4: los amigos del ogro.

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Gerard entró una vez más a su casa acompañado del niño, no podía dejar de protestar mentalmente lo mal que estaba el sistema de justicia. Prácticamente había sido inútil ir a la comisaría, ya que al no tener datos de ningún tipo no podían hacer casi nada; por lo que le dijeron que mantuviera al pequeño con él hasta que pudieran hacer algo y que lo mantendrían en contacto.

«Patrañas», pensaba a cada rato.

Revisó la hora y se avisó que tenía que ir a trabajar. Ya era lunes.

—Te quedarás algunos días aquí, con nosotros Frank. ¿Eso te molesta?

—No, me gusta aquí—contestó, mostrando sus dientes en una sonrisa.

—Pues, me gusta que te guste. Pronto encontraremos a tu mamá o papá y volverás con ellos, pero mientras los buscan estarás aquí. Como unas vacaciones—informó—. En fin, ¿quieres ver tele?

El niño aceptó y Gerard lo dejó viendo los dibujos animados. Antes de ir a su habitación a cambiarse, pasó donde Mikey, que hace poco había llegado de la escuela ya que aún tenía su uniforme.

—Cuídalo hasta que venga, por favor—pidió.

—No, Gerard, aquello es tema tuyo. A mí no me metas.

—No seas así, Michael. Sé un poco más considerado, de verdad tengo que ir. Es solo un favor.

—¡Pero, Gerard...!—chilló, su hermano abrió los ojos. Decidió tranquilizarse un poco antes de que lo burlara con su tono de voz—Pero Gerard, tengo que ir a hacer tarea con los chicos hoy.

—¿Y el problema?—Mikey abrió la boca, sorprendido—Frank es tranquilo, puedes llevarlo.

—Pero, mis amigos...

—Tus amigos—repitió el mayor—. Tu amiga, aquella, la rubia obsesionada con la homosexualidad. ¿Cómo se llamaba? Bueno... Creo que le gustaría enterarse de lo que dijiste de ese chico Pete en navidad, cuando andabas de borracho asqueroso. ¿Qué habías dicho? Ah, sí. Que...

—¡Bien, bien! ¡Voy a llevarlo pero cierra la boca, Gerard!

El de cabello negro asintió victorioso. La vieja técnica de las amenazas seguía funcionando a pesar de los 19 años de Michael y los 25 de Gerard.

—Me mudé contigo porque creía que eras cool—confesó el de lentes, ofendido.

—Vaya, vaya—solo dijo el acusado, yéndose a su habitación.

...

S

onreía, sonreía tanto que Mikey sentía las mejillas entumecidas por él. ¿Cómo lo hacía por tanto tiempo? bah, ni que le importara tanto.

—Ven, toma mi mano, mocoso—pidió extendiendo la suya, parado alado del semáforo pasando a amarillo. Frank la tomó y para cuando el semáforo le cedió el paso a los peatones cruzaron la calle.

Mikey jamás había tenido buena relación con los niños. En realidad los niños no tenían una buena relación con él, Mikey era ese tipo de personas que cuando agarraba un bebé en brazos el mismo comenzaba a llorar. Los infantes no le agradaban porque a ellos no les agradaba él.

Llegaron hasta la casa de su amigo y compañero de escuela Pete. Mikey soltó la mano de Frank y tocó el timbre. El chico de pelo negro, sonrisa enorme y de su misma edad abrió la puerta y lo invitó a pasar.

Frank lo observó bien, su sonrisa le producía querer sonreír también. Él parecía bueno. Algo no cuadraba, si él era amigo del ogro de Mikey, ¿por qué no lucía como ogro también?

Los pensamientos del pequeño se difumaron al instante, no le daba mucha importancia o preocupación a las cosas. Esa era la esencia más bonita de ser un niño, aquella que muchos adultos envidiaban.

—¿Andas de niñero hoy?—preguntó el gran sonriente.

Seh. ¿Kristin ya llegó?

—No, aún no...—fue interrumpido por el timbre. Fue abrir y una energética rubia también sonriente apareció del otro lado de la puerta.

—Realmente no tengo ganas de hacer la tarea de porquería esa, pero vine porque Pete prometió comprar frituras—dijo ella, entrando a la casa. Su vista se encajó en el pequeño alado de Michael—. Ow, ¿tú quién eres, bonito?

—Mi nombre es Frank—dijo él, sonriéndole—. Y Mikey me trajo porque Gerard lo amenazó con decirle a alguien lo que dijo de...—Mikey le tapó la boca con su mano.

—Vayamos a hacer la tarea—interrumpió él.

Los cuatro se fueron a la habitación de Pete, sacaron sus cosas y se propusieron hacer su tarea en lo que junto con el niño comían las prometidas frituras.

Kristin levantó su mirada de las miles de hojas y libros en el piso, miró a sus dos acompañantes con atención. Frank la miraba a ella, su cabello le recordaba los días soleados, le parecía bonita porque ella le había dicho bonito. Pero segundos después, le fue imposible no mirar también lo que ella veía con tanta atención, a Michael y Pete.

La punta del lápiz de Mikey se había quebrado y él lo dio vuelta y lo elevó a sus ojos para verlo con cierto enojo, rápidamente Pete sacó el sacapuntas de sus cosas, lo puso encima de la punta del lápiz y le sonrió. Kristin dio una palmada al alfombrado piso.

—¡Demonios, admitanlo ya!—casi
gritó y llevó una mano a la boca después.

—Ya va a empezar la loca—dijo Pete y Mikey rodó los ojos.

—¿Loca?—preguntó Frank.

—Sí, Kristin está loca. Yo que tú no me junto con ella, tal vez te haga gay—bromeó el moreno.

—Oh, vamos. Ni siquiera ha de saber lo que es ser gay—se quejó el de anteojos.

—Pero tú sí, ¿no, Michael?—se defendió la rubia.

—¿Qué es ser gay?—preguntó una vez más Frank.

Kristin casi de un salto se dio vuelta hasta quedar frente al pequeño ojos de aceituna y con una radiante sonrisa—más bien de psicópata, decía Mikey—miró a Frank. Los dos chicos no podían creer que ahora estaba a punto de atormentar al niño con ese tema.

—Ser gay, es otra forma de decir amor. Es prácticamente lo mismo. Pero ese amor que está en tu corazoncito, va a otro niño, alguien igual a ti y no a una niña, alguien igual a mí. Y aquello no es raro ni está mal, el amor puede ir a quien tú quieras de verdad, sin importar su aspecto... General.

Cuando la adolescente rubia terminó de explicar, la habitación quedó en silencio. Frank no despegaba la mirada de Kristin, mientras en su cabeza se dibujaban los dos signos de pregunta. Los dos chicos estallararon en risas.

—Oye, Frank, no le hagas caso—le dijo Pete—¿Quieres más papas?

—No, ya no. Gracias, Pete.

—Ya ves que lo traumaste—la acusó a la rubia.

—¡Pero es amor y el amor es lindo! Bueno, no cuando no quieren admitirlo. Arroba Michael Way y Pete Wentz.

—¡No soy gay!—exclamó Mikey.

—¿No te gustan los niños?—intervino Frankie, el cuestionado negó—Ah, entonces te gusta Kristin.

Kristin echó a reír.

—No, lindura, Pete es quien le gusta—aseguró ella.

—Tampoco me gusta Kristin. No me gusta nadie. Soy una planta, una asexual. Fin del tema, Kristin.

—Bien, planta y fujoshi loca. Sigamos con lo nuestro—sugirió Pete.

Frank los observó volver al silencio y la vista a los papeles. Los amigos del ogro eran divertidos y le caían bien. Pero ahora algo más merodeaba por su cabecita, y no podía esperar a llegar a casa.

Mi nombre es Frank » Frerard [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora