Andrés sabido, es un exitoso abogado, con un pasado tormentoso. Tras vivir el dolor y la crueldad en su niñez, fue llevado a la luz al encontrar a un amigo sincero que se volvió su hermano, tras ser adoptado e iniciar una vida llena de amor, dejó a...
Aún con el miedo que llevo al pensar que quizá fue descubierta, Marisa permaneció en el hospital, nerviosa y estresada por ver a Andrés en aquel lugar, aunque agradeció que él no la hubiese visto. se echo hacia atrás en el reposet donde estaba sentada y cerró los ojos mientras una enfermera de rostro amable le buscaba una vena para comenzar con sus medicamentos. Ignoro los picotazos, aquello no dolía ni mínimamente como dolía pensar en él, evocó Entonces sus recuerdos, aquellos donde aún un chico de ojos achocolatados la amaba y ella podía amarlo.
La primera vez que lo vio, Andrés permanecía alegando algo con un chico ojiazul, ella se acercó curiosa ante la acalorada discusión.
-las motocicletas son mucho mejor. Son rápidas, fáciles de estacionar, y sobre todo económicas- alegó el pelinegro.
El rubio alzó una ceja incrédulo ante lo que oia.
-lo que digas Aitor, los autos molan, si no pregúntale a los creadores de rápido y furioso- contraataco esbozando una sonrisa ladeada. El ojiazul puso los ojos en blanco ante la respuesta del rubio.
-A veces Andrés extraño los días en que no hablabas- bromeo con gesto cansado.
-Si, pues bueno, intenta permanecer callado, tratando de disfrutar tus penas, contigo revoloteando por un lado, te juro hermano que si hablé fue solo para pedirte que callaras- regresó la broma sonriendo ampliamente.
-¿hermanos?- preguntó sin querer, metiéndose en aquella conversación, confundida ante el poco parecido entre ambos.
Los dos chicos se giraron a verla, el ojiazul era definitivamente abrumadoramente guapo, pero el rubio tenía un brillo divertido en sus ojos chocolate que hizo a Marisa sonrojarse.
-Bueno, Andrés no heredó lo apuesto de la familia- bromeo el ojiazul extendiendo una mano hacia Marisa. -Soy Aitor y el rubio con cara de mono es Andrés mi hermano- presentó a ambos con una sonrisa. Marisa sonrió tímidamente y miro al rubio que entrecerró los ojos observándola con detenimiento.
-Yo soy Marisa - dijo y no pudo evitar notar el hoyuelo solitario en la mejilla del rubio que la ponía nerviosa.
Aquel día pasó toda la tarde con ambos hermanos hasta que Aitor se despidió. -Trabajo de medio tiempo- explicó encogiéndose de hombros. Los ojos negros de Marisa miraron a Andrés expectativos esperando por si él también tenía que retirarse. El alzó una ceja y se dejó caer en la hierba del campo de la universidad donde estaban en ese momento.
-Yo no trabajo, así que me tendrás aquí otro rato, no tengo necesidad de hacerlo, Aitor lo hace porque está empeñado en pagar él mismo su carrera, yo por otro lado acepto lo que sea que la vida me ofrezca incluyendo el apoyo financiero de mis padres- explico cerrando los ojos con gesto despreocupado.
-Eso suena algo cínico- lo reprendió ella.
-No dije que no lo fuera- refuto divertido abriendo un achocolatado ojo para verla.
Marisa se recostó en el césped a su lado y tímidamente colocó su mano sobre los delgados dedos de pianista de Andrés, el la miro de reojo solo un poco, cerró los ojos apretando la mano de Marisa. Permanecieron así tomados de la mano por un largo tiempo, cuando Andrés se levantó, ella lo observó sentándose en el pasto.
-Tengo clase- se explicó ante la mirada interrogante de Marisa. Andrés le sonrió con su sonrisa ladeada aquella que mostraba en todo su esplendor su solitario hoyuelo en la mejilla izquierda, se inclinó sobre ella y le robo un beso. Así eran las cosas con él, siempre espontáneo, risueño, atrevido, impetuoso y travieso.
Una lágrima escapó por el rabillo de su ojo, Marisa la limpio disimuladamente observando como el goteo de medicamento bajaba hacia sus venas lentamente. Cómo deseaba volver a aquellos días, y estar horas con él recostados en el césped, sin pensar en nada, sin tener que alejarse, solo él y ella, juntos simplemente tomados de la mano.
***
Esa noche Andrés permaneció despierto. Su mente le jugaba malas pasadas le recordaba a un chiquillo rubio escondido bajo una cama, un niño suplicando por alimentos mientras un hombre mayor con rasgos parecidos a los suyos lo miraba con burla y desprecio. estaba sentado en un sofá con un vaso de coñac en la mano, haciendo girar el líquido dentro del vaso de cristal, ensimismado en sus pensamientos. Llevaba el cabello aún más despeinado que de costumbre, y el rostro desencajado de rabia. Había recibido una llamada esa tarde, uno de sus contactos le informó que Samuel había sido dado en libertad condicional. El hombre responsable de que él no hablará por dos años cuando era niño, el protagonista de sus más horribles pesadillas, andaba caminando libre. Apretó el vaso de cristal, preso de toda su rabia, sabía lo que se venía, solo que está vez a diferencia de cuando niño, él estaría preparado. -Ya no soy un chiquillo indefenso- soltó, bebiendo un trago de coñac. Porque a diferencia de su hermano que era todo amor y bondad, Andrés había probado el infierno y no estaba dispuesto a volverlo a pisar. Él era un sobreviviente y había aprendido a defenderse. No temería, ya no más.
***
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