Capitulo 3

15.2K 1.1K 49
                                    

A la mañana siguiente, nada más entrar al edificio donde estableció sus oficinas, Andrés era consciente de los ojos puestos en él, siendo el más joven del despacho era siempre observado por las solteras del lugar; soltero codiciado le llamaban, lo sabía y el mote le divertía.
Adoraba trabajar siendo el abogado socio más joven en el bufete y, le encantaba que le vieran siempre despreocupado que supieran que pese a su éxito el estrés no le jugaba en contra.
Envuelto en unos  pantalones negros hechos a la medida con una camisa añil que resaltaba su rubia melena, entró a su oficina. Lo  primero que hizo fue aventar el saco, y aflojar su corbata. Se sentó tras su escritorio y cerró los ojos tratando de despejarse del fantasma de Marisa a quien no pudo ver,  antes de ver que pendientes tenía para el día. Estaba en ello cuando Greta, su secretaria, le avisó que tenía una visita, le sorprendió que no le dijera quién era, inmediatamente recordó a la pecosa raterilla de un día atrás, la misma responsable de que perdiera la cita con la mujer de su vida, así que asumió que era ella. 

—Hágala pasar— pidió por el intercomunicador. 

Se preparó para ver a la pecosa  y sonrió ante la idea de molestarla un poco. Sin embargo, nada le hubiera preparado para ver a quien entraba por la puerta de su oficina.  Con Una melena color miel  que se movía con gracia alncompas de su gracia caminar; Marisa se adentro en la oficina, envuelta en un ceñido vestido negro que enmarcaba su esbelta silueta, le sonrió cuando sus ojos negros toparon con los de él que yacia hipnotizado por su presencia totalmente  boquiabierto. 

—¡Hola, Andrés! — saludo haciendo aún más amplia su sonrisa.

Él simplemente no podía creerlo, la tenía frente así, después de tanto, el corazón le latió con dolor al recordar que  justo después de la boda de Aitor, ella había partido sin decir a donde, sin decir porque y ahora... ahí estaba ella justo frente a él. 
Y para su suerte, tan bonita como siempre.Carraspeo un poco obligándose a ofrecerle asiento mientras componía el gesto. 

Cuando ella estaba sentada frente a él separados por el escritorio en el que Andrés solía trabajar, se hizo el silencio, ni él hablaba ni ella parecía querer hacerlo. No supo cuánto le llevó poder hacer que 
Sus  delgados labios se abrieran dejando escapar aquella duda que lo torturaba, aquella pregunta que deseo hacerle durante todo ese tiempo. 

—¿por qué?— preguntó y sus ojos chocolate se clavaron en el rostro de la mujer que lo había dejado justo el día después de la boda de su hermano, que había tomado un vuelo sin decir a donde para que él no la buscará, que había cambiado su número celular para que él no le hablara. Que lo había echado sin misericordia, sin explicación y sin motivo de su vida.

A ella los ojos se le anegaron de lágrimas antes de decir nada Sollozó. 
Solo oírla él quiso ir a ella, consolarla pero sobre todo abrazarla. No obstante  apretó con ambas manos la orilla de su escritorio obligándose a permanecer sentado. Necesitaba respuestas.

—no tengo justificación salvo que me asusté, vi como mirabas a Aitor, como deseabas todo aquello, siempre supe que te amaba, aún lo hago, Andrés, pero te amo por que ambos somos almas libres sin ataduras sin el juego de la casita—se explico, aunque no era esa la razón de haber hecho todo aquello. Ella lo sabía y para su desgracia él también, porque Andrés Sabido la conocía como nadie y reconocía sus mentiras.

Él le sonrió de forma cínica—    Y una mierda Marisa si te creo ¡sé cuando mientes!— espeto cruzándose de brazos reclinándose en el respaldo de su silla. 

Ella suspiró, tratando exitosamente de recuperar el gesto tranquilo—Solo vine a decirte que te extraño mogollón y, me gustaría que siquiera fuéramos amigos— corto rollo, agachó la cabeza avergonzada de pedir aquello, por no decir más, y esperar que él no exigiera las respuestas que ella sabía le debía.

Siempre una sonrisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora