12: Mi nombre es Frank [final]

630 128 100
                                    

Uno, dos, tres pasos que llevó a más a través de perezosos movimientos que consistían en arrastrar sus pies por el pavimento, gastando sus suelas más de lo normal.

Pensó que llegaría al almacén para su siguiente cumpleaños, pero en realidad llegó en 10 minutos.

Se sentía representado con aquél amargado cajero, se vio ahí mismo en un pequeño lapso de tiempo si su vida seguía igual, monótona y desganada. Sabía que perdería su carrera, de todos modos no lograba sentirse mal por ello.

¿Fideos? ¿Pizza para microondas? Frank, ante tan difícil decisión, fue directo a la máquina de jugos congelados. Tomó un vaso de cartón y jaló la palanca, dejando caer dentro el contenido violeta.

Mientras el frío imperaba su paladar, miró los alrededores. Daba más pena que donde él vivía, todo estaba en un absoluto silencio.

Pronto la campanita de la entrada sonó, pero él ni siquiera se molestó en ver quién era. Recargó su cuerpo de costado sobre su hombro sobre la máquina, absorbió un poco más y  sintió un leve dolor en su cíen y se frotó la zona tratando de apaciguar la sensación de congelamiento.

Las tres personas que entraron se pasearon por los pasillos separados por góndolas haciendo un poco de ruido. Dos chicos, uno probablemente de su edad más o menos y el otro más joven y con ellos una chica de la mano del más joven.

—¿Patrick se lastimó? Sabes que no hay rencor ni nada, pero sería bueno saber que sí se lastimó. Es gracioso.

La rubia lo miró con gesto aburrido un rato y después le sonrió para después darle un beso pequeño al más joven. Frank notó que eran una pareja que, al besarse, hicieron que el mayor rodara los ojos con fastidio y se fuera al sector de pastas.

—La verdad es que sí se lastimó muy feo, la idea de la bicleta doble de Peter no le vino nada bien.

Frank se imaginó lo que habría ocurrido, y ante la maldad en su imaginación, no pudo evitar reírse un poco en voz alta.

El chico fastidiado subió la vista de los dos paquetes en sus manos y lo vio, no mucho, nada en realidad, tan solo para notar su presencia.

Frank contuvo la respiración involuntariamente, el sorbete se le escapó de los labios y no fue hasta que el otro habló que él logró salir de su pequeño transe.

—Es su amigo, es realmente torpe. No sé cómo es que no perdió sus piernas aún —le comentó sobre lo que hablaba la pareja, como si fuera apropiado meterse en la conversación y ellos dos fueran conocidos.

—Bueno, algunos tienen mucha suerte—respondió Frank—. No es mi caso, por desgracia.

El de cabello negro volvió a subir la vista y lo miró mejor, quedó eternos segundos tan solo mirándolo con una sorpresa sin causa ni explicación, como la que Frank había tenido anteriormente.

Su vista se desvió después hacia la máquina, su mirada le explicó al de ojos de aceituna que estaba experimentando la tristeza en ese momento, un recuerdo suficientemente significativo como para permanecer en su memoria a lo mejor.

«Bueno, tal vez mi carrera no esté del todo perdida».

El hombre se acercó a las máquinas finalmente, y las observó más de cerca, dejando de lado lo que realmente venía a hacer junto a la pareja detrás que estaban seguían viendo los productos. El fuerte suspiro del de su lado lo llamó de nuevo. Frank observó también de cerca al sujeto, se sintió cálido de nuevo.

No quería abandonar esa sensación nunca más, era todo lo que necesitaba. Sin embargo, una vez más era imposible.

El de cabellos negros levantó su vista, sus ojos claros impactaron contra los del contrario y permanecieron allí. Todo sereno, Frank era incapaz de sentirse incómodo. El hombre miró hacia abajo de nuevo, arrastrando una media sonrisa con él y negó repetidas veces.

—Lo siento, es que, eres malditamente parecido...—dijo.

—A lo mejor tengo un rostro común, suele pasar.

—No—le detuvo—. Todo lo contrario. Te pareces mucho a... alguien. Si tuvieras al menos 16 años menos, dirías que eres él. Su rostro era tan especial, tan angelical, que... me sorprende tu parecido. Es como si lo volviera a ver de nuevo, aquí...

Sus ojos se encontraban tomando un ligero brillo que advertía la llegada de lágrimas. Frank, al no saber qué hacer, sirvió en el vaso más jugo.

—Ten, congela las penas. Yo pago—el muchacho aceptó de nuevo sonriente y le agradeció —. ¿Cuál es tu nombre?

—Gerard, Gerard Way.

Sin la necesidad del líquido con hielo picado, Frank sintió congelarse por completo. El nombre comenzó a resonar más y más fuerte en su cabeza, en su boca, en la de él mismo, en otras... el sueño.

—¿Gerard?—preguntó—. Gerard Way, Mikey Way, Kristin, Pete ¡Gerard Way!—comenzó a recitar los nombres como si fuera necesario y a su vez sintiendo que llegaba a la demencia.

El primer nombrado miró a sus espaldas con algo de desconcierto, luego volvió su vista a Frank.

—¿Disculpa?

—Sonará malditamente raro, pero te juro por mi vida que he sonañdo contigo—paseó la vista por el almacén —. En este mismo lugar.

—T-tú er...eres ¿quién eres tú? —logró decir.

—Mi nombre es Frank.

—¡Frank!—gritó Gerard—. ¡¿Frank?! tú no puedes ser Frank. No, realmente no...

Ojalá te hubieras congelado la edad, gruñón —le repitió a la vez que recordaba.

—¿Realmente eres tú, Frankie?—preguntó nuevamente, rendido ante la lógica. Finalmente aceptando que lo había vuelto a encontrar.

Y recordando, también, su promesa de no volver a dejarlo ir jamás.

Mi nombre es Frank » Frerard [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora