Gerard entró a la tienda con las manos en sus muy agujereados bolsillos, pensaba en qué podría comprar para lograr cualquier porquería rápida para saciar más rápido su hambre.
El hombre del mostrador se encontraba metido en el mundo de la revista que tenía en manos, así que ni se molestó en saludarlo. Hasta le había hecho un favor al frustrado veinteañero.
Se paseó con evidente flojera por las estanterías, buscaba las Maruchan, su salvación reseca. Pero antes, un niño cuya ubicación era el área de los jugos congelados le llamó la atención. Tenía un vaso de carton en la mano, tomaba del contenido por la pajita entre sus labios, muy de golpe, se tomaba la cabeza con desespero unos segundos y a los siguientes se encontraba volviendo a rellenar el contenido, muy sonriente el niño, Gerard notó que tenía dientes y lengua multicolor. Se preguntó cuántos de ésos se había tomado ya.
Observó mientras intentaba seguir su búsqueda cómo el niño absorbía con velocidad, pero la situación cambió, ya que el niño comenzó a tambalearse, cerrar los ojos con fuerza y apretarse la sien hasta que finalmente cayó de trasero al piso.
—Eh, niño—llamó Gerard—. Deberías dejar de tomar esa cosa, te congelarás el cerebro.
—Ojalá te hubieras congelado la edad, gruñón—. Remató el pequeño.
—¿Qué?—Preguntó, confundido ante el inocente insulto—, tu mamá debe estar buscándote.—¿Mi... Mamá?—Preguntó también el pequeño, entre abriendo un poco su boca dejando su colorida dentadura a la vista, como si no supiera de lo que el mayor hablaba.
—Sí, tu mamá. ¿Dónde está?
El niño de nombre desconocido bajó la mano del costado de su cabeza y se levantó del piso, frotando su trasero por el golpe. Miró a Gerard, irradiando confusión. El mayor no entendió por qué se comportaba así, le había preguntado de algo tan simple como su mamá.
—Mi mamá—Repitió—. No sé. ¿Dónde está la tuya?
Gerard quiso golpearse la frente, el niño le comenzaba a parecer irritante.
Mejor se encargó de lo suyo, entonces logró ubicar al vaso blanco con el logo rojo. Lo tomó en sus manos y, por algún motivo, volvió a voltear su vista al costado para encontrarse con que el niño lo seguía observando, con mucha atención, a través de sus ojos claros. Tal vez en busca de la respuesta que nunca obtuvo.
—...En su casa—Respondió, preguntándose por qué lo hacía y qué tan estúpido lucía.
—Oh—El niño abrió levemente su pequeña boca—, ¿puede ser mi mamá también? Yo creo que no tengo.
—¿Estás loco? ¿Cómo no vas a tener?
—No sé, no recuerdo tener una. No me acuerdo de nada—Contó él, demostrando preocupación en su voz.
Gerard miró a todos lados, en busca de otra persona, tal vez una mujer. Pero nada, en esa tiendita de cuarta solo estaban él, el pequeño y el tipo del cajero.
Se odió a sí mismo por tener sentimientos, por saber que no lo podría dejar así como así. Maldeció los genes Way.
—¿Te golpeaste o algo? ¿De verdad no recuerdad nada de nada? ¿Tu casa, tu número de teléfono, de dónde vienes? A lo mejor te congelaste hasta los recuerdos con esa porquería.
—No recuerdo nada, gruñón y sordo eres. Yo solo... Estaba aquí, tomando éstos jugos deliciosos.
El mayor frunció el ceño. Se preocupó levemente por el niño, ¿y si tenía una especie de amnesia o algo parecido?
—¿Quieres que te ayude a encontrar tu hogar?
El niño asintió conforme, dejó su vaso a un lado y con un paso vivaz se acercó al joven que le hablaba.
—¿Y tu mamá puede ser la mía?—Preguntó, caminando en dirección a la que Gerard se dirigía. No contestó a esa pregunta, no podía hacer eso, si se apareciera en la casa de sus padres de la nada con un niño diciéndoles que era su nuevo hijo, probablemente le tirarían el juego completo de platos por la cabeza. Era una locura, además, era obvio que él ya contaba con la suya.
—¿Cuál es tu nombre, niño?
—Mi nombre es Frank.—Contestó el pequeño con ojos parecidos a las aceitunas. Recuerda su nombre, pensó Gerard, a lo mejor no se trataba de amnesia y eso lo desconcertó.
Tal vez se estaba metiendo en un problema. Su vida y todo lo que tuviera que ver con ella lo era, no había novedad.
Gerard se acercó a pagar, no le sorprendió cuando el chico que tenía la revista miró al niño preguntándose en qué momento había entrado.
Lo mismo que se preguntaba Gerard.
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Mi nombre es Frank » Frerard [✔]
FanfictionY lo único que sabía del niño de la tienda era su nombre, de allí en más no había nada que contar. El niño no recordaba, estaba lleno de misterios y ciertamente Gerard había desarrollado una gran curiosidad por ellos.