Capítulo IX

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Pov Annie

Edmund me lanzó una mirada acusadora mientras me hacía un gesto con la cabeza para que entrase por la puerta. La suerte me tenía tanto aprecio que me había puesto al mentor más agradable en lo que podía ser el camino a la tumba...

Al pasar la puerta, una fría oscuridad lo invadió casi todo; me encontraba en lo que parecía un amplio y húmedo pasillo. No había nada que alumbrase el camino y cuando puerta se cerró con un gran portazo, cubrió la única fuente de luz que tenía, abandonándome en una negrura absoluta.

—¿A que esperas? Tenemos que llegar a la sala que hay al final del túnel.—dijo una voz masculina a mis espaldas, sobresaltandome.

—¿Sin luz?

—No me digas que le tienes miedo a la oscuridad— se burló Edmund, mientras empezaba a andar.- Aquí no quedan antorchas, así que no nos queda otra que ir sin luz.

—Lo decía por ti, yo se guiarme fácilmente por la oscuridad.— respondí lo más segura posible, aunque en esos momentos solo tenía ganas de vomitar todas las delicias turcas que me había comido anteriormente.

—¿Ah sí? Pues haber quien llega antes.— Y dicho esto, la presencia del muchacho se esfumó. La opción de ganarle en su propia apuesta se me hizo irresistible, y empecé a andar lo más rápido posible, ya que correr me parecía demasiado precipitado aún. Pero los largos minutos transcurrieron en el interminable pasadizo, y parecía no tener fin. La salida parecía inexistente, y mientras seguía andando y palpando lo que había a mi alrededor, una terrorífica idea surgió en mis pensamientos. No había nada mejor que encerrar a tres muchachas que suponían un peligro en oscuros laberintos sin fin, para que sus cadáveres le diesen un poco más de misterio al ambiente. Vale, tal vez me había leído demasiadas novelas policiacas, pero es que Edmund parecía haberse esfumado; ni sus pasos ni su respiración se escuchaban. Tuve unas ganas enormes de estrangularlo cuando la inquietud y los nervios empezaron a invadirme, pero estos sentimientos fueron reemplazados por la esperanza y la alegría cuando divisé una tenue luz al fondo del pasadizo. A medida que avanzaba la luz se volvía más fuerte, y cuando estaba a una distancia considerable caí en la cuenta de que era la entrada a la sala. Era espaciosa y amplia, con grandes cristaleras de vidrio y un bonito aire medieval. Colocada en el centro de la habitación había una mesita portadora de una espada plateada, y acto seguido supe de que trataría la prueba.

—¿Con que eras hábil, eh? Llevo un buen rato esperándote.— Edmund estaba apoyado en una pared del fondo, con una espada idéntica a la que había en la mesa. El pelo le caía por los negros ojos, y le daba un toque misterioso y siniestro. Se acercó lentamente hacía mí, y me puso la espada debajo del mentón, obligándome a levantar la cabeza:

—Coge la espada y lucha por tu vida, hija de Lilith.

Parecía un espadachín bueno, por lo que tendría que darlo todo. Nunca pensé que las clases de esgrima me salvarían la vida,y ahora era el momento de utilizar todo lo aprendido. La espada estaba muy cerca y simulé que alargaba el brazo para cogerla, pero mi intención era otra. Como el pelinegro me miraba fijamente a los ojos, le di una fuerte patada en la espinilla, haciendo que se arrodillara, y rápidamente cogí la espada. Pero desgraciadamente, cuando me disponía a atacarle, él ya se había puesto de pie con un ágil movimiento, y su espada paso rozándome lo que venía a ser la cara. Maldije por lo bajo y bloqueé su siguiente ataqué con esfuerzo; era realmente hábil. Seguiríamos así eternamente, ya que los dos eramos demasiado cabezotas y resistentes, pero yo no pensaba rendirme.

—Eres peor de lo que me esperaba, al decir verdad.— dijo Edmund, con la frente bañada de sudor y sonriendo socarronamente.

Noté como la sangre me comenzaba a arder y la presión comenzaba a subir; no me podía creer que fuese capaz de decir eso después de todo a lo que nos habían sometido a mis hermanas y a mí. Y mientras me concentraba en herir a Edmund físicamente tanto como el me había herido mentalmente, paso una cosa de lo más peculiar. El filo de mi espada impactó contra la de Edmund, y la corto como si se tratase de gelatina.

—¿Estás seguro?— repliqué aprovechando el momento, mientras el destello rojo de mi afilada espada se reflejaba en los negros ojos del muchacho que me miraban asombrado.

Narnia: La llamada del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora