrar los ojos para no vomitar. Parecía que con los ojos cerrados y la oscuridad gobernante el tiempo comenzaba a recobrar su compás, por lo que decidí abrir los ojos. Ahí fue cuando me di cuenta de que todo había sido un mal sueño; me encontraba en Londres, en mi cuarto, arropada por las suaves sabanas de mi cama. No existía Narnia, ni ninguna prueba a la que someterse, ni animales parlantes, ni libros extraños, ni Peter. Me evadió una sensación de profunda nostalgia; todo había sido tan real, tan cercano... Era como abandonar una parte de mí, una parte que se había quedado allí para siempre. Pronto me di cuenta de que la casa estaba sumida en un penetrante silencio, y que los objetos, camas, y armarios de mis hermanas habían desaparecido sin dejar rastro. Me levante torpemente, confusa y con el pelo hecho una maraña, para luego bajar al salón a trompicones. Mis padres bebían té sentados en el pequeño sofá mientras murmuraban algo entre ellos.

-Siéntate Lisbeth, debemos de hablar contigo.- La voz de mi padre sonaba seria e imponente aquella mañana.

-¿Dónde están Annie y Yuna?- pregunté después de sentarme en una incómoda silla que había delante de ellos.

-¿Quiénes? Hija, déjate de tonterías, tenemos que hablar de cosas importantes.

La cara se me puso más pálida que los copos que cae sobre la nieve. ¿Cómo que quienes eran? ¿Acaso no recordaban a sus propias hijas? Quería gritarles que aquello no era gracioso, pero las palabras se me quedaban atascadas en la garganta. Me sentía débil y algo mareada, tenía la sensación de no haberme despertado del todo.

-Estamos decepcionados con tus resultados académicos. Si sigues así deshonrarás el nombre de nuestra familia y no tendrás futuro alguno.- me regañó madre con el ceño fruncido mientras que padre asentía.

-¡Pero si me paso todo el día estudiando!

-No es suficiente. Con tu edad deberías pasar menos tiempo canturreando y empezar a tomarte las cosas enserio. Ya no eres una cría, Lisbeth.- Comenzaron los dos de nuevo, criticándome sin cesar y buscándome faltas de todo tipo. No creían que estuviese a la altura, no estaban orgullosos de mí. Siempre había intentado ser la hija que ellos querían, me había esforzado durante toda mi vida, y ahora les había decepcionado. Dolía. Dolía mucho.

-Hemos decidido que deberías de comprometerte pronto, para el prestigio de nuestra familia y para que tengas un buen futuro asegurado. Por que si sigues así no lo tendrás, hija mía.- El comentario de mi madre me sentó como una puñalada envenenada en la mitad del corazón. Ella había sido obligada a casarse con padre, y ya no parecía ser la risueña joven de las viejas fotografías del desván, la que siempre estaba sonriendo. Ahora sus sonrisas escaseaban, igual que su cariño por todo lo que la rodeaba. Yo no iba a seguir su camino, yo iba a ser libre.

-Por eso tu madre y yo hemos decidido comprometerte con Jaden Truscott, el vecino.- soltó padre a la vez que mi perplejidad y dolor aumentaban. No me podía creer que madre hubiese planeado eso para mí, después de haber pasado ella por lo mismo. Los ojos me escocían de dolor y rabia.

-¡Pero no le amo! ¡Además, es mucho más mayor que yo!- proteste con un sollozo. Madre apartó la vista de mí para mirar por la ventana.

-Con el tiempo le amarás, Lisbeth. Y los años no importan, es un muchacho ejemplar y cuidará de ti.

-¡No quiero que cuide de mi, padre! ¡Y nunca le amaré, igual que madre jamás te amara a ti! !No quiero ser una maldita marioneta!- grité llena de rencor, antes de que mi madre me propinase un buen bofetón.

-¡Como te atreves a decir cosa semejante!- me gritó enfurecida, levantándose del sofá.

Me toqué el moflete derecho; estaba caliente y al rojo vivo. Unas cuantas lágrimas rebeldes resbalaron por mis mejillas, mientras que me levantaba y subía corriendo hacía mi dormitorio. Me lancé a la deshecha cama, pataleando, gruñiedo y mojando la pobre almohada. Pensé que mis hermanas jamás permitirían esto, y me acordé de cuanto las echaba de menos... Sin mis padres nadie me miraría como si estuviese loca al pronunciar sus nombres, nadie me obligaría a casarme con una persona a la que no amo, nadie me obligaría a vivir en una pesadilla. Por mi mente paso la terrible idea de acabar con ellos, y aunque al principio me sintiese mal, me gustó. Sentía que alguien se apoderaba de mí, alguien que había surgido del rincón más tenebroso de Lisbeth Williams y que no era capaz de detener.

Mis piernas bajaron sigilosas por las escaleras, y no frenaron hasta llegar a la cocina. Mi corazón bombeaba sangre violentamente, mi mente estaba nublada y poseída por una extraña rabia incontenible. Al final había terminado convirtiéndome en lo que temía y de lo que inútilmente había intentado escapar. No era más que una marioneta manipulada por una diabólica Lisbeth escondida entre telones. Las lágrimas me ardían al descender por las mejillas, y es que lo que iba a hacer solo lo podría hacer un monstruo...

Aquél afilado cuchillo estaba esperando a que lo cogiese con un brillo extrañamente amenazador. Todo ocurrió muy deprisa, como si se tratase del fragmento de una pesadilla confusa y sangrienta. Recuerdo los chillidos de mi difunta madre, y la horrorizada última mirada de mi padre. Jamás olvidaré la forma en que sus claros ojos se quedaron clavados en mí. Me mire las rojas y húmedas manos y no pude evitar sentirme sucia; aquella sangre no hacía más que recordarme quién era y lo que había hecho, acusándome sigilosamente mientras penetraba por el suelo de madera. Me las limpié tanto cuanto pude entre llantos de angustia y sufrimiento, pero aquella asquerosa sensación no me abandonaba, y el espejo salpicado de sangre y agua que tenía delante no ayudaba en absoluto. Tenía pavor de mirar, y es que cada vez que mis ojos se posaban en los crueles ojos de aquella superficie, sabía que el verdadero monstruo había salido de debajo de la cama.

Volví a mirar el espejo, pero esta vez solo veía a una Lisbeth sonriente, pero con una sonrisa que nunca antes había visto. Volvía a estar Narnia, con mis hermanas. Me di la vuelta y analiza el rostro de cada persona, Annie y Yuna me miraban aterrorizadas, como si nunca se acabaran de dar cuenta de que no conocían del todo a su hermana, Susan mostraba una expresión calmada, pero sus ojos mostraban una gran satisfacción, para Edmund y Dreyon era una asesina, como si ellos no hubieran matado por menos, Lucy parecía traumada, sus ojos estaban fijos en mi cara. Peter no pudo mantener la mirada alta, apenas me miro por unos instante y tubo que bajar la cabeza. Lo único que yo quería hacer era correr, salir de aquel lugar en el que todo me miraban como a un monstruo, pero no podía, faltaba la prueba de Yuna, a decir verdad sentía curiosidad por ver cual era su mayor miedo.

Pov Yuna

Espere a que mi hermane se fuera a una esquina y se sentara. Sin que nadie me dijera nada toqué el espejo, creía estar preparada para cualquier cosa...

Narnia: La llamada del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora