27. Huir

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Ella es suficiente para mí, ella está enamorada de mí. -  Flawless

Las decisiones repentinas marcan hitos de la vida. La primera vez que te mudas de casa, besar a alguien casualmente, decir sí a algo que no deseas. Las decisiones repentinas pueden ser aún más especiales si las llevas a cabo con la persona correcta.

- Tengo todo listo. - susurró en la oscuridad. - Ni siquiera desempaqué.

Zach asintió emocionado, no podía evitar sonreír a pesar que la oscuridad impedía que su sonrisa fuera contagiosa.

- Te matarán. - tentó. - Tu familia.

- ¿Y eso a quién le importa? - preguntó ella con la respuesta en su hilo de voz.

A Zach se le iluminó todo alrededor con tan solo imaginar que ya no echaría de menos así como lo hizo durante meses. El sufrimiento se había terminado en el momento justo. 

Con la maleta de la chica entre sus brazos, bajaron a hurtadillas por las pretenciosas escaleras de la casa de los Kingsley. Las luces apagadas demostraban que todos dormían y tuvo miedo de que hicieran un ruido que despertara a alguien para dar por terminada la fantasía.

América aún usaba el vestido de la boda, que se elevaba como si estuviera hecho de viento mientras saltaba de escalón en escalón con los pies descalzos por las escaleras del lado izquierdo. 

Del lado derecho, él también estaba usando el traje todavía, y como había predicho, la corbata estaba perdida por algún lugar de la fiesta, en la que los chicos todavía continuaban y no se habían tomado la molestia de buscarlos. 

Zach metió la maleta en la cabina del auto y tras mirarse el uno al otro, supo que no se arrepentiría de esta decisión sino que la festejaría cada oportunidad que tuviera.

Al encender el auto y prepararse para presionar los pedales, miró a América.

- ¿Estás segura de esto?

- Si vuelves a preguntarlo, regresaré a mi casa. - ella puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, para después sonreír y mirar por la ventana.

- Allá vamos. 

Hundió el piel en el acelerador y salieron de la calle lo más rápido que pudieron.

Pensó en sí mismo cuando era un niño rodeado de su familia entera, antes que su madre volviera a casarse. Sus hermanos saltaban en la cama elástica, sin mirarlo. Él sabía que no iban a llamarlo porque Zachary no era un niño divertido. 

Recordó una de sus fiestas de cumpleaños, en la que ni siquiera quiso soplar las velas del pastel. Sus padres le habían comprado un ostentoso juego de video en el que se pasó las vacaciones enteras jugando y sin salir de casa. Zach siempre estuvo encerrado en su propio espacio advirtiendo a las otras personas a alejarse. 

Más tarde, cuando conoció a Mikey, las cosas cambiaron ligeramente. Entonces se había abierto un poco a las oportunidades de confraternizar con alguien que aparentemente era igual que él. Ese año, los Margott lo invitaron a esquiar, nunca se había divertido tanto en su vida.

Cuando decidió que lo suyo eran las cuerdas y ya había formado un grupo concreto de amigos, quienes más tarde se convertirían en su banda oficial, tampoco se sintió bienvenido. Los chicos eran demasiado sociables y él hablaba demasiado bajito. Tiempo después logró adaptarse, o mejor dicho, ellos se acostumbraron a él.

Lo que había sucedido los últimos nueve meses le dieron una inesperada lección: Si quería algo tenía que pelear, defenderlo, añorarlo. Y sobre todo, ir a buscarlo.

América había regresado por su propia decisión pero Zach lucho por ella en la única manera que sabía. Música. Y su chica era tan especial, que lo había comprendido. 

Condujo toda la noche sin pestañear. A ratos volteaba a ver si América se había quedado dormida, pero ella estaba mirando por la ventana, con todo el viento dándole en la cara. No se habían dicho nada durante el viaje, la única respuesta era una sonrisa que intercambiaban de vez en cuando. Nada era incómodo y una vez más comprendió que arrepentirse jamás había sido una opción.

Cuando amaneció detuvieron el auto en una gasolinería en medio de la nada. 

Se sentaron en una de las mesas dentro de la tienda de comestibles, desayunarían golosinas.

- Nunca he desayunado soda con galletas de chocolate. - rió América con la boca llena. 

- Una de cincuenta veces no hace daño. - contestó Zach limpiándole las comisuras de la boca. - Yo creo que para el almuerzo debemos conseguir más de esas galletas.

- Es divertido, ¿no crees? - la chica levantó cejas repetidas veces.

- ¿Qué cosa? 

- Huir. - bromeó ella.

Zach captó inmediatamente que estaba siendo sarcástica burlándose de ella misma.

- Y yo que me estaba quejando. - contestó Zach. - Ahora que lo pienso, si yo hubiera sido tú... no habría huido, habría tomado veneno para ratas. 

América en medio de una carcajada estiró la mano para golpear a Zach, pero él la detuvo para sostenerla y besarla en el dorso.

- Eres mi mala influencia. - dijo ella sin soltar su mano. - Yo me juré jamás volver a hacerlo.

Zach le dio un trago a su propia soda y dejó ir la mano de América para sacar algo de sus bolsillos.

- Mi teléfono ha vibrado desde las seis de la mañana. Jeremiah Freedman - mostró la pantalla. - El más frenético.

- Repíteme por qué estamos escondiéndonos. - pidió América.

- Porque queremos darles una sorpresa. - cantó Zach. - Y demostrar que yo también puedo ser un romántico.

América cambió de lugar con Zach porque era su turno para conducir. Las ventanas abiertas del auto dejaban salir la música que estaban escuchando. El guitarrista junto a su instrumento, tocaba vagamente las notas de la canción The Electrician de The Walker Brothers. La canción era como leer Ulises de James Joyce, pues estaba repleta de estilos diferentes que la complementaban.

Al anochecer empezaron a aparecer luces diminutas, América y Zach se miraron con emoción al darse cuenta que habían llegado. 

Chicago los recibía con los brazos abiertos sin sentirse culpable de lo que había causado nueve meses atrás.

AMÉRICA [zach abels]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora