33. El cáliz de fuego

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-¿Estas segura de que es ella? La pudiste haber confundido.

-No, estoy más que segura que era ella.

-Tendremos que esperar hasta el banquete para ver si es ella o si yo tengo razón. - Me regalo otra sonrisa y volvio a abrazarme ya que empezaba a temblar denuevo por el aire frío de la noche.

-Gracias.

La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime.  Pero entonces...

—¿No oyen algo?  —preguntó Fred repentinamente.

Estoy segura de que si escuche. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de  un río...

—¡El lago!  —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Miren el lago!

Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua. Y en aquellos  momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las en barradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al  fondo le hubieran quitado un tapón gigante...

Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego vi las jarcias...

—¡Es un mástil!  —exclame.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando  a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en  su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después escucho la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, viemos las siluetas de  la gente que desembarcaba. Todos ellos, según me pareció, estaban gordos, tantos como los dos tontos que siguen a todas partes a Malfoy y no me iban a engañar con la tontería de «Soy de huesos anchos»... pero luego, cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vi que su corpulencia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

—¡Dumbledore!  —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.

Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien iluminada, vi que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.

—El viejo Hogwarts  —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los  dientes bastante amarillos, y observe que la sonrisa no incluía los ojos, que mantenían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó, vi su nariz, prominente y curva, y las espesas cejas negras. Para reconocer aquel perfil no necesitaba que Ron gritara:

Una Princesa Con Poderes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora