37. Cinco campeones

37 3 0
                                    

Harry y yo permanecimos sentados, conscientes de que todos los que estaban en el Gran Comedor nos miraban. Me sentía aturdida, atontada. Debía de estar soñando. O no había oído bien.

Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para vernos mejor, que seguíamos inmóviles, sentados en nuestros sitios.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall  se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

Vi que todos los que estaban ocupando sus asientos de la larga mesa de Gryffindor nos miraban con la boca abierta.

—Yo no puse mi nombre  —dijimos al unísono, totalmente confundidos—. Ustedes lo saben.

Uno y otro nos devolvieron la misma mirada de aturdimiento.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Harry Potter! ¡Samantha Petters! —llamó—. ¡Levántence y vengan aquí, por favor!

—Vamos —nos susurró Hermione, que estaba entre nosotros dos, dándole a Harry un leve empujón.

Nos pusimos de pie y avanzamos por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Me pareció un camino larguísimo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca aunque caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector. El zumbido se hacía cada vez más fuerte. Después de lo que le pareció una hora, nos hallamos delante de Dumbledore y note las miradas de todos los profesores.

—Bueno... cruzen la puerta  —dijo Dumbledore,  sin sonreír.

Avanzamos por la mesa de los profesores, salimos del Gran Comedor y nos encontramos en una sala más pequeña, decorada con retratos de brujos y brujas. Delante de nosotros, en la chimenea, crepitaba un fuego acogedor.

Cuando entramos, las caras de los retratados se volvieron  hacia nosotros. Vi que una bruja con  el rostro lleno de arrugas salía precipitadamente de los límites de su marco y se iba al cuadro vecino, que era el retrato de un mago con bigotes de foca. La bruja del rostro arrugado empezó a susurrarle algo  al oído.

Viktor Krum, Cedric Diggory y Fleur  Delacour estaban junto a la chimenea. Con sus siluetas recortadas contra las llamas, tenían un aspecto curiosamente imponente. Krum,  cabizbajo y siniestro, se apoyaba en la repisa de la chimenea, ligeramente separado de los otros dos. Cedric, de pie  con las manos a la espalda, observaba el fuego. Fleur Delacour nos miró cuando entramos y volvió a echarse para atrás su largo pelo plateado.

—¿Qué pasa?  —preguntó, creyendo que había entrado para transmitirles algún mensaje—. ¿«Quieguen» que volvamos al «comedog»?

No sabía cómo explicar lo que acababa de suceder. Me quede allí quieta, mirando a los tres campeones. Las preguntas de Fleur fueron suficientes para llamar la atención de Cedric y que el viniera hacia mi.

—¿Que hacen aquí? —Estaba apuntó de contestar pero el por pasos me mantuvo callada.

Al llegar los pasos hasta nosotros pude ver que era Ludo, que entraba en la sala. Nos cogió del brazo y nos llevó hacia delante.

—¡Extraordinario! —susurró, apretándole el brazo—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballeros... señorita  —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose a los otros tres—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, al cuarto y a la quinta campeón  y campeona del Torneo de los tres magos?

Una Princesa Con Poderes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora